Levanté la mano que sostenía mi ocarina favorita, me la habían hecho los dragones de cueva, adornándolo con piedras preciosas y ligeras. Sonreí antes de guardarla y cruzar la pantalla de niebla, pero esta vez no vi a Reed donde siempre. Lo busqué con la mirada, pero no estaba en donde pudiera verlo. Decidí buscarlo con el poder de la tierra para sentir las vibraciones bajo mis pies, encontrando un rastro de sus pisadas fuertes y seguras. Caminé hacia allí para encontrarlo, estaba por llamar su atención hasta que vi lo que estaba haciendo y preferí esconderme.
Lo miré con atención, achicando los ojos para intentar ver mejor lo que tenía en manos, era una cría de ciervo, lloriqueaba e intentaba levantarse, pero no podía hacerlo. Algo andaba mal con él.
-Lo sé, tranquilo... -murmuró Reed-. Ya estarás bien.
Sus palabras sonaban distintas, se escuchaban más dulces y suaves, como si finalmente comprendiera el dolor por el que el cervatillo estaba pasando. Él se hizo a un lado para acomodarse y pude ver finalmente lo que estaba haciendo, estaba curando la pata de aquel cervatillo que había sido herido. Vendó su herida luego de aplicarle algún tipo de ungüento de plantas medicinales, lo sé por el vede que asoma en el vendaje y en sus manos.
Cuando pudo levantarse, Reed se hizo para atrás, escuchamos arbustos moverse y la madre del cervatillo apareció, Reed se alejó un poco más y el pequeño fue hacia su madre quien retrocedió. Hice un movimiento circular con una mano, como si agarrara algo en el aire y soplé en mi puño a la par que la abría. El viento se lleva el olor de Reed del cervatillo, la madre lo huele de nuevo y finalmente lo reconoce como su hijo. Se lo lleva al bosque y desaparecen entre la maleza. Entonces, fue cuando salí de mi escondite.
-Eso fue muy lindo de tu parte -murmuré llamando la atención de Reed.
-Solo... puse en práctica lo que me enseñaste, la herida no era muy profunda así que cuando se cure no habrá secuelas de nada y el vendaje se caerá solo... Se sintió bien -comenta levantándose del suelo- ¿Qué traes allí?
Apunta a la ocarina escondida, la tomé de nuevo y se la mostré.
-Es mi ocarina favorita, yo... quería traerla -mencioné sintiéndome algo apenada por alguna razón.
-Me has tenido que leer la mente entonces, porque yo también he traído algo -él saca un instrumento de su bolso y lo muestra.
-¿Qué es? -pregunté interesada.
-Un violín, ¿no lo habías visto nunca? -preguntó entre sorprendido y que ya se esperaba que no la conociera. Negué con la cabeza, asegurando jamás haber visto tal instrumento más que solo en los libros, aunque solo había leído que alguien lo tocaba, pero jamás conocí su forma o el sonido que proyecta-. Tengo una idea, tú tocas algo con la ocarina y luego yo toco algo con el violín.
-Mm... Está bien -respondí con la curiosidad ganándome.
Ambos decidimos encontrar un lugar agradable en donde sentarnos, yo me posicioné sentada sobre una roca, sostuve la ocarina en mis manos y tomé aire antes de empezar a soplar, creando una melodía suave y armoniosa que a los dragones siempre les encanta escuchar, incluso llegando a calmar las más intensas batallas entre ellos. Cerré los ojos para concentrarme en el cambio de dedos en cada orificio. La melodía era lenta pero aún así creo que conseguía llamar la atención de Reed, pues de vez en cuando lo miraba y él mantenía sus ojos puestos en mí, volví a cerrar los ojos y acabé la canción bajando la intensidad y volumen para terminar limpiamente.
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LA DAMA DE LOS DRAGONES
FantastikCualquiera diría que vivir tras una barrera de niebla protectora, rodeada de solamente dragones en tu propio reino, es la mejor vida que pudieras desear, pero está en la naturaleza del humano querer conocer más, querer más. Eliette es el claro ejemp...