Capítulo 27

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Miro los delantales frente a mí sin saber cómo sentirme al respectos, ¿en serio es necesario que me ponga eso? A Astra le daría un maldito colapso de solo echarle un ojo, yo creo que tengo ante mí el delantal más feo del mundo, sin ninguna duda. Seguro han cogido los feos a propósito, porque no es posible que las cocineras lleven esto en su día a día. Tanto el color como la forma son feas, ¿cómo puede ser que la forma de un delantal de cocina sea fea? Pues lo es.

Tiene un color grimoso, como de vómito. Que asco, acabo de imaginármelo.

Sigo mirando los delantales, sintiéndome indispuesta antes esa imagen, cuando una mujer joven, aproximadamente de unos 40 años como mucho, se acerca a nosotros. Por su uniforme, deduzco que es una de las cocineras, lleva una redecilla en la cabeza que cubre todo su cabello castaño. Intenta contener la risa en cuanto ve los delantales de la vergüenza. Normal, son ridículos.


— A pesar de que sé que estáis obligados, gracias por venir de todas maneras. Ya íbamos necesitando a más gente. —Asiento con la cabeza, no quiero hacerle perder más tiempo, prefiero guardar mis dudas para más tarde y seguir adelante con la conversación.— Vosotros os encargaréis de los postres, así que os ???? a solas en la cámara donde ???? hacer y así nadie os ???? —Se acerca a Lorenzo y le da una palmadita en el hombro.— Me alegra verte de vuelta, Lorenzo, aunque sea en estas condiciones.


Dicho eso, la mujer salió de nuestra parte de la cocina para irse con sus compañeros. ¿Se conocen de antes? Vaya pregunta, está claro que sí. Si tengo que apostar el motivo, seguro que se debe a que lo han castigado varias veces más viniendo a la cocina. ¿Es que no aprende? No me atrevo a preguntar, eso solo enfadaría más a Lorenzo de par de mañana y no estoy dispuesta a soportar a un idiota, aún más idiota, de par de mañana.

Cojo el delantal más pequeño de los dos y me lo coloco por encima, con cuidado de no estropear mi peinado. Ato los lazos a mi espalda y, por último, me coloco la redecilla en la cabeza, no queremos que haya ningún incidente. En cuanto me giro para ver a Lorenzo, tengo que contenerme muy fuerte para no soltar una carcajada ahí mismo por las pintas que lleva: está en esa fina línea entre cocinero de mala muerte y drogadicto sacado de un centro de rehabilitación que se está reincorporando a la sociedad.

A pesar de que las ganas no me faltan, no me río, prometí cooperar en la realización de una convivencia más sana. Bueno, eso y que seguramente yo tengo que tener las mismas pintas que él. Qué horror. No quiero ni pensarlo, menos mal que nos toca fuera del ojo del público, porque sería un golpe del que nunca me recuperaría. Estoy segura de que me sacarían una foto y, cuando pienso que me he olvidado de este momento, me regalarían un álbum de fotos en la que saldría esta y se la enseñarían a todo los presentes.

El castigo, en sí, no está tan mal, me encanta cocinar, en casa a veces lo hacía, sobre todo postres caseros, se me dan bastante bien, el problema viene cuando pareces una delincuente mientras lo haces.


— Tú harás las de chocolate y yo las de queso. ¿De acuerdo? —No sé ni de qué me está hablando. Tiene un papel en la mano, por lo que me acerco para leerlo. Con un suspiro, me facilita la tarea, acercándome el papel.


Es el menú de hoy, en el que incluye los postres que tenemos que hacer: 5 tartas de chocolate y 5 tartas de queso. No puede costarnos mucho.

En un principio asiento, sin darle importancia, las tartas de chocolate son mucho más fáciles y es la clase de tarta que más me gusta, pero viene a la mente la pregunta estrella: ¿por qué debo hacer yo lo fácil? ¿Se piensa que no soy capaz de hacer una maldita tarta de queso?

Try Me © [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora