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20 de Octubre de 2014

Una semana, o quizás más, era el tiempo que había pasado mientras Mateo me ignoraba completamente. No podía negar que yo no hacía mucho por hablarle, mi orgullo no me lo permitía.

¿Te importa? Demostrálo.

Claro que lo quería demostrar, más que nada, pero simplemente no podía. Era algo inalcanzable, quizás también algo de pereza, sin embargo no podía verlo sufrir por mi culpa.

En esa semana mi mente se había pasado pensando en esa discusión cada minuto que se le permitía. ¿Por qué no dejaba que me ayuden? Pues porque siempre se terminaban cansando de no lograr nada. Era como enseñarle a un perro a que agarre una pelota y este no pueda hacerlo, el dueño se cansa. No me quería comparar con un perro, pero a veces me sentía uno, uno inútil que no aportaba nada a nadie.

Había desaprobado biología, estaba claro que no podía pensar el nombre de una arteria sin ponerme a llorar. Este chico me estaba volviendo débil, o quizás, estaba descubriendo sentimientos que antes no sabía ni que podía tenerlos.

–¡Biología Colo!– se quejó Gabriela– Ya van dos materias abajo, me parece que te voy a cancelar las salidas.

–Hacé lo que quieras– respondí cansada, a esta altura ya me chupaba un huevo la mitad de las cosas.

–¿Qué te pasa? Estuviste de un humor esta semana...– preguntó mientras se sentaba a mi lado en el sillón de la habitación de Gonzalo. Él dormía, las sesiones de quimio o radio, ya ni sabía cuál era, lo estaban dejando en un estado deplorable, adelgazaba muy rápido, y su respiración era lamentable de escuchar.

–Nada... La escuela, ah y me duele la cabeza– mentí. Me llevé la uña a la boca y comencé a morderla nerviosamente. Gabriela al instante que vio esto me la sacó ya que no le gustaba que lo hiciera, le daba impresión, como a mí cuando se truenan lo huesos adelante mío.

–Colo...– tomó mi mano y al sentirla, su gesto cambió rápidamente, me subió la manga del buzo y con un movimiento brusco la aparté.– Sacate el buzo– ordenó.

–No.– Gabriela tiró su típica mirada de madre amenazadora y terminé obedeciendo. Se levantó y me llevó al baño de la habitación para ponerme frente al espejo.

–¡Mirá esto!– levantó mi remera y contemplé una monstruosidad. Las costillas subían y bajaban por la respiración agitada que había adquirido. Giré sobre mi eje y pasé a la espalda. Era un esqueleto.– Que te hiciste...– se lamentó mi madre.

–Estoy bien– me acomodé la ropa. ¿Quién me iba a creer?

–¿Bien? Bien enferma estás... No puedo creerlo... ¿por qué?

Quise retener el llanto pero fue en vano. A los segundos estaba llorando como una nena chiquita y Gabriela me envolvió en un abrazo reconfortante.

–¡No sé!–chillé– No sé por qué lo hago, simplemente no me gusta mi cuerpo ma... Nunca me gustó... siempre te tuve envidia a vos, a Abril, son perfectas, y después estoy yo, fea, horrible– grité.– ¿Que me pasó?

–¡Gina por dios! ¿Por qué nunca me lo dijiste? Pasaste por todo esto vos solita amor...– me acunó el rostro lloroso– como vas a decir eso... sos hermosa Colito, no puedo creer que... que te hiciste esto... ¿Te das cuenta de lo que pudo haber pasado?

–Si...y por eso es que lo hacía– admití apenada. Tenía que soltarlo, no aguantaba más guardarme el secreto dentro de mí. En cualquier momento explotaría y quien sabe en que pudiera haber acabado esto– Pero ya no quiero más esto ma... Lo quiero superar, es agotador.

Vuelo Atrasado|| TRUENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora