23. Es ella

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Voy a matar a mi hermana

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Voy a matar a mi hermana.

Lo último que esperaba al llegar a mi casa era que estuviera repleta de gente. Sabe que odio a las personas. No me gusta interactuar. Pero a pesar de eso, ha montado una fiesta para recibirnos.

Busco desesperado la mirada de Winter. Apenas ha dormido, he sentido su cuerpo moverse todo el trayecto. Sé que se siente abrumada, lo puedo ver en sus ojos, buscando auxilio en los míos.

Entrelazo nuestros dedos con firmeza y la oculto tras mi cuerpo todo el trayecto hasta la entrada principal. Tardamos más de lo normal en sortear a todos los invitados que ocupan el jardín. Ignoro a los pocos que se atreven a hablarme, tiro de Winter, asegurándome de que sigue ilesa tras mi espalda, protegiéndola de miradas indiscretas.

Si no fuera por la cantidad de testigos que habría, mi hermana tendría un final de película.

Lo único que me hace respirar tranquilo, es saber que nadie más que yo puedo entrar al interior. Acerco el rostro a la cámara y tras reconocer mi pupila, la puerta se abre, dándonos paso a un lugar tranquilo y lejos del bullicio que se ha formado a pocos metros.

No me atrevo a mirar atrás, no me permito observar su rostro cansado y exhausto por mi culpa. No debería sentirme de este modo respecto a ella. Va a recibir una suma más que considerable por este trabajo. Sigo siendo su jefe, y eso debería ser lo único importante para mí, que cumpla con su parte del trato y nadie sepa que esto no es más que una farsa para hacer feliz a nonna.

En primer lugar, nunca tendría que haber prometido nada, cuando estaba más que seguro que jamás me casaría con nadie. No creo en el amor, el para siempre es la cosa más ridícula que ha inventado Disney. Nada dura lo suficiente como para que merezca la pena luchar. Todo se acaba, todos terminan marchándose, no tiene sentido pensar que esta vez va a ser diferente.

No es así como había imaginado su llegada, me habría gustado enseñarle toda la casa, pero ahora mismo mis pies se dirigen hacia nuestro dormitorio, la habitación más alejada de toda la casa, con la necesidad imperiosa de encerrarla entre cuatro paredes, aislada del resto del mundo.

—Me haces daño —mueve su mano bajo la mía, la que estoy agarrando con mucha más fuerza de la que pretendía.

En cuanto escucho su voz, freno en seco y me giro a mirarla. La suelto de inmediato y observo cómo abre y cierra la mano, moviendo cada uno de los dedos doloridos por mi culpa. Voy a coger su mano para comprobar que todo está bien, cuando la retira antes de que pueda siquiera rozarla.

Su rechazo me duele más de lo que debería. No tendría que importarme, ella era solo una pieza más del puzzle, insignificante, pero hace tiempo que eso ha cambiado. Jamás me preocupo por nadie, Cara y Regina son los únicos seres vivos que tienen todo mi respeto. Nos iba bien a los tres. No tendría que haberla contratado.

—Eres un bruto... —se queja malhumorada—. Vas a romper la alianza.

El verde de sus ojos se aclara cuando nuestras miradas se encuentran. No lleva ni dos minutos en Italia, y ya está más guapa que nunca. Evito su mirada y me obligo a dejar de pensar en estupideces. ¿Más guapa que nunca? ¿Qué soy un algodón de azúcar?

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