Capítulo 2

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Jennie estaba acostumbrada a correr en su trabajo. Había filmado casi de todo en un momento u otro, excepto un combate real, pero había estado lo suficientemente cerca en Kosovo, como para tener que cubrirse a toda velocidad, para evitar ser aplastada por la caída de escombros durante los bombardeos. Prácticamente tenía que correr para poder seguir el ritmo de Manoban, mientras avanzaban por los pasillos camino a la cafetería. Cuando Jennie comenzó a girar a la derecha en una esquina, claramente marcada con una señal que indicaba la cafetería, Manoban la agarró del brazo y tiró de ella hacia la izquierda.

—Por aquí, —dijo Lisa, tirando de la otra mujer con ella en la dirección opuesta.

—¿Qué...?

—Hay algunas cosas que son esenciales en este trabajo, —le interrumpió Lisa mientras sacaba un puñado de billetes del bolsillo de su camisa, —y un buen café es una de ellas.

Jennie vio el pequeño kiosco escondido en la esquina de la gran sala de espera de admisión. La parte superior de una cafetera espresso, era visible detrás de una pila de vasos y un recipiente de plástico para pasteles. —Ah, ya veo, —señaló. —Le gusta el buen café.

Lisa se inclinó sobre el mostrador, miró alrededor de la caja registradora, y sonrió con satisfacción. —¡Terry! Café rápido. —Se giró hacia Jennie, y preguntó: — ¿Qué quiere tomar? Terry hace el mejor café que haya probado.

—Un espresso, —respondió Jennie. Un minuto más tarde, aceptó la taza de café espresso con un suspiro de satisfacción. Cuando Lisa fue a pagar, le cogió la mano. —Me toca a mí, ¿recuerda?

Por un segundo, ambas miraron la mano de Jennie en la muñeca de Lisa. Jennie sintió un hormigueo en sus dedos que no tenía ningún sentido en absoluto. Intentó adivinar si la cirujana también lo había sentido, pero su rostro era inexpresivo mientras se apartaba.

—Por supuesto. Gracias.

Cogieron sus tazas, y caminaron a través de la sala de espera del vestíbulo público, hacia los ascensores.

—Bueno... —empezó Jennie, ansiosa por aprovechar cada minuto con la esquiva cirujana. —Tengo que aclarar algunos detalles del rodaje con usted.

—Ya me he dado cuenta, —respondió Lisa secamente. Apretó el botón hacia arriba, un poco sorprendida por la facilidad, con que la que la directora la había llevado hacia una discusión, sobre algo que no estaba del todo segura de querer hacer. Por lo general no era tan susceptible a la persuasión, pero tuvo que admitir, que la castaña tenía un encanto sutil que era bastante difícil de resistir. Para eliminar de su mente ese desconcertante pensamiento, dijo: —Tengo una reunión de orientación con el nuevo personal en cuarenta minutos. Podemos hablar en la sala de conferencias antes de que lleguen. Probablemente sea el único momento libre que tenga en todo el día.

—De acuerdo, —contestó Jennie. Bebió un sorbo de café y gimió débilmente. —Oh, Dios. Está buenísimo.

Lisa sonrió a pesar de sí misma. —Por supuesto.

Cuando se sentaron en la pequeña sala de reuniones contigua a la cafetería del hospital, Lisa se reclinó en su silla, y miró a Jennie fijamente. —Preston Smith me dijo anoche que quiere filmar un documental en mi unidad de trauma.

—¿Ayer por la noche?, —preguntó Jennie sorprendida. —¿Se enteró ayer? Llevamos negociando esto con el hospital hace meses, y me habían dicho que todos los involucrados estaban al tanto. ¿Por qué no se lo dijo antes?

—Probablemente porque sabía que lo iba a rechazar,—respondió Lisa suavemente, mirando a su compañera por encima de su taza de café. La otra mujer hasta el momento había sido imperturbable, segura y capaz, pero, sorprendentemente, sin ningún interes en enfrentarse a ella. Una mano de hierro en guante de terciopelo. Lisa estaba impresionada, y no se impresionaba fácilmente.

Suposiciones destrozadas┃ JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora