Capítulo 33

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Electroencefalograma atípico... espera... mira esto... acelerada o... NO... anomalía focal... actividad convulsiva... es más como REM... ciclos inusuales... ¿Qué demonios...?

Luchando por abrir los ojos a pesar del penetrante resplandor, se encontró mirando a un gran disco de plata suspendido sobre su cabeza, con una bombilla blanca en su centro.

Oh, dios. Estaba despertando... igual que antes. Sola. Reconoció las luces... el olor a hospital. Su pecho se apretó. Trató de mover los brazos, trató de levantar las piernas. Estaba atada. Luchó, gimió ante el aumento rápido del dolor. De repente, una silueta se materializó en su campo de visión, iluminada por la luz brillante. Intentó enfocar sin éxito. —Por favor ...

Unas manos suaves tocaron su mejilla, una dulce voz habló. —Estás en el hospital. Te vas a poner bien.

Mentiras. Te dicen mentiras, te dan las drogas que te hacen perderte a ti misma. Se estremeció. Cerró los ojos. Por favor.

—¿Puedes oírme? Ahora estás a salvo.

Mentiras. Unos tiernos dedos rozaron su frente. Mienten.

—Lisa, —suplicó la voz. —Despierta, por favor.

Conocía esa voz, conocía ese tacto. Desesperadamente trató de enfocar de nuevo. Algunas características comenzaron a salir de las sombras, dándole algo a qué aferrarse en el mar de confusión y dolor. Una cara inclinada sobre ella, uno ojos verdes, un pelo castaño oscuro brillante, un rostro perfecto preocupado y reconfortante. Una mirada, fuerte, firme, segura. Apretó con los dedos la mano que sostenía la suya, y preguntó con desesperación, —¿Jennie?

—Sí, estoy aquí, —la tranquilizó Jennie al ver el desconcierto en los ojos de Lisa. Estaba temblando. Estaba aterrorizada. —Estoy aquí. —De mala gana, porque tenía que hacerlo, apartó la mirada por un momento, y llamó a los médicos que todavía se inclinaban sobre el trazado del Electroencefalograma. —Está despierta.

—No te vayas, —pidió Lisa con urgencia, tratando de incorporarse. No estaba segura de dónde estaba. No estaba segura de lo que estaba pasando. Ellos pueden hacerme daño... no... Jennie está aquí. Este es el presente, no el pasado. Jennie. —No te vayas, —suplicó de nuevo.

—Por supuesto que no, —dijo Jennie, con una mano en el hombro de Lisa, acariciándola mientras la guiaba hacia abajo. El miedo que veía en los ojos de la cirujana la estaba destrozando. Le dolía el pecho por la necesidad de consolarla, pero sabía que no necesitaba su compasión, sino su determinación. —Lisa, estás en Bellevue. Todo está bien.

Somi se trasladó a la cabecera de la cama frente a Jennie. —Bienvenida de vuelta, —dijo con una sonrisa afectuosa, pero sus ojos observaron a Lisa clínicamente, examinando, evaluando. —¿Sabes quién soy?

Lisa estudió la figura alta y esbelta, su pánico inicial fue cediendo poco a poco cuando se dio cuenta, de que sabía quién era la mujer. Aún más importante, sabía quién era ella. —Jeon Somi. Neurocirujana. Y yo soy Lisa Manoban. —Volvió la cabeza hasta donde el collarín en el cuello le permitió. —Y esta es mi unidad de trauma.

—Excelente, —afirmó Somi con la cabeza, con la esperanza de que su intenso alivio no se le notara. Lo último que quería hacer en este mundo, era taladrarle el cráneo a Lisa Manoban.

Lisa miró de Somi a Jennie, consciente por primera vez de que el rostro de Jennie estaba manchado de hollín y sudor... ¿o eran lágrimas? —¿Qué ha pasado? ¿Estás herida?

Intentó sentarse de nuevo, pero las dos mujeres junto a la cama se lo impidieron.

—No, estoy bien. Quédate quieta, —le aseguró Jennie, sujetando con una palma el hombro de Lisa.

Suposiciones destrozadas┃ JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora