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Volví a soñar que caía, pero esta vez llegaba al precipicio donde todo era agua, y estaba flotando nuevamente. Alguien me susurraba al oído pero no podía comprender que era... No podía reconocer la voz, me sonaba familiar pero no sabía de dónde. Era dulce y estaba triste. Hice un gran esfuerzo por entender que palabras eran las que usaba... Traté de gritar pero tampoco podía.

Tenés que despertar...

Más intentos por salir de esa pesadilla horrible. Era como nadar en cemento y que poco a poco se vaya endureciendo, junto con la desesperación de quedarse atrapada ahí para siempre.

Hacelo por tu hermano, por favor– Suplicaba la voz...

Vos podés Gina...

Me levanté agitada de nuevo, miré a Mateo que seguía a mi lado pero dormía pacíficamente. Se veía tan hermoso. Era tan hermoso.

La luz del día inundaba la habitación y me rasqué los ojos mientras intentaba recordar lo que había soñado. Ya se estaba borrando.

–Mmm, hola– su voz ronca me dejó sin aliento. Volteé hacia él y lo saludé con una media sonrisa. Se estiró en la cama y luego bostezó.

–Tuve un sueño muy raro– comenté.

–¿Podes creer que yo también? Pero siempre me pasa lo mismo, me lo olvido al toque.– respondió de nuevo con su voz mañanera mientras se pasaba las manos por el pelo despeinado.– Me voy a bañar.

–Ya era hora.– lo molesté.

–Andáaa– se incorporó y se tiró sobre mi aplastándome– un olor a culo tenés vos linda. – reí y me escapé.

Mateo tomó sus cosas y se fue a bañar. Hundí la nariz en mi remera, no había olor alguno, pero necesitaba más que nada una ducha. Podía esperar a llegar a mi casa si aguantaba.

A los pocos minutos Mateo ya estaba bañado y con los mechones goteándole el buzo que llevaba puesto.

–¿Vamos a desayunar?– tragué saliva y asentí. Mateo movió la cabeza cómo un perro y me empapó con el agua que quedaba en su cabello. Levanté los brazos para cubrirme y terminamos riendo.

–Sos un boludo.

Al bajar, nos encontramos con Pedro que nos echaba miradas pícaras. Trataba de aguantar la risa y explicarle que no pasaba nada entre nosotros pero me ahorré el acto de vergüenza que iba a ser eso.

–Nos vemos chicos, cuídense– guiñó un ojo y se marchó. Apreté los labios y miré a Mateo que reía para sus adentros mientras abría la heladera.

–Que gil que es...– decía cada tanto y preparaba los cafés.

Mateo dejó un café en la mesada y le di pequeños sorbos. Las tostadas que había hecho ni las toqué, y podía sentir su curiosidad brotar por sus ojos.

–¿No vas a comer nada?

–A la mañana se me cierra el apetito–mentí.

Pareció no creerme, pero no insistió más.

Volví mi mirada hacia aquel piano y recordé la primera vez que Mateo me había hablado de este. Un día revolviendo las cosas en mi habitación encontré la partitura de una canción que se tocaba en ese instrumento. Ese era el único recuerdo que tenía de mis padres, me habían dejado con aquel papel en un bolsillo. La aprendí a tocar en el piano que había en la casa de la mamá de Gabriela, cada vez que iba, intentaba tocarla una y otra vez hasta que me saliera de corrido.

Me levanté del asiento y entré a la sala dónde se encontraba el piano completamente blanco con una ligera capa de polvo por encima.

–Qué lindo es– dije cuando Mateo apareció apoyado en el umbral de la puerta.

Vuelo Atrasado|| TRUENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora