capítulo 17.

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La gimnasia no es como cualquier otro deporte. Porque no eres tú junto a un equipo, ni tú contra alguien. Eres tú contra ti misma. Tiene gracia; hubo una época en que todo el mundo creía que yo llegaría a las Olimpiadas. Todo el mundo, en serio. El orgullo de Filadelfia. Y ahora pierdo tres horas de mi día calentando el banquillo.

El entreno matutino con LeBlanc, si es que así puedo llamarle, sólo me ha servido para acumular polvo. Así que decido volver al gimnasio más tarde para terminar el trabajo. Son las cinco y algo cuando papá aparca el coche en la entrada de casa, y todos nos bajamos. Acabamos de volver del partido de Charli. En cuanto baja del coche se limita a quitarse la gorra y entrar a casa hecha una furia. Ariel la observa desorientada, todavía con un guante de espuma en la mano.

Por si no te queda claro el contexto, el entrenador de Charli sigue sin sacarla a jugar. Esta vez han perdido, y Charles está convencida de que la cosa habría sido diferente si la hubieran dejado jugar. Probablemente tenga razón, pero lo peor es que no hay forma de saberlo. Eso es lo que más rabia le da. Todos tratan de ofrecerle palabras de consuelo o le dicen que no sea tan negativa. Tienen buena intención, aunque en el fondo la están invalidando. Piensan que exagera. Pero yo no.

Una vez en mi cuarto, me peino bien frente al espejo. Ya me he puesto el sujetador deportivo, los leggins y las deportivas. Le doy cuatro vueltas a la goma para que la coleta quede bien ajustada y no pierdo más el tiempo.

Troto bajando las escaleras y cojo mi abrigo antes de salir. Veo que Charli sigue sentada en el porche, sin moverse. Cuando está así no suele querer que la molesten, así que sólo le aprieto el hombro antes de irme.

—Tú también estás en el banquillo —oigo que me dice, y me doy la vuelta. Tiene la cara apoyada en los puños—. Eres la única que no me trata como a una niña pequeña. ¿Qué debería hacer? ¿Qué harías tú?

Suelto una bocanada de aire.

—Bueno, si siempre hiciéramos lo que los demás dicen que deberíamos hacer, nadie haría historia nunca. Pero si me estás pidiendo mi consejo... Yo creo que cada segundo que pasas lamentándote, es un segundo en el que podrías estar mejorando. Si van a rechazarte, al menos que sea sintiendo que has hecho todo lo posible para ser la mejor, ¿no?

Ella asiente lentamente, pasándose la pelota a la mano izquierda, donde lleva el guante.

—Sí... Tiene sentido. Gracias.


Me he asegurado de que el gimnasio estuviera vacío. Me pongo a hacer toda clase de ejercicios de resistencia, y no me detengo hasta que me duele todo. Luego, toca ponerme con los ejercicios de las pruebas. Decido empezar por la barra de equilibrios. Me impulso con las manos para subirme a esta. Dos tijeras, recepción. Agacharme, giro, levantarme, recepción. Flic flac, flic flac, doble mortal con pirueta y recepción a la salida en el suelo. Llevo practicándolo un buen rato ya, porque cuando fallo, no sigo hasta el final. Pienso seguir empezando desde cero hasta llegar a la última recepción sin errores.

Me he metido unas cuantas leches cuando lo pruebo por sexta vez. Antes, podría haber hecho esto hasta dormida. ¿Por qué me está llevando a la desesperación un puñetero flic flac? Por no decir que casi me abro la cabeza. Tengo que apoyar la mano un segundo cuando pierdo el equilibrio, y gruño con rabia. Eso contaría como una caída.

—Nova. —Escucho una voz preocupada, pero tan solo frunzo el ceño mientras me siento y bajo de un salto. Es Sasha—. ¿Estás practicando en la barra sin supervisión?

Suspiro pesadamente, dispuesta a subirme de nuevo.

—Equilicuá.

Se acerca hacia mí tan rápido como puede con las muletas, confusa.

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