Capítulo 33

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Siento una sacudida suave, así que trato de girar sobre mí misma para tomar una postura más cómod, lo cual no me es posible debido al reducido espacio que el asiento ofrece. Frustrada por la incomodidad, trato de acomodarme como puedo, moviendo ligeramente las piernas y los brazos. Sin embargo, la falta de espacio sigue siendo un estorbo para mí.

La presión en mi pecho se intensifica y siento como si el aire se volviera más denso a mi alrededor. Mis ojos comienzan a doler debido a la iluminación del ambiente, que parece haberse vuelto demasiado intensa de repente.

Trato de mantener la calma, me incorporo y miro a mi alrededor, buscando pistas que puedan explicar lo que está sucediendo. Todas parecen estar dormidas, ninguna se da cuenta de lo que ocurre.

Mis oídos están entumecidos por un pitido, no me deja pensar con claridad. No hay nada inusual, debe de ser una reacción natural de mi cuerpo a la presión.

Se me ha quitado el sueño pero aún así trato de encontrar de nuevo la postura que tenía antes, igual vuelve a entrar el sueño. Maylea sigue exactamente igual que como la recuerdo, incluso con la palma levantada hacia arriba, como cuando me sujetaba la mano.

Levanto la vista, si sigo mirando hacia abajo acabaré mareándome y vomitando en las piernas de mi amiga.


— Allegra.


Doy un brinco al ¿escuchar? mi nombre. Echo mi cabeza hacia atrás, el cansancio me está matando lentamente y me está haciendo delirar.


— Allegra. —Vuelvo a escuchar, proveniente desde el final del vagón.


Esta vez sí que me asusto, hacía muchísimos años que no escuchaba nada, mucho menos mi nombre. Quiero decir, es imposible, mi sordera no tiene arreglo, por mucha magia que haya.

Agarro la mano de Maylea y me giro hacia la zona del vagón de donde viene la voz, segura de que está todo en mi cabeza.

Al fondo veo una mujer, completamente quieta en la puerta. Miro a su ropa, blanca, sin una mancha, incluso daña la vista. Sus pies no llegan a tocar el suelo, el agitar de sus alas doradas la mantienen en el aire. Desde aquí no distingo bien su cara, pero algo en ella me resulta muy familiar.

Sigo un rato más mirándola, en silencio, no vuelve a decir nada, aunque sé que ella también me mira a mí. Ella levanta el brazo y con un gesto me invita a acercarme.

Suelto la mano de Maylea y me levanto con cuidado de no despertarla, algo en la mujer me incita a confiar, igual su aura que desprende pureza o la tranquilidad que transmite. Cuanto más me acerco, mejor soy capaz de distinguir sus rasgos.

Es muy parecida a mí, excepto porque sus ojos son de un color aceituna. Su piel bronceada es como la mía, de hecho, apostaría a que esta mujer viene de mi tierra.

Estoy a pocos pasos de ella cuando me quedo quieta, sigue sin decir absolutamente nada. La mujer se acerca a mí con una elegancia y gracia inusual, moviéndose con una suavidad que parece desafiar la gravedad. Sus brazos se extienden hacia mí, como si abrazarme fuera su objetivo, pero no llega a acercarse lo suficiente como para hacerlo.


— Tienes un largo viaje por recorrer, Allegra. Ten cuidado en quién confías. —Ni siquiera mueve sus labios para hablar.


¿Qué quiere decir? Trato de preguntárselo, pero la voz no sale más allá de mi garganta. Intento agarrarla de la mano mientras su figura comienza a desvanecerse ante mis ojos, como si fuera una ilusión fugaz. Lo único que logro es agarrar la nada.


— Búscalo.— La imagen de la mujer se vuelve difusa, como un sueño que se desvanece al despertar. ¿Que busque qué? ¿De qué me habla?


Sollozos provenientes de la nada llaman mi atención. La mujer ha desaparecido, pero aún escucho ese sonido lamentero de alguna parte. Debo avisar antes a las chicas.

Cuando llego a mi asiento, no hay nadie, las chicas no están ahí, se han ido. Tampoco está mi maleta ni mi bolsa que contiene mi móvil y mis pertenencias.

Todo me da vueltas. ¿Qué está pasando? Miro al resto de asiento, por si de casualidad me he confundido y están más adelante. Nada. El vagón va completamente vacío.

Camino hacia el final del pasillo, completamente desconcertada por la situación tan surrealista. No sé muy bien a dónde me dirijo o qué pretendo hacer. La velocidad del tren tapona mis oídos, haciéndome tragar saliva para poder escuchar correctamente.

Antes de abrir la puerta para poder cambiar de vagón, comienzo a notar cómo mis pasos se vuelven pegajosos. Con curiosidad por saber qué he pisado, miro hacia abajo. Un líquido denso de color granate se asoma por debajo de la puerta, formando un pequeño charco que deriva en un río a lo largo del pasillo. No quiero tocarlo con las manos, no quiero comprobar si es lo que creo que es. Es mejor vivir en la ignorancia.

Mi mano temblorosa descansa sobre la fría manilla de la puerta, asustada por lo que me podría encontrar si la abro.


— ¡No!


Es lo único que oigo del otro lado. Como es lógico, no reconozco la voz, no tengo pistas de quién puede ser. Ese grito provoca que mis sentidos se activen, no puedo seguir evitando abrir esa puerta, no tengo de otra.

Mi cuerpo se queda paralizado al presenciar la escena, ¿qué cojones? Soy yo misma la que ha gritado, de rodillas en el suelo con alguien sobre ellas, alguien que no soy capaz de reconocer.

Escalofríos se apoderan de todo mi cuerpo al escuchar como vuelve a gritar, es desgarrador. Parece que en cualquier momento se ahogará con sus propias lágrimas.

Debo sujetarme con fuerza a los asientos para mantenerme en pie y no vomitar del asco. La sangre se escapa de entre los brazos de mi otra yo, por mucho que apriete el cuerpo inerte contra su pecho. ¿Quién es esa persona? ¿Por qué me veo a mí misma llorar?

Una vez más, cuando intento acercarme, siento una sacudida por todo mi cuerpo. Un pitido agudo retumba en mis oídos, haciendo que el dolor de cabeza vaya en aumento, hasta que resulta cegador.

Try Me © [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora