El sol ni siquiera salía del todo y las dos estaban por demás cansadas. De tratarse de un viaje normal, habrían aprovechado el balanceo del bus y el suave repiqueteo de las ruedas sobre el asfalto para dormir aunque sea unas horas, sin embargo, ese no era un viaje normal.
Minji se había acurrucado en su butaca, con la frente pegada a la ventanilla fría, veía los árboles al costado de la carretera pasar y pasar como una enorme mancha de tinta negra, apretada contra su pecho llevaba aquella invitación sin nombre y sobre sus hombros pesaban los nervios —y el miedo— de volver a "casa".
Y no estaba segura del todo, aún dolía esa última vez.
Habían pasado ya casi cinco años. La ruptura total del vínculo con sus padres coincidía casi a la perfección con la primera vez que puso un pie en el Orange. Lo recordaba demasiado bien.
Hasta ese momento ella se había creído el cuento de que los corazones se rompen solo por un mal amor, pero aquello le enseñó —por las malas— que no era la única forma. A veces pensaba y estaba segura de que si se concentraba lo suficiente todavía podía sentir el dolor que el agua helada del lago había dejado en sus pies después de esa última noche, aun así, no tenía ningún resentimiento para con sus padres, porque quizás había sido su culpa, quizás no les había dado tiempo de procesar todo lo que había pasado.
La primera vez que lo intentó había sido tan pronto recibió su diagnóstico, su madre había dado un paso hacia atrás con los ojos llenos de lágrimas, pero no eran lágrimas compasivas, tampoco eran de pena, había asco en esa mirada, había rechazo.
—¿Qué hiciste? —preguntó su padre.
Jamás un "¿estás bien?", jamás un "¿cómo?" ellos solo asumieron que la culpa fue suya, obviaban que el hombre con el que se había casado apenas salir de la escuela fue su única pareja sexual hasta ese entonces.
Minji se alejó esa vez, tomó lo poco que tenía y pasó los primeros meses yendo de aquí para allá, de albergue en albergue, de grupo de ayuda en grupo de ayuda. Su primer trabajo había sido en la cocina de una vieja cafetería de paso, la echaron tan pronto supieron que era VIH positivo.
Era ridículo, se suponía que ya no había estigmas sociales sobre eso, se suponía que ya no discriminaban.
Tomó sus cosas y se alejó un poco más.
Otro albergue, otro grupo, otro trabajo, esta vez de cajera en una tienda. Fueron amables ahí, sus días se hicieron más llevaderos, sin embargo, ella ya no hablaba con sus padres, ya no hablaba con Siyeon —lo único bueno que le quedaba de esa vida anterior—. Minji no se había atrevido a contarle de su diagnóstico, prefirió simplemente dejarla, sabía que se enteraría tarde o temprano, los rumores en la villa corrían con el viento.
Su primer golpe de suerte fue conocer a Dil en ese grupo de ayuda, luego fue Handong y, dos años después, juntó valor y volvió a "casa" a pesar de estar muy consciente de los riesgos, a pesar de saber que podría salir con el corazón roto una vez más. Pero en su cabeza sus padres solo necesitaban un poco más de tiempo para entender lo que había pasado, para aceptar que estaba enferma y que no era su culpa, después de todo, ellos eran buena gente, después de todo, quizás también la habían extrañado.
Se encargó de hablar con Siyeon esa vez, ella le aseguró que estaría cuando la necesitara y no le mintió. Después fue con mamá y papá. Recibió un par de miradas cargadas de desprecio y un fuerte portazo.
—¿Estás nerviosa?
Yoohyeon habló en voz baja a su lado, ella apretó los labios y asintió.
—Estaba pensando en cuando quise intentarlo la última vez.
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NO! (JiYoo)
FanfictieYoohyeon vivía su sexualidad al máximo. Noche tras noche, su cuerpo ardía bajo las caricias de una nueva compañía. "NO" era una palabra que no conocía, pero, esa madrugada en el bar, todo cambió para ella.