Capítulo 9.

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Car’s Outside – James Arthur.

Paul

La madrugada del viernes.

Nerea prácticamente se había desmayado en mi sillón. Decidí llevarla nuevamente a la cama y esta vez no se movió por los siguientes minutos. Estaba decidiendo si dormir en la cama o quedarme en el sillón, pero cuando estaba por salir de la habitación ella comenzó a llorar. Me acerqué a donde estaba, seguía dormida, pero estaba sollozando por algo. No sabía si estaba teniendo una pesadilla, pero me arrodillé a su lado y pasé mi mano por su cabello.

Esperé a que a ella se le pasara, pero no parecía hacerlo. Opté por recostarme a su lado y esperé a que la calma volviera a ella. Cuando dejó de sollozar todo su cuerpo se relajó. Me quité la camisa porque ella irradiaba calor y no sabía si podía encender el aire acondicionado, aún tenía su cabello mojado y no quería que enfermara.

Me sentía agotado, no había dormido mucho y pronto amanecería. Me giré para darle la espalda y algo de espacio, necesitaba descansar un poco si quería enfrentar todo lo que viviría esta noche. Cuando estaba a punto de desmayarme sentí que pasaba una mano helada por mi espalda hacia mi pecho, por debajo de mi brazo. Los nervios me invadieron de pies a cabeza. ¿Estaba despierta? ¿Estaba dormida? ¿Qué se supone que hiciera? Sentí que apoyó su cara en mi espalda, sus labios cálidos rosaron la piel cerca de mi nuca y mi cuerpo de inmediato reaccionó, se me erizaron los vellos de los brazos y el sentir su aliento rosando mi hombro me hizo estremecer un poco. Tragué saliva, de pronto me sentía sediento, ansioso y un pensamiento repentino vino a mi mente: ¿me giraba?

Su mano estaba tan fría que no pude evitar tomarla y acercarla a mi boca. Sus dedos rosaban mis labios, soplé en ellos para calentarlos y deposité un suave beso en ellos. Ella era pequeña, pero se ajustaba a mi espalda, se abrazó a mí y cuando mi corazón alentó su ritmo, el cansancio, la comida y la calidez con la que Nerea me arrullaba hizo de las suyas, no pude contenerme más y me permití dormir así.


Desperté porque sentí algo de frío a mi espalda, estiré la mano para encontrar el cuerpo de Nerea, pero cuando no sentí nada me asusté. Ella estaba de pie al final de la cama sosteniendo sus zapatos. Estaba completamente vestida, lista para irse. Debo admitir que me sentí algo decepcionado al ver que ella se iría sin despedirse, pero traté de disimular sonriendo.
—Creo que a ti sí se te da eso de escabullirte por la mañana —ella parecía estar nerviosa.
—Lo… lo siento, no quería irme sin avisarte —dudó— te dejaría una nota o un mensaje.
—No te preocupes —dije estirándome un poco, busqué una sudadera cercana y la coloqué sobre mi cuerpo—. Te llevaré a casa.
—No es necesario.
—Te voy a llevar.

Mientras me preparaba para iniciar mi día, ella solo estaba sentada en medio de la sala esperando que yo terminara. Me quedé unos minutos en el baño. Estaba más reluciente de lo que yo lo había dejado alguna vez. No sé en qué momento de la noche ella lo dejó tan limpio. Lavé mis dientes y mientras me miraba en el espejo, no pude evitar pensar en la manera en la que sus dedos rosaron mis labios. Cerré los ojos y recargué mi frente en mi reflejo. Necesitaba algo de espacio, lo sabía.

El trayecto a su casa lo hicimos en silencio, ninguno de los dos tenía mucho qué decir, no sé si había una especie de acuerdo que ambos estábamos siguiendo, pero ver que ella solo observaba los edificios a través de la ventana me calmó un poco.

Cuando por fin me estacioné frente a su casa, ella desabrochó su cinturón y por fin sus hermosos ojos se posaron en mí.
—Suerte en tu cena de hoy —dijo moviéndose para salir del auto.
—Gracias —sonreí y ella salió, aún llevaba mi ropa puesta, lo que me hizo reír un poco—. Sigue resistiendo, convierte esas lágrimas en sudor… —rogué y ella soltó una risita divertida—. Buena suerte, Nerea.
—Hasta luego Paul.

El Corazón de NereaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora