Capítulo 9

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La elegante mujer vestida con unos caros pantalones a medida y blusa de algodón liso, se quedó de pie en el porche, bajo los rayos del brillante sol de verano, escuchando el sonido de la moto que se acercaba.

Un sendero sin asfaltar, llevaba a través de la tranquilidad del campo hasta su casa del siglo diecinueve, flanqueada a ambos lados por flores silvestres. El camino de piedra que conducía a casa desde la puerta principal, estaba adornado con una colección de petunias de colores vivos y caléndulas. Observó, una figura vestida de pies a cabeza de negro, camiseta, pantalones y botas, que estaciono una enorme Harley-Davidson y desmontó en su puerta principal.

Lisa se quitó el casco, lo apoyó en el asiento de su Harley, se pasó las manos por el pelo oscuro y empezó a subir por el camino, sonriendo débilmente a la mujer que la estaba esperando.

—Hey, Maddy, —dijo a modo de saludo, subió de dos en dos las escaleras hasta el amplio porche de madera. Le puso los brazos alrededor de la cintura a la otra mujer y la abrazó, dándole un ligero beso en la mejilla. —Estás maravillosa como siempre.

Lo dijo a la ligera, pero era cierto. La mujer poseía una belleza intemporal, una figura que los artistas habían intentado capturar en lienzos y tallar en piedra durante siglos. Era hermosa a cualquier edad, en cualquier momento.

—No podías haberme llamado para decirme que ibas a venir ¿verdad?—le reprendió la otra mujer con cariño, haciendo caso omiso de un elogio que hacía tiempo que había perdido todo significado para ella. —Habría hecho una lista de cosas que tenemos que hacer juntas. ¿Te quedas?

—Hasta mañana, —dijo Lisa, con un brazo todavía posado libremente alrededor de la cintura de Maddy. —¿Supongo que ya no hay desayuno?

—Es mediodía, Lisa.

Lisa sonrió encantadoramente. —He venido directamente desde el hospital, pero siempre me dices que no tengo que correr, así que me ha costado un poco.

Madeleine Lane miró a su nieta con ojo crítico. Sabía muy bien que las visitas imprevistas de Lisa, generalmente estaban motivadas por su necesidad de escapar de algo, demasiado trabajo, demasiado horror, demasiadas decepciones de la vida. Había tenues sombras bajo sus ojos, y parecía más delgada y más exhausta que la última vez que Maddy la había visto. Hacía casi dos meses, había llegado en plena noche, bajo una intensa lluvia, empapada y temblando por mucho más que el frío. Como hacían a menudo, habían hablado hasta el amanecer de cosas intranscendentes, y cuando Lisa se alejó en su moto, Maddy todavía no tenía ni idea de lo que le había hecho venir. Los silencios de Lisa no le importaban, nunca lo habían hecho. Lo único que importaba era que ella siempre volvía.

—¿Has dormido?—preguntó Maddy mientras caminaban cogidas del brazo por la sala poco iluminada. Las cortinas de encaje estaban echadas para filtrar la luz del sol, y mantener la habitación fresca. La casa no tenía aire acondicionado, porque a Maddy nunca le había gustado.

—No estoy cansada, —dijo Lisa, evitando una respuesta directa. Era un cumulo de sentimientos, con demasiada energía, inquieta para dormir, y no había sido capaz de hacer frente a la idea de volver a su apartamento costosamente amueblado, pero sin lugar a dudas frío. No era por falta de un buen decorador que a su apartamento le hiciera falta calidez, era sólo porque no había nada de sí misma en el. Ni siquiera había pensado en su destino, cuando se subió a su moto y se dirigió hacia el norte de la ciudad. El frío aire húmedo soplaba alrededor de su cara a cien kilómetros por hora, y pronto se había evaporado el persistente manto de tristeza y muerte que había penetrado más allá de sus defensas. En menos de una hora y media, había llegado a casa. No se había criado allí, pero sin embargo estaba en casa, porque era donde vivía Maddy.

Suposiciones destrozadas┃ JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora