Alexei.
El aeropuerto zumbaba con una energía eléctrica mientras caminaba por la terminal. Estaba impaciente y ansioso por ver a mi hija y, por supuesto, a Anashia. Había llamado al chofer antes de despegar y ahora él estaba esperando por mí. Subí al coche y el chófer arrancó. Dejé escapar un profundo suspiro de alivio; estas dos semanas habían sido agónicas, especialmente con la pérdida de mi padre y el desastre que provocó en la empresa. Con una firme negación, decidí apartar de mi mente todo lo ocurrido en estos días, por ahora lo único que necesito es relajarme unos días, antes de irme de nuevo.
Al llegar a la casa, el chofer estacionó el coche en la entrada. Lo primero que hice fue buscar a mi hija. Al verme llegar, gritó eufórica:
—¡Papi, ya has vuelto! —Mi princesa bajó las gradas rápidamente. La envolví en mis brazos, necesitando su calor y su aroma cálido. Mi hija era todo lo que me hacía olvidar el doloroso acontecimiento de la muerte de mi padre.
—Mi Luna, papá te extrañó un montón. No veía la hora de llegar y abrazarte.
Mi hija comenzó a llorar de felicidad.
—Papi, yo te extrañé mucho más. No me dejes de nuevo.
Un horrible nudo se formó en mi garganta. Esperaba que Natalia hubiera cuidado bien de la niña. No sabía qué hacer, ya que debía irme de nuevo.
—Cariño, no te preocupes. Vamos a hablar luego de eso. ¿Qué tal si vamos de paseo? —le propuse para que no siguiera llorando. Me aflige verla así. Miré a Karla bajar las gradas y luego me saludó.
—Señor Servantes bienvenido.
—Gracias Karla.
—Papi, ¿a dónde iremos?
—Uhm, vamos a comer un rico postre y luego al parque de diversiones, y a donde tú quieras ir.
—¡Sí! ¡Yupi!
—Karla, prepara a la nena y alístate. Iremos a dar una vuelta, por cierto le traje muchos obsequios. Mi nena sonrió mostrando sus dientecitos.
La nana de mi hija sonrió levemente, luego miró a la niña y le dijo:
—Vamos, pequeña, te pondré bella.
La niña asintió y se fue con Karla. Subí las escaleras para entrar en la habitación de Natalia y preguntarle cómo estaba, pero me detuve al escucharla hablar.
—Sabes muy bien que él no me complace. Por esa razón necesito verte… No, lo siento, ni lo pienses, lo nuestro no puede acabar…
Vaya. Sonreí aliviado. Al parecer, tiene a alguien. La vi enojada cuando entré interrumpiendo su conversación, y ella rápidamente bajó el móvil.
—Alexei, no pensé que vendrías hoy —dijo sorprendida y tartamudeando.
—Vine a ver a mi hija y a ver si ella estaba bien, y espero que tú igual. Nos vemos, ya que veo que estás ocupada. Así que buenas noches.
Natalia se levantó de la cama y se acercó a abrazarme, pero me alejé sin ser grosero.
—Me alegra que estés aquí, pero ni siquiera me permites abrazarte —mencionó con reproches.
—Natalia, ¿para qué, si ya no hay nada? Nunca lo hubo más que nuestra unión gracias a mis padres, y luego nació Luna. Tú puedes hacer tu vida; por mí, no hay problema.
—Estás loco. ¿Cómo podría hacer mi vida estando embarazada y encima aún no me he divorciado? ¿Qué te pasa? —espetó molesta, y yo negué, porque lo escondía. La escuché muy bien.
—No finjas, ¿ok?
—¿De qué hablas?
La miré fijamente, sin querer decirle nada. Espero que cuando nos divorciemos, ella encuentre un hombre que la ame de verdad.
—Seguro escuchaste cuando estaba hablando con mi madre.
—Tranquila, no me des explicaciones. Bueno, me alegra verte bien. Me voy.
—¿A dónde vas, si acabas de venir de viaje?
—No tengo que decírtelo, pero ya que me lo preguntas, iré de paseo con mi hija.
—Y de seguro con tu amante —comentó exaltada.
—Fíjate que sí. Hasta luego.
Natalia sollozó y gritó enojada.
—Eres un maldito de mierda. Para eso has venido a mi habitación, para mencionarme y echarme en cara lo de tu amante. ¡Esa maldita perra roba maridos!
Estaba por irme, pero me detuve al oírla hablar de esa manera.
—Natalia, fuiste tú la que empezó, y me pregunto por qué haces una escena si tú tienes uno también…
—Eres un idiota. No tengo un amante, y ni siquiera te fui infiel en toda mi vida. Solo fui tuya y de nadie más. Ahora quieres hacerme sentir menos.
—Ya, sí. La nena puede escucharnos. Hablemos luego.
Dicho eso, salí de la habitación, pero me quedé helado al ver a mi hija mirándome con lágrimas en los ojos, aferrada a la mano de Karla.
Mierda.
—Pequeña, nos vamos —le dije, tomando su mano, pero ella la alejó de mí. Fruncí el ceño, confundido—. ¿Qué pasa, pequeña?
—¿Por qué peleas con mi mami? — Menciona enojada. Niego abrazándola, y esta vez ella aceptó el gesto.
—Eres muy pequeña para entender estas cosas. ¿Ahora vamos a salir o no?
Ella asintió triste y miró hacia la puerta de la habitación de Natalia. Pobre mi niña, ella no debería ver estas cosas.
Me encontraba disfrutando de una tarde perfecta comiendo helados y postres con mi hija y su niñera. Nos estábamos divirtiendo mucho, especialmente mi pequeña. Después, decidimos ir al parque de diversiones que quedaba cerca de la casa. Había una feria de ventas y no pude evitar comprarle de todo a mi hija. Jugamos en los toboganes, en los columpios e incluso en la rueda de Chicago, como la llaman aquí en Nicaragua.
Al ver que mi niña estaba cansada, decidí que era hora de regresar a casa. Ya eran más de las siete de la noche y prácticamente habíamos pasado toda la tarde juntos. Al llegar, la llevé a su habitación porque se había quedado dormida. Me quedé admirándola por unos minutos. Era tan parecida a mí, con sus ojos azules, su cabello y sus gestos. Ella era lo que más amaba en este mundo, y sin importar lo que pasara, siempre estaría a su lado, así como con el pequeño que nacería en unos meses.
Antes de salir de su habitación, le pedí a Karla, que la cuidara bien ya que yo regresaría por la mañana.
—Señor Servantes, solo quería informarle que la nena no tendrá clases mañana. Quisiera que me diera permiso de llevarla a al cine en Multícentro.
—Claro que sí, y siempre debes ir con el chófer, estamos.—Añado sacando dinero de mi billetera—Cómprale lo que ella quiera
—Sí señor.
Salgo de la casa y voy hacia el de mi amada Anashia. Miré las bolsas de regalo que le he comprado, se que a ella le encantará.
Cuando llegué a su casa, mi corazón latía con fuerza. Toqué la puerta con suavidad, queriendo sorprenderla. La puerta se abrió y ahí estaba ella, más hermosa que nunca. Sus ojos se iluminaron al verme y una sonrisa se dibujó en su rostro. En ese momento, supe que, sin importar lo difícil que pudiera ser a veces, todo valía la pena por estar con ellas, con mi hija y con Anashia.
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La Amante.
Lãng mạnAnashia creía que ser la otra sería una ventaja para dejar atrás las inseguridades de su pasado, pero aún no estaba segura de querer ser el segundo plato. Ser la amante es como ser un diamante oculto, difícil de exhibir.