Era una rutinaria mañana de lunes del mes de Julio, y apenas era consciente de las personas a su alrededor mientras viajaba apoyada en la barra de metal en el centro del vagón de metro. Sostenía su maletín con una mano, y con la otra mantenía a la altura de sus ojos el Times doblado por la mitad en sentido longitudinal. Eran las siete y media de la mañana, hora punta, más de ochenta pasajeros llenaban el vagón y la aplastaban en el estrecho pasillo, y aún le quedaban treinta paradas para llegar a su destino.
Había renunciado a intentar tomar café durante el viaje, demasiadas camisas destrozadas en el pasado al tratar de maniobrar una taza en medio de las multitudes y los empujones, por lo que se había parado a tomar su habitual espresso tostado francés, y había cogido un tren diferente. A veces cinco minutos pueden cambiar el curso de una vida.
—Maldito conductor, nos va a matar a todos, —se quejó alguien cerca.
—Perdón, perdón, —murmuro un hombre a su lado por tercera vez, después de perder el equilibrio y caer encima suyo.
—No hay problema, —murmuró, bajando el periódico y mirando a través del cristal grueso y rayado de las puertas correderas dobles frente a ella. Las sombras de los soportes verticales de hormigón y los huecos oscuros de las bocas, pasaron volando rápidamente en el túnel poco iluminado. Iban demasiado rápido. Cuando el hombre de negocios a su lado se tambaleó hacia ella una vez más, metió el periódico bajo el brazo, apretó el maletín contra su pecho con el codo, y se agarró al poste con ambas manos. El vagón se sacudió fuertemente, y tuvo que anclar sus pies al suelo para no caerse.
Miró al resto del vagón y se dio cuenta de que todo el mundo tenía dificultad para mantenerse de pie. Su pulso se aceleró mientras luchaba para mantener el equilibrio. El tren entró en una curva y pareció inclinarse hacia un lado. A través del ruido de su propio corazón latiendo fuertemente en sus oídos, oyó el chirrido tranquilizador de los frenos. Nada de qué preocuparse.
Ese fue su último pensamiento consciente antes de que el mundo se volviera del revés en medio de los sonidos desgarradores del metal retorciéndose y gritos de terror. Después de eso sólo quedaron fragmentos de palabras, imágenes vertiginosas y movimientos que la catapultaban dentro y fuera de la conciencia. Hasta que finalmente la realidad se abrió paso en forma de una luz cegadora en los ojos y un gran dolor en la cabeza. Luchó por incorporarse, pero el ligero movimiento que fue capaz de realizar, le causó un fuerte dolor en su pierna derecha, y tuvo que luchar para forzar la entrada de aire en sus pulmones. Esforzándose para mantener los ojos abiertos a pesar del terrible dolor, se encontró mirando a un disco de plata enorme, con una bombilla blanca en el centro suspendido sobre su cabeza.
Casi al instante, se dio cuenta de que sus brazos estaban atados. Entonces empezó a oír voces, tonos estridentes que forman medias frases, frases abreviadas, recortadas.
—Cerrada la herida de la cabeza... Fractura abierta de tibia y peroné...
—Que alguien llame a quirófano...llevamos otra para allá...
—Cuatro unidades de...
—Necesitamos un TAC de tórax y abdomen... STAT...STAT...
Luchando contra el dolor, reunió todas sus fuerzas y trató de hablar.
—¿Qué ha pasado...? ¿Dónde estoy...?
De repente, una silueta apareció en su campo de visión, iluminado por la luz brillante, y trató, sin éxito, de enfocarla.
—Por favor...
Unas manos suaves la acariciaron, y una voz profunda y tranquila habló.
—Ha tenido un accidente. Está en Bellevue. ¿Me puede decir su nombre?
Trató de formar los sonidos de su nombre, pero sintió con gran angustia que nada salía de su boca. Siguió mirando hacia arriba, apenas consciente de los dedos que rozaban su cara. Hasta que finalmente, las características comenzaron a salir de las sombras, dándole algo a qué aferrarse en el mar de confusión y dolor. Una cara con ojos azules tan oscuros que eran casi púrpura, intensos y penetrantes. Pelo negro, grueso y rebelde, que se escapaban del gorro de cirujano, cubrían una fuerte frente ancha. Pómulos prominentes y mandíbula definida.
—Todo va a salir bien.
No tenía más remedio que entregarse a sí misma a esos ojos de inquebrantable confianza, y creer.
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Suposiciones destrozadas┃ JENLISA
RomanceLa Dra. Lalisa Manoban jamás permitiría que su unidad de traumatología fuera tema de un documental. Las luces y las cámaras no tienen sitio en un hospital. No hace falta decir que a la doctora no le hizo ninguna gracia cuando Jennie Kim, una cineast...