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Me tumbé sobre mi cama a media noche. Dos horas intentando comunicarme de nuevo con mi familia en vano habían sido suficientes para decir "a la mierda" y apagar el computador.

  El blanco techo de mi habitación parecía alejarse a medida que el agotamiento físico me arrastraba hacia un terreno tentadoramente somnífero, sin importar que mi aturdido cerebro siguiera buscando conexiones fantasmas con mi madre.

  ¡Maldita sea!, ¿por qué no me daba la cara?, ¿de qué se avergonzaba?, joder, si de no haber sido por ella yo no sería más que un inútil flacucho de mierda sin confianza ni valentía.

  Con mi cabeza aún en conflicto, me dejé vencer por el cansancio.


  No dormí demasiado, pero sí lo suficiente como para que mi mente siguiera recordándome el llanto de mi madre, y que no hablaba con ella desde hacía mucho tiempo. Un efecto avalancha de frustración se desató en mi interior. Necesitaba ganar más dinero, planeé enviarles suficiente para que se comprasen una casa, no sólo para comida, que también necesitaban.

  No sentí nada de hambre aunque ya eran pasadas las ocho. Al menos no tanta hambre como indignación. Me lavé los dientes y bajé a beber medio litro de agua. Cuando volví a mi habitación, miré al imbécil que me veía desde el espejo; un completo estúpido caucásico que creía tener el dominio de cada aspecto de su vida, con una linda y enorme casa, buen dinero, una pequeña colección de autos y armas. Pero de lo único que no tenía control era de la deplorable situación de las únicas tres personas que le importaban en todo el jodido mundo.

  Patético.

  Quise enterrar mi puño en esa ridículamente simétrica cara; que sólo servía para ocultar toda la basura que había debajo de esa capa de belleza superficial, que me veía desde el otro lado del cristal.

  Abrí con brusquedad el armario y busqué cualquier maldito pedazo de tela que me sirviera para salir a correr. Podía entrenar en mi gimnasio, pero me revolvía el estómago esconderme de mi mismo como un cobarde en aquella habitación. Salí.

  No sabría decir con exactitud a qué velocidad avanzaba, pero mientras me dirigía hacia el complejo deportivo, sentía que la calle era una enorme máquina caminadora que se desplazaba bajo mis pies mientras yo continuaba en un constante movimiento estático.

  Por fortuna, al llegar no vi a nadie en la pista, porque tenía el presentimiento de que mi puño se alzaría como una víbora, como si tuviera mente propia, y se abalanzaría justo al rostro de cualquier estorbo a velocidad de tortuga.

  Mis pulmones y garganta ardían intensamente, quejándose por el esfuerzo luego de la décima primera vuelta en la pista de atletismo.

  Mi ímpetu comenzaba a tranquilizarse. El corazón me latía violentamente, pero mis pensamientos parecían apaciguarse como el agua estancada luego de la tempestad; seguían allí, pero no me molestaban.

  Miré hacia el cielo y noté que pronto llovería; densas nubes grises se paseaban con la tranquilidad de un nonagenario sobre mi cabeza. Me sorprendí distraído pensando que sería agradable correr bajo lluvia, sentir el agua fría cayendo sobre...

  -¡Mierda!

  Caí con fuerza sobre el suelo naranja de la pista, si no fuese colocado mis manos hacia el frente, me habría despedido de un par de dientes.

  Sentí un objeto bajo mi pie derecho y adiviné que alguien me había metido el pie para hacerme tropezar. Cada músculo de mi cuerpo se tensó.

  Acabas de cometer el error más putamente grande de tu jodida vida, maldito bromista mierdero.

  Me volví dispuesto a romper dientes, pero cuando lo hice, mis ojos no vieron nada que me pudiese siquiera haber imaginado.

  -Vaya, mírate, te caíste, estúpido. -Me dijo una chica con los brazos en jarras.

  Su voz me resultó familiar, pero el contraste de la luz natural desde el ángulo en el que me encontraba me dificultaba enterarme de quién se trataba.

  Mientras me fui levantando agucé la vista y pude ver quién era. Era ella, la jodidamente desafiante chica del frondoso cabello rojizo y el espectacular culo.

¿Cómo había dicho que se llamaba?... Venecia.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora