Capítulo 7

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– ¿Me repites cómo te has hecho eso? –Pregunta el rubio mientras me entrega un par de pomadas del botiquín.

– La princesita de los cojones, que me ha tirado al suelo y me he cortado con las piedras. –Contengo mis quejas mientras pongo el agua oxigenada en las heridas de las palmas de mis manos.–

– Algo le habrás hecho.

– ¿Tú de parte de quién estás?

– De la suya, por supuesto. –Alzo mis cejas sin poder creérmelo.– Te conozco, Enzo.


¿A quién intento engañar? Los otros dos me conocen a la perfección, y también conocen a Astra; saben que ella no se mete en peleas fácilmente. Aún así, su amiguita se tiró al suelo cuando retiré mi mano por el calambre, ¿eso es culpa mía? ¿Por eso merezco que me agredan?


– Está bien, puede que no la ayudara a levantarse. Iba a hacerlo, lo prometo, pero en cuanto vi cómo se le iluminaban los ojos... me acojoné.


Tanto Angus, como Carlos, que ha salido de su habitación para ver qué me ha ocurrido, se quedan en silencio, esperando mi respuesta, o más bien mi confesión, de brazos cruzados.


– A ver, lo que pasó es que, cuando le fui a dar la mano para presentarme a la chica sorda

– Allegra. –Corrige Carlos.

– Como sea. –No puede importarme menos.– La cuestión es que me dio calambre, así que cuando retiré la mano, ella se cayó.


Dejo el bote en la mesilla de noche tras terminar de utilizarlo y tomo las vendas, las cuales comienzo a enrollar alrededor de mi manos. Las simples tiritas no le servirían para nada.


– Y... –Alargo el nexo.– Puede ser que me riera, me hizo gracia, lo siento mucho.

– Muy bien, Lorenzo. –Sé las ganas de asfixiarme que tiene el rubio, su tono de voz lo demuestra.–

– ¿Me dejas acabar?

–Ah, que hay más. –Angus se sienta en mi cama tras quitarse el calzado y se cruza de piernas, dejándose caer sobre la pared.

– Sí. –Digo bruscamente.– Cuando me agaché para preguntarle si estaba bien, los ojos se volvieron rosas. ROSAS. –Repito casi gritando.–

– ¿Y? Es un hada, Lorenzo, claro que se le iluminan los ojos. –Carlos me habla como si fuera estúpido, como si no supiera ya que a las hadas se le iluminan los ojos.

– Pero eran rosas, fucsias.

– ¿Un hada émpata? –Carlos entiende lo que le quiero decir.–

–Sí, ¿y sabes lo que significa que se le iluminen sus ojos?. –Pongo mis dedos en V para señalarme los ojos.– ¿Qué trataba de hacer?


Si se le iluminaron los ojos sólo puede significar una cosa, que trataba de emplear sus poderes. No sentí nada en su momento, rompo el contacto visual antes de que le diera tiempo a hacer nada, pero algo tramaba. Hay muy pocas hadas con ese don, pero es un poder peligroso si se desarrolla plenamente, y no conozco a ni un hada de esa clase que no haya utilizado su don para manipular al resto.


– Seguramente sólo la asustaste, Enzo. No creo que te hubiera querido hacer nada.

– ¿Cómo estás tan seguro, Angus?

Try Me © [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora