Capítulo 12

441 61 4
                                    

Carlos y Sergio iban de camino al departamento del mexicano

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Carlos y Sergio iban de camino al departamento del mexicano.

—No tenía por qué hablarte así —dijo el español enojado.

—Ya te lo dije, Carlos, tal vez tuvo un mal día, acaso no los vistes—. Una de las virtudes del pecoso es que tenía mucha serenidad.

—Eso no quiere decir que por tener un mal día va a tratar mal a las personas—. Carlos tenía un buen punto.

—Tienes razón, no debe, pero lo hizo y eso habla mal de él, no por tener dinero o poder te hace mejor que las demás personas, al final del día siempre habrá uno con más dinero y poder que uno.

—Eres bueno, Sergio, y por eso te amo —El español besó la mejilla de su novio.

—Bueno, ya llegamos —se encontraban en la esquina donde se reunieron —. Te quiero mucho, Chili —El mexicano se puso de puntitas por la altura para depositar un beso en la comisura de los labios del español.

—¿Chili? —preguntó el español—. Es un tipo de apodo romántico porque yo no lo entiendo.

—Chili, porque te gusta el chile y porque te cargas un chilote—, el mexicano soltó una carcajada que no pudo contener.

—Checo— exclamó el español— se encontraba muy avergonzado.

—Lo siento de verdad, juro que se me salió de la nada— no dejaba de reírse hasta que empezó a toser.

—Hey te encuentras bien— la voz de Carlos salió con angustia—. Lo tomó de los brazos para que no se cayera, pues se tambaleaba de la risa.

—Hubieras visto la cara que pusiste— daba pequeños saltos de la risa sin ser audibles.

—¿Qué clase de risa es esa? —Esta vez fue Carlos quien comenzó a reírse—. La risa de Sergio era inaudible.

—Ay, no— Checo ponía sus manos en su estómago—, jamás me había reído tanto.

—En verdad debes dejarte de juntar con Lance —el mexicano, simplemente asintió con la cabeza.

—Pero el apodo se queda, eso sí, jamás diremos lo del chilote —parece que se estaba ahogando de la risa el pecoso.

—Solo sí me dejas llamarte pecas— el español alzaba sus cejas.

—Trato— ambos sellaron su acuerdo con un casto beso —Pero antes de que me vaya, ahora entiendo por qué te dicen el burro—. Esta vez, Carlos no lo alcanzó y cayó al suelo, pero no dejaba de reírse.

—Es suficiente, hoy mismo hablaré con Stroll ahorita que llegue al departamento— dijo firme—. Extendió su mano para que el pecoso pudiera levantarse del suelo.

—Ya, ya es suficiente —dijo más tranquilo—. No volveré a decir ese tipo de comentarios.

—No importa —suspiro el español— ¿un último beso de despedida? —pregunto.

La Madrastra II Cherlos II ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora