8. Este juego entre nosotros, se ha convertido en una adicción

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Odio muchas cosas en la vida, pero la impuntualidad es una de ellas

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Odio muchas cosas en la vida, pero la impuntualidad es una de ellas.

Me arden las piernas de lo rápido que he corrido por la calle tras bajar del autobús hasta llegar al edificio donde trabajo. Esquivo a mis compañeros cuando me los cruzo por los pasillos y me cuelo en el ascensor cuando la puerta casi me hace puré al cerrarse.

Respiro hondo para calmar los fuertes latidos del corazón, soy consciente de las miradas que me observan curiosas dentro del cubículo, pero no me importan, llevan días sin hablarme, susurrando a mi paso como si fuera una escoria. No les he hecho nada, siempre he sido simpática con todos, pero de la noche a la mañana, todos se han puesto de acuerdo para evitarme.

Por suerte, las dos únicas personas que me importan en este lugar, me siguen tratando con normalidad. Roxana sigue fingiendo que la pongo de los nervios, cuando la realidad es que me ama porque soy la única que responde a los millones de videos que envía al día de gatos saltando al ver un pepino. Y Michi es mi confidente, el que siento que no me juzga a pesar de mis malas elecciones en la vida, al menos, antes de ver la cara de pocos amigos con la que me mira.

Está en el marco de la puerta, de brazos cruzados, mirándome fijamente con el ceño levemente fruncido. Si no lo conociera pensaría que está enfadado, pero como lo conozco, no puede... ¿no?

—Llego tarde, lo siento, lo siento, lo siento... —me apresuro a entrar dentro y empezar cuanto antes la clase, pero me pone una mano en el hombro para impedirlo.

—¿Qué ha pasado?

Lo miro dubitativa, no esperaba encontrarme con una versión de Michi molesta. De hecho, creía que no existía en su registro, que siempre era paz y amor. ¿Empezará a odiarme como el resto?

—Yo... siento mucho...

—¿Ves las pintas que llevas? —me mira de arriba abajo, con la misma arruga entre las cejas desde que llegué—. Me tenías super preocupado.

Sin previo aviso, sus brazos me rodean los hombros y me pegan a su pecho. Me siento envuelta en masa muscular y como una presión que ni siquiera sabía que tenía en el pecho, comienza a diluirse cuanto más dura el abrazo inesperado.

—¿Estás bien? —vuelve a preguntar, en su tono de voz compruebo que no está molesto, sino preocupado por mí. Suspiro de alivio al entender el significado de esa arruga.

—Siento no llegar a tiempo, ayer me dormí tarde.

—¿Una llamada guarrona? —me separa de golpe para verme la cara. Sonríe de medio lado, ya no hay ni rastro de Michi serio, sino que vuelve a estar el de siempre.

Sonrío aliviada.

—Una llamada, a secas —recalco para que deje de montarse sus películas para mayores de edad. Si le cuento que el culpable fue nuestro querido jefe, es posible que me quede sin él debido a un colapso mental—. Nada importante, pero no pude dormir después.

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