Las luces principales del techo estaban apagadas, los equipos de rescate aún no habían montado las luces de arco portátiles, y la única iluminación provenía de las luces de seguridad a nivel del suelo que iluminaban de forma esporádica. En el mejor de los casos, secciones enteras eran funcionales, dejando la autopista subterránea entre luces y sombras de un color amarillo oscuro y amenazante.
Afortunadamente, el aire seguía siendo respirable a pesar del humo, y el vertido nocivo del camión volcado. Los bomberos ya lo estaban regándolo con espuma retardante, cuando Jennie y Rosé bordearon la multitud de trabajadores en la entrada.
—Sigue a esa gente, —gritó Jennie por encima del estruendo, apuntando hacia el personal médico de emergencias, identificables por sus cajas de equipos médicos, que avanzaban poco a poco más allá de los escombros en la boca del túnel, para llegar a los automovilistas heridos en el interior.
Escalando sobre trozos de hormigón y escombros de las ruinas, las dos salieron por el otro lado de la cisterna, y vieron por primera vez la magnitud real del desastre. Un multitud de coches se apilaban hasta donde alcanzaba la vista, algunos volcados, otros ardiendo. Los primeros equipos de rescate en la escena iban corriendo de un vehículo a otro, tratando de evaluar la situación de los ocupantes. Había víctimas que estaban sentadas o acostadas junto a los vehículos accidentados, algunos siendo atendidos por paramédicos, mientras que otros esperaban, confundidos y desorientados, a que alguien los sacara de aquel infierno. Aquí y allá, los técnicos sanitarios prestaban los primeros auxilios, e intubaban a los heridos más graves.
—¿Ves a Lisa? —preguntó Jennie con urgencia. Los rostros de muchos de los trabajadores de rescate ya estaban manchados de humo y suciedad. La luz turbia parpadeaba, los circuitos eléctricos quemados habían comenzado pequeños incendios, y daban a todos la apariencia inquietante de figuras de un mal sueño. Ni siquiera cuando estaban al lado de alguien, podían estar seguros de si eran hombres o mujeres. La mayoría de los trabajadores de emergencia estaban vestidos con algún tipo de ropa hospitalaria, y sólo los bomberos con sus abrigos de amianto pesado eran fácilmente reconocibles. —¿Ves a alguien de Bellevue?
—No, —respondió Rosé con gravedad, tratando de no pensar en la magnitud de la carnicería. —Sigamos adelante a ver hasta dónde llega esto. Debe estar por aquí cerca. Al final nos encontraremos con ellos.
—Mira el suelo, —comentó Jennie con preocupación intentando disimular su miedo. Unos quince centímetros de agua se habían filtrado en el túnel. Había un montón de rocas y agua por encima de sus cabezas, y se preguntó cuánto tiempo podría resistir la tremenda presión, la estructura dañada sin inundarse o derrumbarse por completo. Miró adelante y sólo vio oscuridad más allá de los primeros diez metros. Todos los instintos de su cuerpo le pedían a gritos que se fuera. Empezaba a anhelar luz natural y aire fresco, con una exigencia que rayaba la locura. Se mordió el labio tan fuerte que probó su propia sangre, tratando desesperadamente de evitar el mareo, y la oleada de náuseas que amenazaba con hincarla de rodillas.
—¿Qué opinas? —preguntó Rosé, mirando como el agua se arremolinaba lentamente alrededor de sus botas. —¿Nos damos la vuelta o seguimos buscando?
—Sigue adelante.
Jennie metió la mano en uno de los bolsillos de su chaleco, sacó su linterna halógena, y la encendió como complemento a la luz cada vez más pobre. Al pasar junto a los restos del mortal accidente, observó varias formas inmóviles dentro de los vehículos aplastados, colocadas en poses tan forzadas que sólo podían indicar la muerte. Afortunadamente, la mayoría de las víctimas que veía parecían estar vivos, aunque con heridas de diversa consideración. El hecho de que la congestión de la hora punta, ya hubiera comenzado en el momento en que se produjo el accidente, había provocado que el tráfico circulara muy lentamente. Rezó para que eso significara menos mortalidad a pesar del aparente gran número de heridos.
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Suposiciones destrozadas┃ JENLISA
RomanceLa Dra. Lalisa Manoban jamás permitiría que su unidad de traumatología fuera tema de un documental. Las luces y las cámaras no tienen sitio en un hospital. No hace falta decir que a la doctora no le hizo ninguna gracia cuando Jennie Kim, una cineast...