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El retumbar de la música llegaba ahogado hasta la acera. Los fines de semana, el olor a basura de los restaurantes solía llenar el aire en esa parte de la ciudad y, de pie junto a una de esas bolsas apestosas, estaba Yoohyeon.

Ella tomó aire fastidiada y su nariz se arrugó en el acto. Rodó los ojos y se asomó por un costado de la fila: aún quedaban como veinte personas antes que ella, a ese paso la noche acabaría antes de que pudiese siquiera tocar la pista de baile. Miró su celular marcando las 2:45 AM y sin pensarlo demasiado avanzó por un costado ignorando las quejas e insultos que le llegaban. Siguió adelante haciendo oídos sordos, después de todo ¿Qué importaba?

—Disculpe... —llamó la atención del gorila que custodiaba la entrada. El sujeto era enorme, debía medir alrededor de dos metros y su cuerpo robusto y fornido asemejaba un muro carne. Él la miró, entre cansado y confundido— ¿cree que pueda dejarme pasar? —pidió apoyando las manos con delicadeza en el pecho del hombre.

El gorila volvió a echarle un ojo, imponente, frío.

Yoohyeon era una joven hermosa: alta, delgada, desbordaba seguridad en cada mirada y esa noche llevaba una falda que se ajustaba perfectamente a su pequeña cintura y anchas caderas, el cabello le caía en largas ondas plateadas por sus hombros y se perdía en la línea de su espalda descubierta.

—Lo siento mucho, señorita —habló con voz rasposa al tiempo que, por la cintura, la alejaba de él de la forma más gentil que sus enormes manos le permitían —. Regrese a la fila.

Sintiéndose un poco humillada, ella le devolvió una sonrisa falsa y luego se alejó de ahí aún más molesta que antes. ¿Y cómo no iba a estarlo? Había salido de por sí ya muy tarde esa noche y no le apetecía para nada volver a la soledad de su apartamento, no sin haber tenido una buena noche que —como de costumbre— no recordaría a la mañana siguiente.

Solo unos cuantos toques bastaron para encontrar algunos bares cercanos, chequeó las direcciones y el más próximo estaba apenas a unas pocas calles de ahí: "Orange". Jamás había oído de él, pero eso era lo de menos. Su regla de oro era no repetir, y eso le había evitado muchos momentos incómodos en los últimos años.

El ambiente en ese bar —incluso antes de entrar— era muy diferente al del otro club. No había una multitud ruidosa haciendo fila y en la puerta un hombre bastante mayor, robusto y barbado descansaba demasiado relajado en una banqueta de hojalata, no se parecía en nada al del gorila trajeado de hacía un rato.

—Buenas noches, señorita —la saludó muy educado y hasta le abrió la puerta en un anticuado gesto de caballerosidad.

Ella agradeció con una sonrisa y le dedicó una reverencia a modo de saludo. Apenas pasar, fue el pesado olor a tabaco y alcohol lo que le dio la bienvenida, el brusco cambio de temperatura la hizo sentir un poco mareada. Afuera, el aire era helado y el outfit de esa noche no cubría más que lo necesario, el alivio fue inmediato con la calidez que ofrecía el lugar. Se quedó de pie en la entrada y echó un vistazo rápido al local: pequeño, algunas mesas de chapa cromada —casi todas ocupadas— reflejaban los colores brillantes que escapaban de la pista, donde una decena de personas bailaban al ritmo de música pop anticuada que abusaba del uso de sintetizadores y —a sus oídos— sonaba rara.

Suspiró.

«Es lo que hay» pensó y acomodó su cabello antes de dignarse a bajar la escalinata que llevaba a la pista, lista para comenzar su noche.

No pasaron más de dos canciones para lograr llamar la atención de todo el bar. Yoohyeon sonreía, coqueteaba sin disimular, jamás se negaba a recibir atención, no importaba si eran hombres o mujeres.

NO! (JiYoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora