"El mayor error de nosotros los humanos, es creer que siempre tenemos el control de la situación."
Las gotas de agua caían torrencialmente sobre nosotros, frías, gruesas y claramente ensordecedoras. No podía explicar cómo es que logré escuchar su grito, pero lo hice. Curiosamente los otros dos habían muerto en silencio, como si fuese ocurrido en el acto, cosa que me permitió escucharle y reconocer su voz pese al repiqueteo de la lluvia sobre el pavimento y los techos de los autos.
Yo sabía que lo más seguro es que moriría también, pero me importaba tanto como le importa a un perro callejero cagar frente a la puerta de alguna casa. Mis rodillas ardían, lo vi más que sentirlo, pues con un movimiento rápido pude divisar que había caído sobre los vidrios rotos del auto que momentos antes había pasado por ese sitio.
Aún no podía creerlo. Apoyé su cabeza sobre mis piernas y le abracé fuertemente mientras acariciaba su cabellera apegostrada, y sentía cómo la vida escapaba despacio de sus manos mientras sus inspiraciones obstruidas por la sangre que se agolpaba en las vías respiratorias se
ralentizaban y el movimiento de su pecho lentamente se desdibujaba
bajo mi tacto.La noche parecía saber lo que acababa de acontecer; la luna se hallaba inquietantemente tímida, negándose a bañarnos con su espectral halo de luz. El agua que caía del cielo embravecía perennemente y la oscuridad de la calle 51; el cementerio financiero de la ciudad, únicamente entristecía más la atmósfera.
Los demás se preguntaban qué me sucedía, no decían nada, sólo permanecieron observándome a lo lejos como imbéciles, y tampoco me molesté en dar explicaciones. Cuando les vi, parados junto al auto, igual que maniquíes erguidos con una base de metal metida en el culo, tomé la decisión.
Cogí velozmente el arma del empapado suelo y sin titubear descargue el cartucho contra aquél hijo de puta gordo ambicioso. El único culpable de que todo aquello ocurriera.
Lo sabía, sabía que mi fin también llegaría, pero no tenía nada que perder, además jamás he sido cobarde, así que me puse de pie mientras seguía apretando el gatillo de la nueve milímetros ya vacía y esperé lo inevitable.
Estiré mis brazos como si me preparara para abrazar un viejo amigo, y observé cómo cuatro AK47 se erguían para apuntarme.
Como si pudieran proteger un cadáver, o asesinar alguien que ya estaba muerto.
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Muerte en el infierno
Teen FictionEl mayor error de nosotros los humanos, es creer que siempre tenemos el control de la situación. ¿Qué sucede cuando la ya compleja vida de una persona llega a su punto de quiebre? Esta es la historia de un joven con un trabajo poco ortodoxo, en el...