12. Si no te encargas tú, lo haré yo

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Me muevo por su casa con tranquilidad mientras hace unas llamadas

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Me muevo por su casa con tranquilidad mientras hace unas llamadas. La observo como si fuera la primera vez que la veo a pesar de que es la segunda vez que entro este sitio, porque hasta hoy, no soy consciente de cada detalle.

Me siento ridículamente pequeña cuando miro al techo y compruebo la altura. No exagero al decir que hay al menos ocho metros de altura. Una preciosa lámpara de araña brilla en el centro, reflejando sus cristales por todas partes. Me sitúo en el corazón de la casa, mire a donde mire, hay luz, grandes puertas de cristal dan visibilidad a cada rincón.

Me muevo sin rumbo hasta llegar al salón. La decoración es diferente a lo que habría imaginado. No es fría y simple, imaginaba que sería como el exterior de la casa, en tonos grises, con las paredes de hormigón y la estructura metálica en negro, pero es todo lo contrario. Parece un hogar, hay vida por todas partes, desde la amplia chimenea junto al sofá, hasta la mullida alfombra de lana. Mis pies no se detienen, parecen seguir un rumbo fijo, como si tuviera un sexto sentido para descubrir dónde guarda los trapos sucios.

No hay apenas puertas, todo es diáfano, y las pocas que hay, están abiertas. No parece querer ocultar algo, pero quizás eso es lo que quiere que crean. Continúo recorriendo cada pasillo en busca de algo. Ni siquiera sé que estoy buscando, pero algo me atrae hasta la única puerta cerrada.

El corazón me late desbocado en el pecho, me aseguro de comprobar que estoy sola antes de acercarme y mover la manecilla. Lo vuelvo a intentar. La giro con todas mis fuerzas. Nada. La puerta está cerrada.

Me quedo largos segundos mirándola fijamente, como si fuera a desarrollar el superpoder de la telequinesis. Pero no, la puerta sigue en el mismo lugar donde la he encontrado, aumentando mi curiosidad por saber qué esconde ahí. Lo intento una vez más, pongo ambas manos y ejerzo fuerza hacia abajo con todo el cuerpo. Un pequeño clic suena y a continuación, la puerta da un pequeño pistoletazo al abrirse, provocando que me sobresalte y pierda el equilibrio.

Choco contra algo duro, y en cuanto siento la calidez de su piel, sé que el muro de mi espalda no es de ladrillo, sino de puro músculo. Unas manos grandes me sujetan de la cadera para que no caiga de culo al suelo. Me retuerzo de dolor en cuanto siento la presión en ese punto en concreto, intento fingir que no me ha dolido, pero por la expresión de su rostro, sé que no lo he conseguido.

Me mira impasible, con la mandíbula tensa y los ojos cargados de una rabia cegadora. Retrocedo unos pasos con torpeza mientras me froto con la mano la zona dolorida. No sé si está furioso por la llamada que ha tenido, por haberme pillado entrando en una zona claramente privada, o por haberle robado la tranquilidad durante todo el día. Pero sea cual sea la respuesta, no quiero ver las consecuencias de ninguna.

Trago saliva con pesadez. Me fijo en sus ojos negros, en las líneas rectas de su nariz y mandíbula, en sus manos enguantadas, en que nunca enseña nada de piel, cubierto de arriba abajo. Se puede apreciar a simple vista la anchura de sus hombros, el volumen de sus pectorales bajo la camisa de seda. Vuelvo a tragar saliva. Debería sentir miedo, estar aterrada de haber entrado aquí por voluntad propia, a solas con él, un hombre que claramente tiene asuntos turbios. En cambio, solo puedo pensar en cómo de suave será su piel, en que gel usa para oler siempre a menta y en cómo se sentiría mi cuerpo bajo el suyo.

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