capítulo 1.

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Ahora, me deslizo por el aeropuerto con las gafas de sol puestas. Sé que nadie me está mirando, pero no puedo sacudirme de encima la sensación de que es así. Recuerdo cómo un montón de adultos solían presumir de que el aeropuerto de Filadelfia es el más grande de todo Delaware. Desde luego, en estos momentos me lo creo por completo.

Visualizo a Jennifer en la salida. Está sujetando un cartel con mi nombre y apellido, como si fuera a ser difícil reconocerme. Lo que faltaba. Tengo ganas de salir corriendo en la dirección opuesta.

No doy ni un paso más. Llamo de inmediato a mi padre.

—¡Me dijiste que vendrías tú a buscarme! —le reprocho, desconcertada.

—Lo siento, me ha surgido un inconveniente en el trabajo.

—Es domingo.

—¡Vale, vale! —se rinde, como si hubiera estado sujetando una pistola contra su frente—Le dije a tu madre que viniese en mi lugar, ¡lleváis mucho tiempo sin veros!

—Lo sé. Era intencional.

—Nova...

—¡Está bien, está bien! —exclamo yo, soltando una gran bocanada de aire—Dios.

—Hasta la hora de la cena. Tengo ganas de verte.

—Sí, sí, lo que tú digas.

Cuelgo y me doy la vuelta de nuevo. Finjo una sonrisa a medida que me acerco hacia mi madre, arrastrando mi equipaje. Ella extiende ambos brazos y yo la dejo abrazarme, quieta como un maniquí.

—¡Mírate! Estás hecha toda una adulta.

Tuerzo el gesto.

—Jennifer, retira eso. Sólo tengo veinte años.

—Aunque ahora que lo pienso, tampoco tanto —ignora mi respuesta, encaminándose hacia el coche. Llevo dos maletas y una mochila, pero no parece inclinada a ayudarme—. Después de todo, has tenido que volver a casa con mamá y papá, ¿eh?

Fuerzo una risa.

—Ya tardabas en mencionarlo —digo entre dientes. "Chupito cada vez que mi madre me recuerde que he fracasado" podría ser un juego de alcohol que te lleva al coma etílico.

Descargo todas mis pertenencias dentro del maletero, casi muriendo en el intento, mientras ella se acomoda en el asiento de conductor. Una vez me he sentado a su lado, me dispongo a comer algunas galletas que compré antes de mi vuelo, pero ella no deja de hurgar con la mano, así que le termino cediendo el paquete entero.

—¿Qué es lo primero que harás ahora que has vuelto? Tendrás ganas de ver a tus amigos, ¿no?

—Me parto.

—Debes tener alguna clase de plan.

Yo río por lo bajo, cruzándome de brazos y mirando hacia la carretera más de lo que ella es capaz. No sé cómo no nos ha matado ya con todas las veces que me ha llevado en coche.

—No hay plan, Jennifer. Los planes son una trampa.

Sé lo que estarás pensando: esta tía es una zorra, llamando a su madre por su nombre y no "mamá" o algo relativamente cariñoso. Ser empalagosa nunca ha sido lo mío y eso me lo puede echar en cara quien quiera. Pero créeme, en cuanto a Jennifer se trata, tengo todo el derecho del mundo a ser una zorra.

No estoy diciendo que sea una mala madre. Pero tampoco estoy diciendo que sea una buena madre. Siempre le ha gustado torturarme de algún modo u otro. Como aquella vez que me castigó comprando —por supuesto, no iba a adoptarlo— un gato a sabiendas de que soy alérgica a ellos.

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