Capítulo 30

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El viento cálido de la noche griega acariciaba suavemente la piel de Sergio, mientras caminaba descalzo sobre la arena blanca de Santorini

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El viento cálido de la noche griega acariciaba suavemente la piel de Sergio, mientras caminaba descalzo sobre la arena blanca de Santorini. El camino de antorchas y pétalos de rosa creaba un sendero resplandeciente hacia el mar. Su mente divagaba entre los sabores exquisitos de la cena que Toto le había prometido y el constante vaivén de emociones que lo acompañaba desde que descubrió su embarazo. Las lágrimas afloraban fácilmente, como esa tarde cuando accidentalmente pisó una hormiga. Pero ahora, una sensación de anticipación reemplazaba la habitual melancolía.

Sergio respiraba profundamente, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir—. No entiendo por qué estoy tan sensible— pensó mientras miraba a Toto con adoración —Es solo una cena, Sergio, mantén la calma.

—¿Te gusta la vista, amor? —preguntó Toto—su voz grave resonando en la tranquila noche.

Sergio sonrió y asintió, tomando la mano de Toto con una suavidad que contrastaba con la firmeza de la de él. Toto siempre tenía ese efecto en Sergio: calma y seguridad, un refugio en medio de cualquier tormenta emocional. Sergio notó cómo los músculos del brazo de Toto se tensaban ligeramente, una señal de la emoción que él mismo no expresaba verbalmente.

—Es increíble, Toto. Nunca imaginé que Santorini fuera tan hermoso por la noche—. Sergio se detuvo un momento, su mirada se perdió entre el camino de las antorchas con los pétalos de rosa y el horizonte, sintiendo una paz inesperada.

—Es más hermosa cuando estás tú aquí—. La voz de Toto se suavizó, un raro indicio de la ternura que guardaba para Sergio. Sus palabras siempre eran medidas, su afecto expresado más en actos que en frases.

Al llegar a la orilla, Sergio se detuvo, desconcertado al ver a Lance Stroll, vestido elegantemente, esperándolos con una sonrisa. La confusión se pintó en su rostro.

—¿Lance? ¿Qué haces aquí? Creí que estabas en Canadá—preguntó Sergio, sus ojos buscando respuestas en los de Toto.

—Lance y George, eran los mejores amigos de Sergio y ambos eran los más cercanos a la pareja, sonrió con complicidad—Sorpresa —respondió el canadiense, guiñando un ojo—. Estoy aquí para algo muy especial.

Toto soltó la mano de Sergio, pero solo para girarlo suavemente hacia él y tomar ambas manos. La seriedad en su rostro contrastaba con la ternura en sus ojos oscuros.

—Sergio sintió que su corazón latía más rápido— ¿Qué... qué está pasando, Torger? — murmuró, sintiendo que las lágrimas volvían a amenazar.

—Sergio, te traje aquí no solo para probar comida exótica—. Comenzó, su voz baja y firme—. Quería que este lugar, este momento, fuera tan inolvidable como lo que significas para mí—. Hizo una pausa, observando cómo los ojos de Sergio se agrandaban de sorpresa y comenzaban a llenarse de lágrimas—. Quiero que seas mi esposo, aquí y ahora.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Sergio mientras trataba de procesar lo que estaba sucediendo. Las hormonas jugaron su papel, haciendo que sus emociones se desbordaran.

La Madrastra II Cherlos II ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora