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Maldita sea, ese imbécil casi me apuñala gravemente.

  Podía sentir el chorro cálido de líquido que brotaba desde el lado derecho de mi torso. En realidad, era más la sangre que fluía de mí que la gravedad de la herida. Antes había recibido lesiones como aquella, eran una jodida molestia, ardían como el demonio y manchaban todo a su paso. Seguramente necesitaría suturas, pero al menos la hoja no me había atravesado algún órgano, apenas y había rozado mi piel.

  Miré a mi alrededor, sintiéndome cansado y sin ganas de limpiar todo aquél desastre. El sujeto que veía televisión hacía apenas unos quince minutos ahora yacía muerto con un orificio sobre su cuello, me atrevería a decir que justo sobre la manzana de Adán. El muy maldito había caído sobre mi mesilla de cristal frente al sofá y la había hecho añicos. Cerca de él, la pistola que sólo pudo emitir un disparo fallido.

  Del otro lado, el imbécil que se preparaba sándwiches con ingredientes de mi despensa, ahora emitía sonidos sin sentido que parecían más bien gorgoteos debido a la sangre que se le acumulaba en la garganta. Probablemente la bala le había atravesado los pulmones. Ahora decoraba su lindo sándwich -que probablemente era el séptimo que se preparaba el hijo de puta desde que llegó- con una salsa rojiza que no era precisamente de tomate.

  A mis pies, el hijo de mil perras que me había hecho sangrar. Era algo más que lógico el riesgo de que me hirieran, incluso llegué a pensar que moriría, pero eso no era ninguna sorpresa, técnicamente mi trabajo constaba en cierta forma de matar para no morir. Sin embargo la herida llego del que menos esperaba.

  Debo reconocerle que el tipo era más duro de lo que creí. Tuvo fuerza suficiente para acercarse a mí y tratar de apuñalarme luego de que sus pelotas explotaran en un mar de sangre y sustancias desagradables.

  Haberle disparado en los huevos luego de soltarme tal vez había sido un golpe bastante inmoral, incluso para un asesino, pero joder, el hijo de puta me había abofeteado tres veces, lo merecía.


  Tras librarme de mis ataduras lo primero que hice fue apartar con la mano la punta del arma que tenía a unos cuarenta centímetros frente a mí. Golpeándole el pecho fuertemente con el codo, pude arrancarle la pistola y, sin darle tiempo de nada, apunté directamente a su pelvis y apreté el gatillo. Apenas se derrumbó a mis pies por el dolor, disparé en dirección a la barra del comedor, donde el sujeto número dos apuntaba en mi dirección, pero supongo que no había accionado el arma por temor a darle a su compañero. Antes de que pudiera hacer nada, la sangre salía disparada de su pecho y en su rostro se había dibujado una expresión similar a la de la pintura del grito de Munch.

  Por fortuna, el sujeto que veía televisión estaba de espaldas a mí y sentado, lo que me dio más que tiempo suficiente para calcular la trayectoria del proyectil en lo que se ponía de pie, se daba vuelta y apuntaba el arma. Se le escapó un disparo que fue a dar hacia el sofácuando la bala le atravesó el cuello.

  Entonces sentí la fría hoja metálica de un cuchillo que se me enterraba en un costado, a mi lado derecho, justo por encima de la cadera. Y vi cómo la sangre comenzaba a manar de mí. El hijo de puta al que había dejado sin hijos le había quedado fuerzas suficientes para ponerse de rodillas y abalanzarse con el cuchillo de caza contra mí. Es posible que, ya sea por el dolor o la sangre perdida, no pudiese ver claramente, porque su intento de dejarme fuera de combate falló rotundamente.

  Tras haberme herido inútil, y molestamente, se derrumbó nuevamente en el suelo, aparentemente sin energías. Apunté justo entre sus ojos, y le saqué de su miseria.


  Ahora, sosteniendo la pistola en una mano, y cubriéndome la herida con la otra, me acerqué al pelmazo que seguía temblando frenéticamente, delirante, sobre la barra, y lo rematé con un disparo a la nuca.

  No noté en qué momento dejó de repicar el móvil, pero supongo que nadie más lo había notado.

  Antes de hacer cualquier cosa, me dirigí al cuarto del baño en mi habitación, donde tenía un botiquín de primeros auxilios con el que podría curar la herida antes de encargarme del desastre.

  Una hora más tarde ya estaba de vuelta abajo. Un rectángulo de gasa clínica me cubría a zona de la herida, que había cosido. Había tardado más de lo normal ya que era una zona un poco incómoda para suturar, más aún si lo hacía por mi cuenta. Además pasé los primeros minutos mordiendo una toalla y restregándome con alcohol el área. Lo menos que necesitaba ahora era una infección.

  Apilé los cuerpos cerca de la puerta que da al garaje. Ahora debía pensar qué demonios hacer con esas tres bolsas de mierda. Incluso después de muertos me daban problemas, increíble.

  Caminé hasta la barra para tomar mi teléfono. Al encender la pantalla me encontré con una sorpresa.

  Había un mensaje de Tony, recordándonos de la reunión que estaba por venir en tres días, la cual no se veía afectada por el último trabajo y seguía su curso normal. Tras cerrar la aplicación de mensajes de texto, una notificación aparecía en el centro de la pantalla. Tenía dos mensajes de voz. Abrí el primero e introduje la clave para que se reprodujera.

  -¡Kyan! -vociferó una mujer, al parecer bastante asustada- Sal de tu casa, por favor, huye. Lenny y sus amigos van hacia allí, si te encuentran te van a matar. Lo siento mucho, estaba equivocada, mi hermano te culpaba por mi depresión y yo jamás le dije la verdad, dejé que te culpara para no tener que explicarle que estaba... Sé que no tienes nada que ver, pero él no lo sabe. Por favor huye, Kyan. Lo siento mucho.

  ¿Qué demonios? Después de todo aquél tiempo esa desquiciada seguía con mi número de teléfono. No puede ser. Es una completa loca, ¿estuvo a punto de suicidarse en varias ocasiones por no poder con la carga de consciencia de matar a un no nato y dejó que su puto hermano psicópata me culpara a mí para quedar como una inocente victima?

  Reproduje el siguiente mensaje.

  -Kyan, Dios mío. Espero que estés bien, contesta en cuanto puedas por favor. Si te encuentras con mi Lenny, por favor protégete, pero no le vayas a hacer daño. Debo hablarlo con él, debe saber la verdad. Lo lamento mucho. Llámame por favor.

  Joder. Qué pedazo de ovarios tenía esa pequeña puta. Luego de hacerme perder el tiempo y lanzarme a los cocodrilos, ¿me pide que no le haga nada al mariquilla de su hermano? Malas noticias, Lisa, ya era demasiado tarde. Y en todo caso, ¿Qué mierda se traía con toda aquella actuación melodramática de telenovela barata? Si tanto lo lamentaba, si tanto quería proteger a su hermano, fuese abierto la puta boca desde un principio. Si tenía algo de sentido común, que debía tenerlo si me pidió que no le hiciera deño a su hermano a pesar de que nunca supo nada de mi trabajo, debió ser sincera siempre.

  Consideré llamarla, pero preferí dejarle un mensaje de voz. Ya me habían jodido mucho el maldito día, me daba igual lo que esa loca hiciera. Mi mensaje sería concreto.

  -¿De verdad lo sientes, Lisa? Tienes razón, nada de eso fue mi culpa. Pero, estoy bien. Puedes estar tranquila... al menos por mí. Adiós.

  Envié el mensaje y bloqueé su teléfono para siempre.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora