6. No te vas a librar de mí

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Decir que he empezado con buen pie es quedarme corta

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Decir que he empezado con buen pie es quedarme corta. Ninguna de mis compañeras ha conseguido un contrato con un cliente tan rápido como yo. A pesar de los nervios, de la llamada de mi novio, y de la confusión con mi acompañante, la noche salió mejor de lo esperado. Conseguí el dinero, no tuve que hacer nada de lo que más tarde me arrepentiría y conseguí mis primeras cinco estrellas. Pero entonces..., ¿por qué no he vuelto a tener otro trabajo?

He revisado mi perfil, todo parece indicar que sigue activo, con mis CINCO ESTRELLAS bien grandes, posicionada de las primeras. Todas mis compañeras tienen entre cinco y seis trabajos al mes, y yo apenas he tenido uno en tres semanas.

Algo no va bien.

Desde que fui a comer churros con don palo por el culo, el que resultó ser mi jefe, todo ha empezado a ir cada vez peor. Soy una mujer supersticiosa, y si cree que alguien le da mala suerte, hace lo posible por no volver a verlo. Como es mi caso. Con ÉL.

No puede ser casualidad que desde entonces no haya recibido ningún trabajo nuevo, ni siquiera uno sin importancia, que la gente no me mire a los ojos mientras camino por los pasillos y apenas me hablen si los saludo, cuando siempre han sido super simpáticos conmigo, y que, a pesar de haber terminado mis ensayos, Michi haya decidido que todavía necesito alargarlos un poco más.

Si toda mi mala suerte ha empezado con él, voy a esconderme hasta que la suerte vuelva a sonreírme.

He hecho los deberes. Sé a qué hora entra en su despacho, cuando sale a comer y a qué hora regresa. Le quedan dos minutos exactos para irse. Es como un reloj. Cada día entra y sale a la misma hora. Es aburrido hasta en eso. La forma en la que actúa, todo lo que hace y dice parece generado por un ordenador.

Me escondo tras la columna, mirando hacia su puerta. En cuanto salga, podré salir por la puerta opuesta, aunque tenga que dar un gran rodeo hasta llegar a la parada de autobuses que me lleva a casa. Haré todo lo posible con tal de no volver a saber nada del hombre que ha despertado mi mala suerte.

Mi cuerpo se tensa en cuanto la puerta se abre y visualizo la anchura de sus hombros, el movimiento regio de su cuerpo al caminar, la camisa semi abierta, dejando entrever el inicio de un pecho bronceado y esculpido por el mismísimo Miguel Ángel, y un fina cadena dorada que brilla bajo las luces. Una de las manos enguantadas en el bolsillo, la otra tecleando algo en la pantalla de su teléfono móvil. Se mueve como si el mundo fuera suyo y pudiera hacer y deshacer a su antojo.

No despega los ojos del aparato, ni cuando llama al ascensor, ni cuando los trabajadores lo saludan como si fuera el papa, nada. No es consciente de mi presencia, y sé que eso debería alegrarme, porque significa que puedo pasar desapercibida y salir de este pozo de amargura, pero en cambio, me hace querer gritar para llamar su atención, para que vuelva a mirarme como lo hizo bajo la lluvia.

Cuanto menos sé de él, más quiero conocerlo. Me siento atraída como la serpiente a la flauta, hipnotizada por ese aura peligroso que desprende. Necesito saciar mi sed con alguna respuesta sí no quiero volverme loca. Algún dato minúsculo, su nombre o apellido, fecha de nacimiento, o el maldito color preferido. Algo que me deje satisfecha por un tiempo, cualquier detalle que calme el picor que me cubre la piel siempre que está cerca. Aunque no me preste atención.

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