Jadiel desciende hasta un río en donde pude ver la figura de Reed retorciéndose mientras intentaba mojar sus quemaduras y heridas haciendo a un lado el dolor infernal que seguramente sentía, resoplé apartando la mirada un momento, me sentía culpable hasta por lo que le ha pasado.
-¿Eliette? -su voz me saca de mis pensamientos, él se había volteado para verme-. No debiste haber venido, tu reino te necesita más que yo.
No respondí porque seguramente eso es cierto y de nuevo me sentía terrible por escoger a un humano que conocí hace un par de meses que a mi reino de hace veintiséis años. Me acerqué hasta él junto a Jadiel y me arrodillé suavemente al borde del río en el que estaba metido. Observé sus heridas, se veían terribles, muy dolorosas.
-Jadiel fue a buscarme, él también es parte de mi reino y me ha pedido mi ayuda -me excusé tontamente, sentía mis ojos picar por las nuevas lágrimas de verlo tan herido. Mi cuerpo se mueve por sí solo cuando me lancé sobre él y lo abracé por el cuello-. Pero yo también quería venir. Tú formas parte de mi reino al igual que ellos desde que me juraste lealtad y desde que te puse esa marca. No puedo ignorarte.
-Mi reina... -suspira conmovido y rodeando mi cintura con ambos brazos.
Cerré los ojos mientras sollozaba contra su cuello y dejaba salir mi energía que lo envolvió y curó sus heridas por completo. Me separé un poco, Reed se mira sorprendido porque el dolor haya desaparecido junto a sus heridas, pero volvió a mirarme cuando me levanté del agua y salí del río.
-Antes de venir le pedí a Jadiel que me llevara a otra parte -mencioné acercándome al dragón y tomando de su lomo lo que había recuperado-. Esto te pertenece.
Reed se levanta y sale del río para acercarse a mí, sorprendido de ver la espada que él mismo había lanzado desde aquel acantilado, ahora en mis manos. No lo había notado en aquel entonces, pero esta espada es de un material especial, capaz de evitar el fuego de los dragones. Tiene el puño decorado con una cuerda de cuero amarrada, la guarda con tres piedras de zafiros, uno en el centro y otros dos en los finales, además del pomo de oro.
-Todo caballero necesita de una espada, ¿no es así? Lo siento, no pudimos encontrar el arco -dije agachando la cabeza.
-¿Por qué me la estás dando?
-Porque hoy pudiste haberla necesitado. No digo que me hubiera gustado que mates a los dragones, ellos solo me estaban protegiendo... Pero creo que hubieras podido salir menos herido con esto en tu poder... Así que, tómalo. Es tuyo, siempre lo ha sido.
Reed parece dudar, pero finalmente sentí cuando sujetó la espada. Él la mira sorprendido, quizás porque no creía que volvería a tenerla, pude ver una pequeña sonrisa nostálgica de su parte mientras observaba la espada que tenía de regreso.
-Mi padre fue el mejor herrero del reino... -comentó-. Me hizo esta espada como regalo por haber entrado a la caballería a mis trece años, siendo que la edad mínima es de dieciséis. Murió dos días después de dármela por una enfermedad incurable, fue su última creación y la más hermosa en mi opinión. Desde entonces no usé otra espada, estaba orgulloso de llevarla, es lo último que me queda de él.
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LA DAMA DE LOS DRAGONES
FantastikCualquiera diría que vivir tras una barrera de niebla protectora, rodeada de solamente dragones en tu propio reino, es la mejor vida que pudieras desear, pero está en la naturaleza del humano querer conocer más, querer más. Eliette es el claro ejemp...