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Me encontraba en la habitación de Mateo, sentada en el borde de su cama mientras terminaba de explicarle todo lo que había pasado con Gonzalo en esta semana, cuándo comenzó todo, cómo me sentía, y que había pasado hoy, en el medio metí el tema de Bautista, porque ya no le quería ocultar nada. El me escuchaba atentamente mientras se apoyaba contra la puerta de la habitación.

–Y así terminé acá...ya sé que soy una mandada y que te tengo que avisar antes... perdón.

–No me pidas perdón Colo, está todo bien. Me alegra que hayas venido. Y con respecto a tu hermano, yo te debería pedir perdón, al final nada que ver lo que yo te había dicho. Que cagada...

–Es que no tenías forma de saberlo. Está bien así...–Mateo avanzó y se sentó a unos centímetros de dónde estaba. Ninguno pronunció una palabra, sabíamos que nada era bueno para decir ahora.

–¿Querés dormir?–Preguntó con cierta timidez.

–No... no tengo sueño. ¿Vos?

–No, yo tampoco...

Me levante de la cama y comencé a recorrer la habitación. Me miré en el gran espejo, tenía la cara demacrada, y los ojos hinchados de llorar... Me acerqué a su escritorio y miré algunas fotos que tenía de pequeño. Era bonito y gordito. Tenía otras con amigos y luego encontré una con su mamá. Me detuve ante esta y la observé detenidamente. Mateo apareció a mi lado.

–Tenés sus ojos.– dije y sentí su mano sobre mi hombro. Levanté la mía y se la acaricié, era cálida y contrastaba con la temperatura de la mía.

Terminé de explorar su gran habitación y me concentré en la PlayStation que descansaba debajo del televisor. Cómo quería hacer algo que me sacara de mi mal día esa cosa me llamó la atención rápidamente.

–¿Jugamos?– pregunté, y Mateo levantó las cejas algo sorprendido, borró rápidamente ese gesto mientras asentía y se le veía una ligera hilera de dientes perfectos.

Era algo que envidiaba de él, tenía una dentadura perfecta, mientras que la mía estaba algo chueca.

Terminamos eligiendo el Fifa, único videojuego en que el que coincidíamos gustos, pero las risas no faltaron. Su papá, llegó y nos saludó esta vez sin asombrarse de mi visita, si no que me recibió con una cálida sonrisa y se metió a otra habitación. Quedamos tan sumidos en el juego que no nos dimos cuenta que se habían hecho las 2 de la mañana.

–Te gané– dije con aire triunfante, dando un giro y quedando boca arriba en la cama al lado de Mateo que se posicionaba igual pero boca abajo.

–Eso porque te dejé ganar– se defendió mientras se apoyaba de costado sobre su mano y codo dejando ver su brazo delgado que se tensaba por la fuerza.

–Mentira, sos un envidioso, eso es lo que pasa– sonreí y le toqué la punta de la nariz.

–Yo nunca pierdo– alardeó arqueando sus cejas, con un tono superior.

–¿Ah sí?– tomé una almohada a mis espaldas y lo golpeé con esta.

–¿Me estás desafiando?– me imitó.

Comenzamos a pegar golpes secos mientras nos reíamos. En un intento de zafarme de su almohadazo, apoyé la rodilla sobre el borde de la cama, haciendo que me resbale y caiga, efectivamente, sobre Mateo. Por primera vez lo contemplé de tan cerca, mirando sus ojos que indagaban intensamente los míos.

–Que lindos ojos– dijeron mis labios sin que yo tenga pensado decir eso, y Mateo en respuesta me sonrió haciendo que sus pómulos se elevaran.

Mi mirada bajó a sus labios, finos pero con un color rosa prominente, que al mismo tiempo se camuflaba con el resto de la piel.

Vuelo Atrasado|| TRUENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora