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Después del acontecimiento con Mateo, las cosas quedaron algo distanciadas, puesto que yo me aferré demasiado a mi hermano y él siguió con su vida normal y corriente, me llevó hasta el hospital y de ahí no volvimos a hablar hasta tres días después, dónde ya no aguantaba más su ausencia.

Hay veces que me preguntaba como estaba, y solía responderle con un simple "Bien". Y bien era lo último que me sentía. Estaba mal por Gonzalo, y ya me había acostumbrado a estar así aunque era agotador. Llenarse la cabeza de malas expectativas parecía mi pasatiempo favorito.

Estaba en mi casa, aburrida y sola. Gabriela trabajaba a morir, porque con la enfermedad de Gonzalo, había que pagar las sesiones de quimioterapia que iba a comenzar.

Le estaba terminando de dar de comer a mi gato cuándo unos golpes en mi puerta me hicieron girar frenéticamente tirando comida por todo el piso de la cocina.

–La concha de la lora– Insulté algo fuerte y caminé en puntitas para no pincharme, abrí apenas la puerta. Era Mateo. Lo recorrí con la mirada y observé que llevaba puesta una musculosa. Era la primera vez que lo veía con una puesta. Bajé la mirada, tenía un simple jean suelto.

–Ey– dijo y me sacó de mi trance. Me había quedado anonadada con la forma en que esa musculosa le hacía resaltar los brazos ligeramente marcados.– ¿Me vas a dejar pasar o...?

–Ah sí, si– abrí del todo la puerta y Mateo entró. Vi que llevaba una bolsa en la mano y me pregunté qué era lo que tenía.– ¿Y eso?

–¡Hola que tal tanto tiempo... Como me alegro de verte!– se burló.

–Mmm no yo no sé si me alegro de verte.– Le respondí sin ganas. Por dentro deseaba tanto su presencia, y me ponía feliz de que estara acá.– Dale, que es eso– insistí.

–Es helado... ¿Te gusta el helado no?... Si no, puedo comprarte otra cosa... No te pregunté, quería que sea sorpresa– tartamudeó y no pude evitar sentir una gran ternura por su parte. Estaba nervioso, podía verlo en sus ojos. Me acerqué lentamente y le saqué la bolsa de las manos para darle un abrazo.

–Gracias, me encanta– Dije. Si, tenía un gran gusto por el helado, pero no estaba segura si iba a poder comerlo todo. Podía aguantarme al menos una vez, solo por él.

–Qué bueno... Traje sabores al azar, nunca te pregunté tus gustos.– Nos dirigimos hacia el comedor y agarré dos cucharas de metal.– ¿Qué pasó en el piso?–preguntó refiriéndose al desastre hecho segundos antes de abrir la puerta.

–Ah... es la comida de Can... No sabe comer– mentí. El gato que estaba sentado en la mesada pareció echarme una mirada incrédula.

–¿Le pusiste "Can" a un gato?– rió.

–Por Canserbero– rodeé los ojos y me senté en la mesa con la cuchara en la boca para destapar el helado.

–¿Te gusta mucho no?– Mateo revoleó la cuchara al aire y la atrapó en un acto limpio.

–Ajá.– Destapé el helado y me quedé observando los gustos.– ¿Qué son?– pregunté.

–Dulce de leche, limón y crema del cielo. El último es una cagada, iba a decirle que lo saque pero...– Mateo calló cuando me lleve una cucharada del último sabor de helado a la boca. De los tres que había traído era el único que me gustaba.– Definitivamente sos rara.–dijo él.

–Es lo más ese sabor– me quejé con la boca algo llena– Vos sos el raro que trae gustos de mierda.– me encogí de hombros y recibí un empujón por parte de Mateo. Comenzamos a batallar como de costumbre y él terminó ganando cuando me levantó con sus hombros y yo boca abajo golpeaba su espalda. Rendida me bajó y toda la sangre que tenía en la cabeza también.

Vuelo Atrasado|| TRUENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora