29. Puedo fingir incluso que te amo

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No puedo dejar de mirarla a través del reflejo del cristal

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No puedo dejar de mirarla a través del reflejo del cristal.

Aprieto las manos para no alargar el brazo y tocarla, rodear su mano y calmar el temblor de sus rodillas, porque no sé cómo voy a responder si la toco ahora, después de haberme desfogado en la ducha pensando que era su mano la que me tocaba y no la mía.

Vuelvo a tener diecinueve años, pajeándome en la ducha sin control, dejando que el agua se lleve mi vergüenza.

Estoy jodido. Estoy bien jodido.

Zane me mira a través del espejo, parece divertirse con la situación, sus ojos brillan con astucia, recordándome las palabras que ignoré tantas veces. Aprieto los dientes con tanta fuerza que siento el sabor metálico de la sangre en la boca.

Nota mental: despedir a Zane por listillo.

Apenas el vehículo se detiene, salgo disparado del reducido espacio y me lleno los pulmones de aire limpio, de un aroma neutro, uno completamente diferente al afrutado que usa Winter como perfume. Me giro cuando considero que me he tranquilizado lo suficiente como para continuar con esta farsa, hasta que me encuentro con su mirada clavada en mí. Finge no haberme mirado y se centra en un hierbajo que hay en el suelo. Mira a un lado y a otro, observando su alrededor, buscando alguna pista que le ayude a averiguar dónde estamos. Me lanza una mirada rápida y nerviosa. Está evitando mirarme. Todo es por mi culpa. Me aclaro la garganta antes de hablar.

—¿Estás lista?

Afirma en silencio y me sostiene la mirada. Sé que intenta fingir estar tranquila, pero puedo ver cómo intenta resolver un complejo acertijo en su cabeza. Está casi tan nerviosa como yo. Apenas le he dado información, y a pesar de eso, ha accedido a todo esto.

No me la merezco.

Me deleito en su cuerpo, en cómo la tela del vestido se ajusta en su cintura y cae hasta los tobillos, en el escote cuadrado que tapa su pecho, pero que obliga a mi mente retorcida a imaginar lo que hay debajo. La larga melena le cae por los hombros, contrastando con la piel bronceada por el verano. Apenas puede abrir los ojos porque el sol le da en la cara, pero a pesar de eso, no ha bajado la cabeza, sosteniéndome la mirada, aguantando a pesar de todo.

Esa es mi chica.

Ni siquiera lo pienso, porque de haberlo hecho, no le habría rodeado la mano, no habría entrelazado nuestros dedos, y no le habría besado el dorso de la mano antes de guiarla hasta la entrada de la casa, dónde ya se escucha la música que nonna pone en la radio mientras cocina.

Ella no lo sabe, pero sentir su mano bajo la mía, a pesar de no poder rozar su piel, me está ayudando a calmar este insoportable burbujeo que siento en el pecho, un sentimiento que, hasta ahora, era completamente desconocido para mí.

Winter me aprieta la mano inconscientemente, mientras pasea la mirada por cada rincón de la casa. Mi casa. Dónde Brina y yo hemos crecido, dónde aprendí a curar mis heridas, dónde mi hermana dio su primer beso, dónde descubrimos, que la familia no siempre tiene que compartir tu misma sangre.

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