Capítulo 30

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— Quiero que me acomodes todas las cajas de allá atrás. Y también dale una barrida a este piso, que está bien pinche puerco. Ni que estuvieras en tu cuchitril.

— ...

— Órale, contéstame, pinche grosera.

— Sí, señora — dijo Hestia, arrastrando la voz mientras ponía los ojos en blanco. Por suerte, su tía no la vio mientras hacía aquel gesto.

Lucifer se miró en un espejo y se pintó los labios con un tono oscuro, muy usual en ella. Después de asegurarse de que su apariencia fuera la adecuada, tomó su bolsa y salió con paso apresurado de la zapatería. Una vez que se escuchó el ruido de su auto al arrancar, Hestia suspiró de alivio. La presencia de su tía era sofocante, pero tenía que aguantarla si quería conservar su trabajo... y su vida.

— Maldita Antonia — Hestia susurró para sí misma, mientras se levantaba de su silla.

Desde que su odiosa prima había desaparecido, Hestia había tenido que encargarse de todas las labores de la tienda sin nada de ayuda. A pesar de su insistencia para contratar a alguien más, Lucifer se negaba diciéndole que ella sola podía hacerlo todo. Hestia sabía que su tía era bastante desconfiada de la gente, pero antes solía aceptar a jóvenes que se vieran lo suficientemente despistadas como para darse cuenta de lo que aquella zapatería era en realidad. ¿Qué había cambiado ahora? ¿Acaso era culpa de Antonia? ¿Incluso en su ausencia seguía fregándole a Hestia su pobre y desdichada existencia?

Después de una larga y agotadora tarde, Hestia finalmente salió de aquel lugar infernal, asegurándose de cerrar perfectamente bien. Cualquier error no sería perdonado por Lucifer.

— ¡Ay! No me digas que ya cerraron — dijo una voz detrás de ella.

Hestia volteó y se encontró con una joven mujer mirándola con preocupación. ¿Una clienta?

— Vuelve mañana.

— Pero realmente me urge hoy.

— Pues hubieras venido antes — dijo Hestia, comenzando a caminar.

— Qué grosera.

La paciencia de Hestia había llegado a su límite. Estaba cansada y enojada, así que ¿por qué no? Tal vez desquitar ese coraje con una extraña era lo que necesitaba.

— Mira, pendeja...

— ¿Cómo? — dijo la mujer, pero la sonrisa en su rostro no era la de una persona sorprendida por tal ofensa.

Hestia rápidamente se dio cuenta del arma que la mujer tenía cerca de su cintura, apuntando hacia ella. Por instinto, Hestia miró a su alrededor, pero la calle estaba casi vacía. Además, no era como que alguien se arriesgara a defenderla en tales circunstancias.

— ¿Tanto quieres unos zapatos nuevos?

— Anda — dijo la mujer, haciendo un gesto con su arma para que Hestia comenzara a caminar delante de ella.

Sin embargo, no estaban regresando a la tienda, sino dirigiéndose a una calle aún más oscura. Hestia sentía su corazón palpitar de forma escandalosa. Su mente no dejaba de preguntarse qué era lo que estaba sucediendo. ¿Podrían ser los enemigos de Lucifer actuando contra ella?

— Entra — le dijo la mujer, señalando el auto estacionado en aquella solitaria calle.

Hestia suspiró, sabiendo que no tenía más opción que obedecer. Abrió la puerta trasera del auto y enseguida vio a otra mujer en el asiento contrario.

— Hola, linda. Ven, siéntate — dijo, sonriente.

Hestia obedeció. Aunque tenía la intención de mantener la puerta abierta para poder escapar, la mujer con el arma la cerró y se recargó en ella. Hestia volvió a suspirar.

Un 'Nosotras' || Good Omens || Ineffable WivesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora