5. Buenas noticias. No voy a morir

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Siempre he venido sola a este sitio, ni siquiera he traído a mi hermana aquí, sin embargo, a pesar de que el lugar no pega con él, siento que encaja en la silla que hay frente a mí, dónde me mira sin ninguna expresión en el rostro

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Siempre he venido sola a este sitio, ni siquiera he traído a mi hermana aquí, sin embargo, a pesar de que el lugar no pega con él, siento que encaja en la silla que hay frente a mí, dónde me mira sin ninguna expresión en el rostro.

Hay una pared repleta de flores artificiales a su espalda, haciendo de lienzo ante la vista privilegiada que tengo. Cuanto más lo miro, más consciente soy de su belleza, de sus pómulos marcados, las cejas pobladas que perfilan unos ojos tan negros como la noche, y unos labios peligrosamente tentadores.

Ha pedido una cantidad abusiva de churros para no querer probar ninguno. El chocolate caliente es una de mis bebidas preferidas, no importa que estemos a finales de agosto y el calor sea sofocante, porque siempre que vengo a este lugar, olvido el motivo que me ha hecho venir, aunque sea por unos minutos. Mojo el tercer churro en la taza de chocolate, paso la lengua por la comisura para limpiar los restos de azúcar mientras siento cómo su mirada sigue cada uno de mis movimientos.

No ha dicho más que tres palabras, dos gestos de cabeza y un gruñido cuando ha visto el rosa de la decoración y las flores que cuelgan de todo el techo. Por suerte, hoy tan solo hay una pareja más al fondo, por lo que el ambiente es tranquilo y acogedor, tal y como me gusta.

Parece que sus hombros se han ido destensando conforme el tiempo ha ido pasando, pero sigue sentado como si fuera de la realeza y no pudiera relajarse. Cuanto más lo observo, más segura estoy de que no es humano, sino un androide cubierto por piel sintética. Eso explicaría porque apenas se comunica, no gesticula nunca, y no se muere de calor con manga larga y guantes de piel en pleno verano.

—No puedes venir al mejor sitio de churros con chocolate y no probar ni uno —hablo con la boca llena, señalando con el dedo el paquete que queda en la mesa.

Suena una melodía pegadiza por los altavoces que ha llenado el silencio hasta ahora. No soporto el silencio. Es aburrido. E incómodo. Me gusta hablar, llenar los vacíos con palabras. Me estresa no saber qué decir. Es incómodo de narices.

—Yo no como esas cosas —mira a mis adorados churros con indiferencia, le fulmino con la mirada. No entiendo para qué tanto alboroto a que le acompañara si después va a estar como una estatua sin decir ni una sola palabra. Es una compañía nefasta.

—Eres igual que Payton... —murmuro entre dientes. Estoy rodeada de personas que no aprecian la divinidad del chocolate, la mejor creación que ha tenido el hombre. ¿Cómo no pueden verlo?

Sus ojos no han dejado de mirarme en ningún momento. No sé si me gusta o me incomoda, pero jamás me han mirado como lo hace él, como si quisiera guardar la imagen en la retina para siempre.

—¿Ya se te ha pasado la alergia? —me sorprende que sea él quien saca tema de conversación, veo el esfuerzo que está haciendo para que no me sienta incómoda, o para que olvide el hecho de que sea mi jefe, algo que no ha dejado de rondar por mi cabeza.

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