Capítulo 16

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Jeon Somi apartó los ojos de la carretera el tiempo suficiente para mirar a su pasajera, apreciando como siempre el atractivo austero del perfil de Lisa. Había bajado la capota, del Jag, porque por la noche todavía hacía calor, y el viento se colaba por el pelo oscuro de la otra mujer, como la caricia de un amante. Con el rostro iluminado por la luz de la luna, Lisa parecía salvaje, distante, e irresistiblemente erótica.

—¿Estás de guardia mañana? —preguntó la neurocirujana, volviendo a regañadientes los ojos hacia la carretera.

—Sí, —respondió Lisa débilmente, mirando hipnóticamente como la línea blanca se deslizaba por el asfalto bajo las ruedas, con la mente en otra parte.

—No puedo creer que después de pasar toda la tarde argumentando nuestro caso ante la comisión financiera, hayamos tenido que sentarnos a cenar con esos malditos burócratas, y pasar por todo de nuevo. Estoy harta de la política.

—No hay manera de evitarlo, —comentó Lisa distraídamente. No estaba pensando en la reunión de la tarde, mientras iban hacia el sur por la carretera estatal de Nueva York, hacia sus casas. Estaba pensando en Jennie Kim, y la mujer que la había saludado fuera del hospital. No debería ser una sorpresa que Jennie tuviera una amante. Era brillante, dinámica, y... muy hermosa. Una mujer como ella no estaría sola.

Lisa se encogió de hombros frente a la restricción del hombro, tratando de aliviar la tensión de su cuello y espalda, diciéndose a sí misma que lo olvidase. La entrevista de esta mañana con Jennie la había pillado con la guardia baja. Estaba cansada. Sin embargo, por un momento, recordó vívidamente como la atractiva desconocida había reclamado a Jennie tranquilamente, con la sutil intimidad de un toque familiar. El recuerdo le provocó una emoción que no sólo era extraña, sino también desconcertante, envidia. La intimidad no era algo que por lo general buscara, o conscientemente deseara. La intimidad siempre venía con un precio, y ese precio era a menudo el dolor.

—Yo no sé tú, —continuó Somi, —pero me encantaría pasar algunas horas fuera del trabajo, lejos de la idea misma de él, y no tengo ninguna prisa por llegar a casa. Quiero sacarme de la mente el hecho, de que he pasado la mitad de mi vida preparándome para hacer este trabajo, y ahora tengo que pedir permiso a unos idiotas para hacerlo.

Agradecida por la interrupción de sus pensamientos negativos, Lisa asintió con la cabeza. —Tampoco me importaría olvidar este día.

—Estamos a menos de una hora de mi casa, Vamos para allí, compramos una botella de vino, y pasamos la noche. Si salimos a las cinco, estaremos de vuelta en la ciudad con tiempo de sobra para que llegues a trabajar. —propuso Somi impetuosamente.

El impulso inicial de Lisa fue decir que no, porque no estaba segura de que tuviera la energía suficiente para ser una buena compañía, y no sabía que estaba buscando Somi exactamente. Se habían conocido hacía más de un año, cuando Somi se unió al personal de Bellevue.

Sus conversaciones habían ido adquiriendo un aire decididamente coqueto, y Somi la había invitado a salir hacía unos meses. Lisa había vacilado en aceptar la invitación porque no le gustaban las complicaciones, ya que las citas convencionales siempre se complicaban.

Miró a Somi, tratando averiguar sus intenciones por su expresión, debatiéndose sobre cómo responder. Hasta que se dio cuenta de que no tenía ninguna razón para ir a casa. De hecho, si lo hacía, sería muy probable que pasara la noche paseando o buscando algo que hacer, que le ayudara a disipar su energía inquieta y sus emociones no deseadas. Ya se preocuparía después por las intenciones de Somi si era necesario. Jeon Somi era una mujer muy deseable.

—Eso suena bien. Tenemos que buscar una tienda abierta. Ya que tú pones el alojamiento, yo compraré el vino.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, con una botella de champán frío en una bolsa térmica, descansando entre sus asientos, Somi se detuvo delante de una cabaña rústica de tamaño moderado, con vistas a uno de los miles de lagos en las montañas Catskill. Había elegido aquel escondite porque era fácil de llegar en coche desde la ciudad a través de la Autopista, pero estaba lo suficientemente lejos de los centros turísticos populares, y podía gozar de una total intimidad. Puso la capota, y condujo hasta el porche de la estructura de madera.

Suposiciones destrozadas┃ JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora