7

4 0 0
                                    

El complejo deportivo de mi comunidad quedaba a kilómetro y medio de casa, así que decidí ir caminando para estirar los músculos.

  Aquél sitio era de mis favoritos, con una piscina semiolímpica, pared escalada y pista de atletismo, era un paraíso deportivo al que no cualquiera tenía acceso.

  Para el día de hoy tenía en mente correr bastante, soltar las piernas; no debería trabajar hasta dentro de una semana, ¿por qué no dejar que el ácido láctico hiciera de las suyas?

  Una parte de mí se había vuelto adicta a la adrenalina, de la misma forma que se hacen adictos los esqueletos malolientes de venas prensadas a la coca de Tony. Entonces tuve la facilidad de dirimir el debate que yacía en mi interior sobre mi entrenamiento. Elegí hacer algunas rondas en la pared escalada en lugar de nadar en la piscina.

  El muro emergía unos quince metros desde el suelo, y se extendía otros cuatro metros de ancho. El monstruo de plástico reforzado con fibra de vidrio contaba con pequeñas protuberancias que hacían las veces de agarre para los entusiastas escaladores. Un alienígeno vestido como rapero decoraba toda la superficie de la pared, siendo la mitad de ésta el número ochenta plasmado en la camiseta de básquet del extraterrestre.

  A mí me gustaba de vez en cuando largarme hacia algún punto distante en la naturaleza, donde podía escalar montañas y riscos, alejado de las correas, arneses de seguridad y de cualquier otro invento de la humanidad. Pero allí no podía hacer eso, por normativa debía embutirme en el incómodo arnés y el casco, implementos que arruinaban la verdadera diversión, la inyección de peligro latente que le daba significado a nuestras acciones. Nuestra vida entera carece de significado sin un sano porcentaje de peligro, si la vida careciera del peligro de morir, de tener accidentes, de volverse ignorante... era una cadena, un efecto mariposa de acciones que llevaban una cosa a la otra. El peligro nos hace definir nuestras necesidades; si no comemos podríamos correr el peligro de morir, es algo básico. Nuestro menester determina nuestras acciones. Es un engranaje que marca nuestro movimiento evolutivo o involutivo a lo largo del tiempo. 

  Pero no, tenía que llegar un hijo de puta maricón que considerase demasiado peligroso subir sin esos estorbos. ¿Qué mierda se esperaba al subir una pared de quince metros? ¡Peligro!, ¡adrenalina! Sólo faltaba que colocaran una mierdera piscina de pelotas en la base de la pared.

  Media hora más tarde había recorrido los quince metros de arriba abajo y viceversa unas tres veces, lo que serían unos cuarenta y cinco metros en total de escalada. No era demasiado, pero bastó como calentamiento antes de dirigirme a la pista. El ácido láctico ya actuaba en mi organismo. Era hora de hacer que se acentuara.

  En otras circunstancias, me fuese deleitado más de la arrebatadora sensación de libertad y pureza que se experimenta al llegar a la cima, pero esta vez lo hacía automáticamente, con el único fin de acondicionar mi cuerpo antes del verdadero entrenamiento. Además, ¿Cómo mierdas se puede disfrutar de nada cuando se está rodeado de imbéciles y atado con correas como un puto animal? 

  La pista de atletismo tenía forma oval y estaba rodeada por tribunas, con una longitud de unos cuatrocientos metros aproximadamente. Perfecta para aventurarse a correr hasta que los pulmones colapsen.

  Me adentré en el enorme óvalo y caminé en dirección de la línea de pintura blanca sobre el suelo naranja que indicaba el inicio de la pista. Comencé a estirar mi cuerpo para aumentar mi explosividad.

  Di un vistazo en derredor mientras empujaba mi brazo derecho con el izquierdo contra mi pecho, el sitio se hallaba relativamente solitario, lo que para mí era más que perfecto. La mayoría de los estorbos frecuentaban el complejo durante las tardes. Además de incompetentes eran perezosos, pero al menos eso dejaba más espacio libre para mí.

  Estuve a punto de arrancar mi carrera cuando...

  -¡Maldita sea! -Escuché detrás de mí, al mismo tiempo que se producía el golpe sordo de algo que caía al suelo.

  Giré sobre mis pies ciento ochenta grados y me encontré con algo inesperado. Me sentí estúpidamente idiotizado al ver lo que tenía de frente.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora