capítulo 13.

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LeBlanc da varias palmadas, llamando nuestra atención.

—¡Chicas, acercaos! Vamos, venid aquí.

Todas dejamos de hacer lo que estamos haciendo, en mi caso ensayar mi nueva rutina de suelo, y apretamos el paso para llegar hasta LeBlanc. Este se encuentra fuera de la estera, expectante.

—Acción de Gracias no es lo único que se acerca —nos dice, sus brazos juntos frente a su cuerpo.

Me aparto el sudor de la frente, frunciendo el ceño.

—¿No tiene Acción de Gracias un origen un poco chungo al querer hacer creer que los Nativos Americanos accedieron al colonialismo?

Todas se me quedaron mirando, incluido LeBlanc, que ladea la cabeza contemplando el infinito.

—Pues... sí. Pero tranquila, Masipag, no vengo a hablaros de eso. Sino de que nos han invitado a un evento con la élite de la gimnasia, que se celebrará aquí mismo, en Philly.

Todas sonreímos, emocionadas. Por fin, ha llegado. Mi momento para demostrarle a todo el mundo que soy mucho más que mi accidente y unos cuantos memes insensibles.

—Como ya sabéis, los equipos tienen un máximo de cinco gimnastas —explica. Yo guardo silencio, las manos tras mi espalda. LeBlanc suspira y gestualiza con la mano—. Sasha iba a formar parte del equipo pero está de baja, así que en vista de eso, he decidido hacerlo de sólo cuatro personas esta vez.

Suelto aire lentamente, preparada. Asiento para mí misma, humedeciéndome los labios. LeBlanc se coloca las gafas, levantando una hoja de su portapapeles. Tengo el estómago tan revuelto que no puedo ni seguir mirando.

—Está bien, allá vamos. El equipo va a estar formado por Tamara, Beverly, Priya y... Sage.

Como un cuchillo, clavo mi mirada sobre él. Somos cinco en total hoy por hoy, podría haberme incluido en el equipo a mí también. LeBlanc nos sonríe con los labios sellados, para luego adoptar su porte serio de nuevo. Alza las cejas con expectación.

—Venga, no os quedéis ahí. A seguir trabajando.

Entonces echa a andar con aires de aburrimiento, mirándose las uñas. Y yo quiero aguantarme las ganas de ir a hablar con él—sé que no debería—, pero soy incapaz. Con las manos apretadas en puños, me planto delante de él. Me observa con expectación, y yo también a él. Al comprender que no va a decir nada, decido hacerlo yo.

—¿Está intentando torturarme?

—¿A qué te refieres?

Rio un poco, negando con la cabeza.

—Somos cinco chicas en el equipo, y se pueden llevar hasta cinco gimnastas. Me ha dejado fuera a propósito, ¿no? Me tiene manía.

Se baja un poco las gafas, sobre el puente de la nariz.

—Cielo, ¿con quién te crees que estás hablando? No estamos en un capítulo de Mujeres desesperadas.

—Puede que no, pero no creo que le pese mucho que me vaya a perder el evento.

—Me gustaría pensar que no estás cuestionando mi profesionalidad, Masipag.

—¡Venga ya! Señor LeBlanc —le hablo en voz baja—, soy mejor gimnasta que cualquiera de esas chicas, y usted lo sabe. ¿En serio quiere que demos mala imagen?

Él alza su barbilla, y de pronto siento que yo he encogido.

—Puede que tus tácticas manipuladoras te funcionaran en D.C. —El estómago se me remueve—, o con tu antigua entrenadora, pero no te van a funcionar conmigo. ¿Que eras mejor que esas chicas? Sí, tal vez. Eras. Esa es la palabra clave. Ahora mismo, tienes mucho terreno que recuperar para estar a nivel de competición. En mi opinión, puedes hacer dos cosas al respecto: ponerte las pilas o abandonar. Me trae sin cuidado lo que decidas hacer. Pero no me vas a faltar al respeto ni a mí, ni a mi equipo.

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