Relato 36 | La otra mujer

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El sol saliente de la gran ventana iluminaba la habitación. Fernanda comenzó a vestirse con cuidado, sin hacer ningún ruido para no despertar a la mujer que se encontraba durmiendo en la cama, o bueno, eso creía ella.

Fernanda se acercó a ella que estaba de espaldas, acarició su brazo izquierdo y dejó un beso en su hombro. Agarró su bolso y salió de la habitación. Al cerrase la puerta, Mayte abrió sus ojos y se quedó mirando fijamente a un punto fijo, con su rostro reflejando seriedad.

Esa mañana volvió a sentir lo mismo que sentía cada vez que Fernanda se iba de su casa, vacío, tristeza, soledad y desagrado. Ella sabía que lo que ambas hacían estaba mal, Fernanda no solo era su compañera, también era su "prima" a la vista de las personas y también, como si fuera poco, era la mamá de una de sus ahijadas.

Soltó un suspiro y salió de la cama. Entró al baño y se quedó mirando su cuerpo desnudo, se sentía mal por permitir que una mujer casada, que no era cualquier mujer, tocara su cuerpo las veces que quisiera. ¿Dónde quedó su dignidad y respeto por sí misma?.

Entró a la regadera a darse una larga ducha, mientras por su mente pasaban miles de cosas y miles de preguntas. ¿Realmente quería seguir conformándose con ser la otra mujer en la vida de Fernanda? La respuesta es no. Por más que la ame, ya estaba cansada de esa situación, pero Fernanda con solo verla hacía que se olvidara de todo y cayera ante ella.

Se hizo un maquillaje natural, cubrió algunas marcas que Fernanda le dejó la noche anterior, pero a pesar del maquillaje aún seguían visibles, por lo que optó por utilizar una pashmina. Se colocó sus lentes de sol, agarró su bolso y se montó en su auto.

La música la acompañaba en el camino, al igual que el ruido de la calle. Ella no era de ir sola a lugares, pero ese día no le importó, solo quería tomar un buen té en su cafetería favorita.

Hizo su pedido de siempre, se sentó en una esquina, al lado de una ventana, algo lejos para que nadie la molestara y mucho menos la reconocieran. No era de negarle fotos a sus fans, pero ese día no tenía ningún ánimo para eso.

Ella miraba por la ventana a su lado, haciendo algo tan normal como observar a las personas caminar, mientras daba algunos sorbos a su té, hasta que sin darse cuenta, ya se lo había acabado.

¿Era hora de irse? La verdad es que no quería llegar a casa, no quería que la soledad la recibiera, no quería recordar la noche anterior con Fernanda. Como su cuerpo reaccionaba a ella rápidamente, como la tocaba con tanta delicadeza, como le susurraba que la amaba y su corazón brincaba de alegría. No, no quería recordar eso.

Se levantó de su asiento y volvió a su auto, se quedó pensando unos segundos a donde podría ir, que lugar le serviría para evadir su hogar por lo menos hasta la noche.

Busco su celular en su bolso y marcó el número de una persona que le dijo que cuando necesitara a alguien, cuando necesitara hablar, no dudara en llamarla y aunque le apenaba molestarla, su desespero por no saber que hacer era más fuerte.

Luego de su llamada, Mayte se encontraba conduciendo con destino a la casa de Ilse, ella se había ganado su confianza y bueno, era la única persona que pasaba por su cabeza para poder hablarle de sus sentimientos.

— Te veo algo diferente, ¿qué te sucede, Maytis? ¿Estás bien?. — Dijo Ilse sentándose a su lado en el sofá, entregándole una copa de vino.

— Ni si quiera yo sé cómo me siento, solo sé que necesito hablar con alguien.

— Y aquí estoy yo, puedes hablar conmigo cada vez que lo necesites. Para eso estamos las amigas. — Ambas sonrieron.

— Tú te has ganado mi confianza, güerita y esto que esta pasando en mi vida sé que no puedo hablarlo con Isabel porque me regañaría.

Un beso y una flor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora