Los valles helados de las fronteras que rodean Stalingrado son una pesadilla invernal; después de 5 dias de movernos en camiones militares, llegamos al campo de batalla; vallas con púas, cañones, tanques y zanjas; ese era el panorama que se vislumbraba a kilómetros y kilómetros de distancia, de un lado al otro solo se oyen hombres organizándose para la siguiente batalla; a lo lejos se escucha el estruendo de los cañones, las metralletas, las granadas y las bombas. Sin duda alguna esto es la guerra.
Las tropas se dividieron en diferentes tareas, los mayores fueron directo al zona roja y a nosotros los mas jóvenes nos enviaron a las trincheras más cercanas; a Albrecht y a mí nos asignaron la tarea mas tonta del mundo, se supone que "debemos proteger a los filmadores" según palabras del General Braun; aquella misión era una completa estupidez, pues sólo se trataba de un par de chicos mas o menos de nuestra edad que cargaban un enorme aparato que filmaba los enfrentamientos y cuyo propósito era enviar a Berlin registro audiovisual de las batallas y del avance del ejercito alemán.
Yo estaba enojado y Albrecht ni hablar, deseamos ir al frente a pelear con los Soviéticos, no vigilar a dos engreídos llamados Klaus y Justus que no hacían mas que meterse en algunas trincheras y lugares estratégicos para filmar la batalla; por otro lado es imposible estar calmado en este lugar, el ruido es incesante y literalmente llueven balas y fuego; el aroma a pólvora invade nuestro sentido del olfato y el gusto, sin duda el campo de batalla es el infierno, todos los días llegan heridos y muertos; sin embargo, se rumora que la mayoría de los muertos están aún en el terreno, los Rusos son implacables y la verdad es que ganan espacio cada vez más, es imposible saber hasta donde han llegado realmente.
-Mañana voy a colarme en la tropa que va a ir a las trincheras principales, estoy harto de vigilar a este par de tontos con su camarón, camastro o como se llame todo el día; quieres acompañarme? será divertido-. Albrecht me dijo esto con determinación en sus ojos, él desea ir a la batalla con fervor, yo también quiero ir, pero prefiero esperar a que me convoquen pues la desobediencia se paga con un castigo severo.
-Se llama cámara y no deberíamos desobedecer al General Braun, además seguro pronto tendremos que ir de todas formas, los Rusos son máquinas de matar y están ganando territorio, sé que dentro de poco veremos sus caras de cerca-. Le comento a mi amigo para calmarlo, pero lo conozco bien y se que lo que le digo le entra por un oído y le sale por el otro.
-No me importa, si Braun quiere puede enojarse, no le tengo miedo, hace rato me metí a la carpa del Sargento y puse mi nombre en su lista para salir mañana, no puse el tuyo porque sé como eres y no querrías ir para no desobedecer; así que mañana voy a ir a volar cabezas Soviéticas jajaja-. Lo que Albrecht dijo me causó temor y rabia por él y se lo hice saber; sin embargo, mi amigo sólo se encogió de hombros y se fue a dormir.
A la mañana siguiente él marcho temprano al amanecer, iba eufórico como un niño a un paseo, yo tengo un mal presentimiento, no sé si esta es la ultima vez que veré a mi mejor amigo con vida, me siento desolado y es la primera vez que tengo miedo, desde que llegamos Albrecht y yo no nos hemos separado, ahora debo lidiar yo solo con Klaus y Justus; este par a veces se aventuran mas lejos de lo permitido para filmar y yo tengo que asegurarme de mantenerlos con vida, pero ellos no colaboran.
-Sonríe! Ahora saluda a la cámara, el gran Fuhrer debe ver a sus soldados alegres y dispuestos a dar la vida por la causa!-. Exclama Klaus primero dejándome ciego con la luz intensa de la cámara fotográfica que para variar me tomó desprevenido y segundo empieza a usar la filmadora conmigo; este tonto ya debe tener una colección de fotos mías y videos en los que salgo únicamente yo, pues parece estar obsesionado con retratarme y filmarme. Ya estoy harto, me han molestado tanto que provocan mi enojo y empujo a Justus que sostiene la enorme cámara y por supuesto cae al barro dentro de una pequeña trinchera, él me mira desde abajo con dolor y desconcierto en sus ojos, no es por la caída, es tristeza, eso hace que me sienta avergonzado y lo ayudo a incorporarse pidiéndole disculpas, yo me excedí al agredirlo y eso no es propio en mí.
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AMOR PRISIONERO
De TodoHenryk y Sigmund se conocieron en el peor momento y lugar posible, ambos estaban destinados a odiarse, pero a pesar de esta circunstancia entre los dos nace un amor imposible y una pasión desenfrenada; este amor los envuelve en una burbuja que les i...