El gélido aire del muelle se colaba por los orificios de la máscara, obligándome a entrecerrar los ojos. Nos hallábamos junto a los restos de lo que era el antiguo atracadero, unos doscientos metros al este del actual muelle, a la orilla de la playa. No me sorprendió que escogieran ese sitio, pues su abandono le otorgaba la suficiente discreción no sólo para charlar sobre el redondo negocio de los psicotrópicos, sino para cometer un asesinato múltiple. Además de la conveniente privacidad que brindaba un sitio como ese, una vieja y abandonada empresa procesadora de sardinas que ahora no era más que un maltrecho edificio digno de una jodida película de terror.
No se me ocurría otro sitio más adecuado para lo que se aproximaba. Cuando llegamos, Alvey y su grupo ya estaban allí, parecían haber llegado un par de minutos antes que nosotros. Al pensar en su nombre recordé que jamás se nos había mencionado algún alias o el apellido de los peces gordos, de hecho, es posible que el nombre que nos dieran fuese en sí mismo un alias. En fin, Alvey estaba erguido sobre sus pies junto a una camioneta de doble cabina, cuya empresa no reconocí, supuse que sería una marca extranjera. El hombre, menudo pero musculoso, y calvo, con una expresión de boy scout, vestía con una camisa manga corta con estampado de flores al estilo hawaiano y un pantalón de pana gris. A sus espaldas seis hombres aguardaban instalados sobre sus motocicletas de cuatro ruedas como perros guardianes, lo que era irónico tomando en cuenta que sus máscaras eran precisamente la cabeza de un hombre-perro llamado Anubis. Parecían vestir idénticamente, con chaquetas y pantalones negros, lo que en la penumbra de la noche, dificultaba divisar sus armas.
Tony se apeó de la limusina y caminó con su bastón hacia Alvey, se saludaron con un apretón de manos y comenzaron a charlar allí, como buenos amigos, riendo de estupideces, sobre la arena, dándole la espalda al mar.
Ahora podía confirmar que el diablo viste elegante, y cuando no es el sujeto con cuernos, cola y con patas de cabra, podía ser un gordo ambicioso y traidor.
Mis manos cosquilleaban y podía sentir cómo se tornaba más ligera la AK47 sobre mi espalda, al parecer, preparándose para la acción. Tras unos quince sorpresivamente poco tensos minutos, finalmente Mitch se personó.
-Buenas noches -saludó, dirigiéndose únicamente a sus dos homólogos-. Lamento la tardanza.
Vi detrás de él las máscaras de Guy Fawkes, como flotando sobre el resplandor de las motocicletas, junto a la Hummer.
Nos dispusimos de una manera curiosa, formando un triángulo con la base paralela a la orilla de la playa. Convenientemente, quienes integraban esa sección de la formación era el grupo de Alvey, estaban acorralados sin saberlo, sería pan comido arrojarlos al mar una vez muertos.
-Bienvenido, Mitch, tiempo sin verte -alcancé a oír a Alvey-. ¿Cómo va todo?
Mitch y Tony cruzaron miradas. El tercer sujeto se mostró preocupado... y con razón.
-La verdad es que no tanto -soltó el más gordo de ellos-. Hay algo que queremos mostrarte.
En ese instante lo supe, la hora había llegado. Era el momento de poner fin a seis vidas simultáneamente. Cinco de ellas sin identidad alguna más que la del guardián de las tumbas egipcio. Otra ironía, porque ésta sería su tumba.
Tony y Mitch comenzaron a caminar en dirección a los autos aparcados detrás. Los guardaespaldas de Mitch se alinearon con nosotros una vez que nuestros jefes se hallaban en la seguridad de sus vehículos como cobardes.
Éramos un pelotón de fusilamiento, ya se había acabado el tiempo.
Sonaron los dos claxon simultáneamente y levantamos nuestras armas hacia los sentenciados. Estoy seguro de que si no hubiesen tenido las máscaras, habría visto en los perros de Alvey la misma expresión de cagado encima que tenía él.
-Hijos de put... -Entonces comenzó el diluvio balístico.
Un par de los sujetos alcanzaron a disparar, a la arena, antes de desplomarse sobre el mar de sangre que parecía formar barro negrezco.
Al soltar finalmente el gatillo, me sorprendí algo aturdido y con una prominente erección oculta bajo mis pantalones. Disparar al aire libre siempre me provocaba ganas de follar.
Tony y Mitch se acercaron a los cuerpos y observaron un momento. Paseé la vista sobre la matanza y noté que uno de los proyectiles había dado en el rostro de Alvey, desfigurándole la mandíbula e imprimiendo una grotesca sonrisa sangrienta similar a la de nuestras máscaras.
Por un momento pensé que nos ordenarían lanzar los cuerpos al mar, ocultar un poco la humillación, y darle algo de dignidad a sus muertes, pero ese no fue el caso.
-Bien, nos vamos muchachos. -Soltó Mitch volviendo sobre sus pasos junto a Tony.
Así, sin más, como perros arrojados en la playa... bueno, si eso es lo que quería el jefe, era mejor no pensar en ello. Jamás pensaba en eso, lo importante es el puto dinero. Un hogar para mis padres...
Ahora sólo me quedaba volver a casa y esperar mi pago, a ver qué mierda hacer para disipar mi erección. Me pasó por la mente masturbarme, pero eso sería aburrido... mejor esperar por Venecia.
El rugir de los vehículos al encenderse marcó lo que debía ser el fin de una fatídica noche, pero no aquí... ésta era sólo una noche más donde personas morían, delincuentes se salían con la suya, y la sangre decoraba la superficie de algún sitio.
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Muerte en el infierno
Teen FictionEl mayor error de nosotros los humanos, es creer que siempre tenemos el control de la situación. ¿Qué sucede cuando la ya compleja vida de una persona llega a su punto de quiebre? Esta es la historia de un joven con un trabajo poco ortodoxo, en el...