Capítulo 18

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Antonia miraba al suelo, en silencio. Se sentía abatida. Su cuerpo le dolía por la fuerza con la que la habían derribado en pleno ataque de ira. También le dolían sus manos, las cuales estaban envueltas en vendas. El día anterior había sido tan caótico que había dejado a Antonia con una profunda pena. Se sentía rota.

Berenice, en cambio, echaba humo. Estaba furiosa.

— ¿En qué chingados estabas pensando? ¡No puedes amenazar de muerte cuando ya te están acusando de intento de homicidio!

— Para que me acusen con más ganas.

— ¡No digas pendejadas, Antonia! ¿Qué diría Zira si te escuchara? ¿Crees que estaría feliz con lo que haces? ¿Quieres preocuparla aún más? ¡Así no se va a recuperar!

De repente, la seria expresión de Antonia se convirtió en una de tristeza, y comenzó a llorar.

— Carajo — dijo Berenice, suspirando. — Mira, lo lamento. Sé que la situación está bastante jodida, pero tienes que pensar antes de actuar. No puedes perder la cabeza y hacer estupideces.

— ¡Ya no puedo más, Bere! ¡De veras que no puedo! ¡No sé qué hacer! ¡Debería estar con Azi y no aquí!

— Deja que Gabrielle y yo nos encarguemos de esto, ¿sí? Tú solo aléjate de los problemas. Y Zira estará bien, no te preocupes. Solo espera un poco más, por favor.

Antonia limpió sus lágrimas con sus manos, asintiendo levemente. En ese momento, pensó en Fulvia, quien también le había dicho que no se preocupara por Aziraphella, que ella la cuidaría. Por un instante, se preguntó si debía decirle a Berenice sobre eso, pero rápidamente descartó la idea. Ya era demasiado arriesdado el involucrar a Fulvia en todo ese problema, debía mantenerlo en secreto.

No le quedaba más a Antonia que confiar y esperar. Pero ella ya no podía pensar con claridad, se volvía cada vez más incontenible para sí misma. ¿Cuánto más lograría aguantar así?

Después de la reunión con Berenice, Antonia fue llevada a su celda. Ella se recostó sobre la incómoda banca y cerró los ojos. Con un poco de suerte, lograría dormir un par de horas, aunque seguro las pesadillas terminarían despertándola. Pero eso no le importaba si lograba ver a su ángel en sus sueños.

— Se está a gusto aquí, ¿no? — dijo una voz. — Estás sola. No tienes que cuidarte la espalda de nadie. Ni tienes que escuchar cómo otras roncan.

— ¡Fulvia! — dijo Antonia, levantándose rápidamente, con una enorme sonrisa. — ¿Cómo sigue Azi? ¿Está bien? ¿Está tranquila? ¿Se está recuperando bien?

— Y yo que pensé que te alegrabas por mí — dijo Fulvia, fingiendo tristeza. — Ella está bien. Se ve fuerte. Pero te extraña mucho.

Antonia sintió su corazón estrujarse, mientras las ganas de llorar se le acumulaban.

— ¿Y su abuela? ¿Y Rafael? ¿No han hecho algo?

— No, tampoco la visitan. Su padre casi siempre está con ella. Y cuando no, estamos yo o la Daga.

— Ya — dijo Antonia, recordando a aquella mujer con cicatrices en su rostro.

Antonia se recargó en los barrotes. Se sentía aliviada, pero también triste.

— ¿Qué te pasó? — dijo Fulvia, notando los vendajes que Antonia traía. — ¿Otra vez te peleaste?

— No... solo la asusté para que se fuera...

Fulvia sonrió. Pero Antonia desvió la mirada, avergonzada por lo que hizo.

— No te pongas así. Tuviste tus razones — dijo Fulvia. — Para que estés feliz, ten. Tu ángel te manda esto.

Un 'Nosotras' || Good Omens || Ineffable WivesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora