Alexei
Estaba llegando a casa, eran más de las seis de la tarde. Hoy había mandado al chófer junto a Karla a recoger a mi hija. Estaba demasiado ocupado, y aunque moría por ver a Anashia, por ahora no podía ser. Las ventas en la empresa habían incrementado y necesitaba estar pendiente para levantar la compañía que mi madre dejó y que sus hermanos habían llevado a la quiebra. Al menos pude hablar con Anashia un buen rato por teléfono. Por otro lado, mi primo William me había llamado, pero no quise responderle. Aún tenía en mente cómo había hablado de Anashia la noche anterior. Parecía que realmente le gustaba mucho y necesitaba hacer algo al respecto, confío en el amor de Anashia hacia mi pero no en él.
Aparqué el coche en la entrada de la casa. Salí y le entregué la llave al guardia para que lo guardara.
Entré a la casa y busqué a mi hija, pero no la encontré. Fui hacia la cocina y vi a Margarita preparando la cena.
—Hola, Margarita —la saludé—. ¿Qué estás cocinando hoy?
Margarita me sonrió mientras removía algo en una olla.
—Buenas tardes, señor. Hoy estoy preparando estofado de ternera con patatas y zanahorias. Y de postre, una tarta de manzana casera.
—Huele delicioso —dije, aspirando el aroma.
Margarita se limpió las manos en el delantal y me miró con curiosidad.
—Señor Alexei, quizás no debería entrometerme en su relación pero te crie junto a tu madre y deseo lo mejor para ti y por lo tanto te pregunto ¿Estás bien?—Miró a Margarita y luego niego.
—Mi matrimonio es un caos, desde que regrese a Nicaragua, de echo días después de casarme, solo que esta vez esta cada día más peor—Suspiré, sintiendo un peso horrible en mi pecho.
Margarita asintió con comprensión.
—Espero que todo mejore, señor, mas que todo por la nena y el bebé que nacerá pronto. Mientras tanto, ¿quiere que le prepare algo para relajarse un poco? Un té, tal vez.
Sonreí, agradecido por su amabilidad.
—Un té estaría perfecto, gracias, Margarita.
Mientras Margarita se movía por la cocina preparando el té, me apoyé en el marco de la puerta, pensando en cómo podría ensamblar una conversación con Natalia sin que haya gritos.
***
Después de cenar subí a mi habitación, pero antes pasé por la de mi hija. La encontré profundamente dormida y Karla estaba con ella, así que no quise interrumpir. Entré a mi habitación y me di una ducha ligera. Al terminar de refrescarme, me vestí con una camiseta blanca y unos shorts deportivos. Soltando el aire que tenía estancado, salí de mi habitación para dirigirme al de Natalia.
Me detuve cuando la escuché reír. La puerta estaba entreabierta, así que la vi echada en la cama, riendo mientras hablaba por el móvil. La observé un momento, notando lo bien que se veía, y toqué su puerta disimuladamente.
—¿Quién es? —preguntó, colgando la llamada y quedándose recostada.
—Natalia, ¿puedo entrar? —pregunté, y ella respondió.
—Sí, entra.
La vi y parecía diferente a hace unos minutos. Se limpió los ojos y luego me miró con una cara triste. Me acerqué lentamente, pensando de lo que debía decir.
—Natalia, necesitamos hablar —dije, tratando de mantener la voz firme.
—¿Sobre qué? —preguntó, aunque en sus ojos parecía saberlo.
Tomé aire y solté las palabras que llevaba tiempo ensayando en mi mente.
—Quiero pedirte el divorcio.
Ella me miró y sonrió de lado. — En serio—Soltó elevando las cejas.
—Pero no ahora, cuando nazca el bebé.Para mi sorpresa, no mostró el choque que esperaba. En cambio, asintió lentamente, como si ya hubiera contemplado esta posibilidad.
—Está bien —respondió con una calma inquietante—. Pero tengo unas condiciones.
Me quedé en silencio, esperando a que continuara.
—Primero, quiero que sigamos viviendo juntos hasta que nazca el bebé. No pienso irme de esta casa, de echo ni tu, te iras.
A qué viene eso, yo puedo dormir en cualquier lugar.
—No te estoy entendiendo.—Mencioné mirándola. Que planea.
—No quiero que nuestra hija se dé cuenta de nada hasta entonces. Segundo, quiero que garantices que tendré suficiente apoyo económico para cuidar de nuestros hijos. Y, por último, quiero que tratemos de mantener una relación cordial por el bien de ellos más por Luna.
Su respuesta me dejó sin palabras. Realmente lo hacía por Luna. Asentí, reconociendo la lógica en sus demandas.
—De acuerdo, Natalia. Cumpliré con tus condiciones, pero no puedes decirme qué hacer con mi vida.
—¿Estás tan apurado por irte con esa mujer? —declaró, enojada.
—No empieces. Eso no tiene nada que ver con lo que estamos hablando.
—Está bien, no importa. Jamás pensé que tendrías un amante —dijo, negando con la cabeza, mientras que yo intentaba salir de su habitación—. Yo sí te amé desde que nuestros padres nos presentaron. Jamás te fui infiel. Lamentablemente, en el corazón no se manda. Solo espero que nada de esto perjudique a nuestra hija y a nuestro pequeño que ni siquiera ha nacido.
—Creo que aquí termina la plática. El asunto solo era hablar del divorcio; lo demás no tiene nada que ver —comenté, saliendo de la habitación.
—Haz lo que quieras, pero luego no te arrepientas—Grito histérica.
Bajé las escaleras, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza. La confrontación había sido inevitable. Llegué al salón y me dejé caer en el sofá, tratando de procesar todo lo que acababa de suceder. Mis pensamientos volvían una y otra vez a Luna y al bebé que estaba por nacer. Tenía que asegurarme de que esta situación no les afectara más de lo necesario.
Tomé el teléfono y marqué el número de mi abogado. Necesitaba empezar a organizar todo para cuando llegara el momento, y que el proceso fuera rapido.
—Señor Servante, buenas noches. ¿En qué lo puedo ayudar? —saludó el abogado Juan Pablo.
—Necesito que empiece el proceso de divorcio en unos meses —respondí—. Quiero asegurarme de que se gestione correctamente la división de nuestros bienes, como la casa y otras propiedades. Además, quiero hablar sobre la custodia de nuestra hija. Estoy dispuesto a llegar a un acuerdo razonable sobre el tiempo que pasará con cada uno de nosotros, pero es importante que su bienestar sea la prioridad.
—Entiendo —dijo el abogado—Vamos a asegurarnos de que todos estos aspectos se aborden adecuadamente.
Cuando finalizó la llamada, salí de la casa y me dirigí a la casa de Anashia. Marqué su número varias veces, pero ella no respondió; probablemente estaba ocupada. Decidí no insistir más.
A los diez minutos, aparqué el coche en la entrada de su casa. Noté que había otro vehículo estacionado. Miré rápidamente hacia su portón y vi que estaba con un hombre. Al acercarme, reconocí que era mi primo William. Sentí una ola de furia recorrerme y apreté los puños con fuerza.
Me quedé en el coche, observando la situación desde la distancia. Mi mente estaba inundada de preguntas y emociones conflictivas. ¿Qué estaba haciendo William allí? ¿Por qué Anashia no me contestaba la llamada?
Tomé un par de respiraciones profundas para calmarme. Sabía que actuar impulsivamente no ayudaría en nada. Tenía que abordar la situación con calma y racionalidad. Decidí esperar unos minutos más, observando desde el coche, para intentar entender mejor lo que estaba ocurriendo antes de tomar cualquier decisión.
Quizás él vino por trabajo, o eso quiero pensar.
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La Amante.
RomantikAnashia creía que ser la otra sería una ventaja para dejar atrás las inseguridades de su pasado, pero aún no estaba segura de querer ser el segundo plato. Ser la amante es como ser un diamante oculto, difícil de exhibir.