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Faltaba menos de un kilómetro cuando comenzó a caer una ligera llovizna. Las cuatro motocicletas ronroneaban a la vez mientras nos desplazábamos en torno a la limusina. En un determinado punto del camino un par de sujetos con máscaras de calaveras se nos unieron, Tony no pidió que se detuviera la marcha ni mostró preocupación alguna, así que supuse que serían refuerzos extra que habría sacado de algún sitio de su bolsillo.

  Miré a lo lejos, el cementerio financiero, la calle 51, o como mierda quisieran llamarle, estaba completamente a oscuras como era costumbre. La lluvia, que ahora era más intensa, daba a esa zona de la ciudad un aspecto bastante tétrico.

  Como si el clima anunciara lo que estaba por venir.

  A medida que los metros se acortaban, varios faros comenzaron a materializarse frente a nuestros ojos. Ya estaba allí la Hummer de Mitch y sus asesinos. Alcancé a ver siete jinetes sobre sus motocicletas, todos con la característica máscara de Guy Fawkes. Todos vestidos igual, con chaquetas de cierre negras y pantalones azul oscuro.

  Nos detuvimos a unos tres metros de ellos, dejando un claro en el centro de la calle, donde las gotas de agua que caían desde el cielo refractaban apenas las luces de los vehículos. Miré con detalle a los sujetos que teníamos de frente. Ellos tenían uno más que nosotros, pero aún así serían presa fácil, estábamos de suerte, parecían llevar únicamente pistolas. Nada de alto calibre.

  En lugar de agua, se sentía la inquietante impresión de que cayeran gotas de tensión por toneladas sobre nuestros hombros. Recordé las palabras de Tony: Mitch no es ningún estúpido.

  Tony bajó de la limusina y comenzó a andar afincándose sobre su bastón de muerte hacia la camioneta. A su vez, Mitch correspondió, se apeó de la Hummer y ordenó con una señal de la mano a sus compañeros que bajaran la guardia. Nosotros hicimos lo mismo... o al menos fue lo que le hicimos creer.

  No alcancé a escuchar qué se decían, sólo pude ver como se daban la mano y se estrechaban formalmente los hombros. Me sentí asqueado, cada vez me sorprendía menos cuan hipócrita y ambicioso podía ser ese hijo de puta gordo. Pero eso no importaba, ahora sólo quería vaciar los cartuchos contra quien quiera que fueran aquellos matones y desquitar con ello lo turbio de mis emociones.

  La lluvia embraveció de un segundo a otro y con ella mi indignación también. ¿Por qué mierda demoraba tanto Tony?, solo debía dar una señal y todo habría acabado. La sangre se habría derramado y la hinchazón de mi cerebro habría disminuido.

  Noté mi corazón acelerarse y mis dedos tensarse alrededor del mango del arma. Debía tranquilizarme un poco si no quería cagarla a lo grande, aún más.

  Entonces, todo comenzó.

  Tony caminó hacia su limusina y se ubicó detrás de nosotros, entonces gritó.

  -Tienes diez segundos. Viejo amigo.

  Alcancé a ver los ojos de Mitch abrirse desorbitados, sorprendidos y a la vez indignados. Echó a correr hacia la camioneta a medida que sus guardaespaldas levantaban las armas confundidos, sin saber muy bien qué hacer.

  -Diez, nueve, ocho -comenzó a contar Tony-. ¿Sabes qué?, a la mierda. ¡Ahora!

  El momento finalmente había llegado.

  Comenzaron a llover balas de todos lados. Mitch se refugió en su camioneta y los cristales de los faros volaron por doquier. Sus compañeros se refugiaron detrás de un par de autos destartalados que había a los lados de la calle y nosotros les imitamos. La carnicería apenasiniciaba.

  Disparamos sin cesar, primero a la camioneta, pero era antibalas, así que tendríamos que darle fin a sus matones para poder empezar.

  Yo disparaba incansablemente desde atrás de un auto, cualquier cosa que se moviera sería un blanco perfecto, la adrenalina comenzaba a fluir y los malos recuerdos a desdibujarse. Pude sentir como una sonrisa se formaba en mi cara.

  Los primeros en caer fueron un par de sujetos con máscara de Guy Fawkes que no supieron ocultarse bien. Uno de ellos había sido mi obra. Que jodidamente liberador y divertido era aquello.

  De pronto, una bala impactó sin previo aviso sobre un trozo de metal sobresaliente del auto que me cubría, a escasos centímetros de mi oído. Lo que me hizo recordar que lo que estaba no era un juego. Una sensación incómoda se abrió paso en mi interior. Miré hacia derecha e izquierda en búsqueda de ella. Se veía jodidamente increíble disparando esa AK-47 sin piedad. Aunque había algo en mí que repudiaba esa imagen, me preguntaba cómo demonios había llegado a eso.

  Otro disparo sonó cerca de mí. Me volví hacia delante y observé la situación. Uno más de los compañeros de Mitch había caído. Entonces, me di cuenta de algo, él era tan asqueroso como Tony. Encendió la camioneta y se largó, así, simplemente, dejando atrás a las personas que arriesgaban su vida por él.

  Quedaban únicamente cuatro guardaespaldas, uno de ellos, al ver lo que su jefe acababa de hacer, salió disparado y encendió su motocicleta. Afortunadamente para él, ninguna de nuestras balas alcanzó a darle.

  Devolví mi vista hacia Venecia. Mi corazón dio un vuelco y la boa regresó a apretujarme.

  Cuando le vi, intentaba recargar su arma. Pero nunca llegó hacerlo. Una bala del lado contrario alcanzó su pecho, y cayó al suelo.

  Salí corriendo a su lado, sin fijarme siquiera si había alguien disparándome. Si ella moría, ya no tendría ningún sentido continuar esa batalla.

  Me arrodillé a su lado, la sangre brotaba a montones y el torrente de la lluvia caía sobre nosotros. Quité la máscara de calavera.

  Qué mierda...

  Una sensación confusa nació dentro de mí. Me sentí extrañamente aliviado, pero para nada más contento. Sabía quién era esa mujer, pero no era Venecia. Me di cuenta de lo que esa muerte implicaba, un pequeño acababa de quedar huérfano en aquél mundo de mierda. Todo por la ambición de un hijo de puta y su colega no menos imbécil.

  Era aquella mujer, la de cabello oscuro que vi tantas veces con férulas en el hospital cuando visitaba a Venecia. La misma que nos había chocado aquél día. No sabía su nombre, tampoco nada de ella, pero era injusto que un niño tuviera que crecer solo en un mundo tan hostil. Me indigné.

  Tomé mi arma y arremetí contra los tres imbéciles que quedaban en pie. Las otras cuatro calaveras que me acompañaban comenzaron a avanzar en dirección a quienes nos disparaban. Avancé con ellos.

  Tony gritaba insultos y maldiciones a nuestras espaldas, señalando que habíamos dejado escapar a Mitch. No quería a nadie vivo.

  Los sujetos con máscara de Guy Fawkes ahora nos disparaban desde más atrás. Habían usado los autos y la oscuridad para alejarse con cuidado de que no lo notáramos. Ahora se hallaban a unos cuatro metros de nosotros, pero ya no tenían nada con qué cubrirse. Disparamos sin piedad.

  Primero cayeron dos, murieron al acto, en silencio. El efecto instantáneo de la muerte. Placentero. Quedaba una última persona a quien disparar.

  El primer impacto fue en su hombro derecho. Estaba oscuro, y llovía con intensidad, pero aún así creí percibir algo. Escuché un grito de dolor. No podía creerlo, la sensación de que algo me apretujaba el espíritu regresó.

  Ese no era cualquier grito.

  Un par de impactos más en el estómago, esta vez disparados por las demás calaveras. Yo no podía mover un músculo. Estaba petrificado.

  Aquella voz, aquella maldita voz que se suponía que ya no tendría que escuchar allí. Una voz inconfundible. Mi piel se erizó y mi cuerpo se negaba a responder mientras veía como su cuerpo caía. Estaba seguro de lo que había escuchado.

  Aunque parecía imposible, en ese momento la noche se volvió aún más oscura para mí.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora