Capítulo 6

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—Se ha levantado temprano, —Lisa dijo mientras caminaban por los pasillos todavía tranquilos. —Vamos a tomar un café. Es un buen momento.

—He pensado que sería una buena idea, ocuparnos de algunos de los detalles de la distribución antes de que empezaran a trabajar allí, —dijo Jennie con cuidado. Sabía que la cirujana tenía algo en mente, y se medio esperaba otra disputa.

—Los traumas no tienden a seguir un horario, a menos que sea lunar. No sé por qué, en cada luna llena estamos desbordados. —Se acercaron al kiosco, y Lisa pidió dos espressos.

—Supongo que podríamos haberlo hecho a lo largo de la mañana,—estuvo de acuerdo Jennie. —Aun así, el cambio del turno de noche al turno de día, es siempre el momento más tranquilo.

—Así es por lo general,—admitió Lisa, mirándola atentamente. —Por lo que dice, deduzco que tiene alguna experiencia en los hospitales.

—Un poco. —Jennie miró al frente y no aclaró nada más. No quería hablar de aquellas seis semanas. Era algo que había olvidado, enterrado, dejado atrás. Se estremeció.

—¿Tiene frío?—preguntó Lisa en voz baja, dándole un café.

—No,—dijo Jennie, cogiendo la taza de papel. —Estoy bien.

Lisa asintió. —Está bien. Vamos a hablar de este proyecto suyo. Ya que no puedo deshacerme de usted, será mejor que averigüe lo que me espera.

—De acuerdo, lo primero... —comenzó Jennie.

—Espere,—intervino Lisa. —Venga conmigo.

La vista desde el helipuerto era increíble

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La vista desde el helipuerto era increíble. Como la mayoría de los neoyorquinos, Jennie solo había disfrutado de ese tipo de vistas, desde los restaurantes en la parte superior de los rascacielos, o desde alguna ventana de las oficinas en el piso setenta. Pero la visión del agua, las manchas blancas titilantes de los veleros sobre la superficie, y la majestuosa aparición de la Estatua de la Libertad, desde allí era maravillosa. La imagen de Lisa Manoban de perfil, con el viento azotando su pelo negro alrededor de su rostro, alta, esbelta, guapa, era también muy cautivadora. A Jennie le hubiera gustado tener una cámara.

—Esto es fantástico, —observó Jennie.

—Es uno de los pocos lugares en el hospital donde hay un poco de privacidad, —comentó Lisa. No estaba segura de por qué había llevado a la cineasta allí. Era uno de los lugares a los que iba cuando quería a estar sola, cuando el caos de la planta baja se convertía demasiado para ella, o cuando las largas horas entre la medianoche y el amanecer se extendían demasiado en el tiempo. Se estaba increíblemente tranquilo allí por la noche, rodeada de nada más que el viento, la oscuridad y las luces de los edificios circundantes que sustituían a las estrellas en el paisaje urbano. Mucho más abajo, la ciudad estaba llena de vida, millones de personas viviendo en ella, algunos desesperados por abandonar, y otros felices en la ignorancia inconsciente. Allí arriba se sentía tanto parte, como al margen de ella, el observador que en ocasiones, se aventuraba a tomar parte en el juego. Le dio la espalda a la vista, y observó como Jennie estudiaba la azotea, con la misma expresión que había visto varias veces el día anterior. —¿Buscando una buena toma?

Suposiciones destrozadas┃ JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora