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Ya pasaban las seis de la tarde cuando me comencé a alistar. La noche anterior Tony me había llamado, como a todos los demás, supongo, para brindar la información sobre la reunión de hoy. Era algo simple, un encuentro para entregar mercancía a un pequeño pero decente comerciante de la zona noroeste de la ciudad. Tony no dio muchos detalles, pero se me ocurría que ese grupo podía ser bastante similar a nosotros, sólo que en menor escala y con menos poder.

  Tras recibir la llamada, procure curar mis heridas de la mejor manera que pude: Con vendas y curas, un pequeño cepillo de cerdas suaves, un pañuelo que utilice para morder mientras me pasaba el cepillo por las magulladuras, y alcohol, mucho alcohol.

  Ahora, con las manos algo hinchadas, pero mucho mejor, me costaba menos cerrar los dedos en torno a la empuñadura de arma. Las vendas esterilizadas en pies y torso cumplían su función. Todavía me costaba caminar un poco, pero un par de shots de whisky habían ayudado.

  El gimnasio y las sillas estaban hechos todavía un desastre pero, joder, no pensaba arreglar nada aún.

  Bajé las escaleras, divisando a mi paso las manchas de sangre salpicada en las paredes, y me pregunté cómo mierda pude sangrar tanto por los puños. Por fortuna, no me había roto algún hueso, porque eso habría sido un problema.

  Los zapatos deportivos de goma que llevaba me ofrecieron buen amortigüe para mis maltrechas plantas de los pies. Además su color negro iba bien con mis pantalones de jean marrones.

  Saqué mi cadavérico rostro alternativo de su guarida habitual y me hice con un par de pistolas y una escopeta. Nada de mucho peso. Dudaba que tuviera que usar algo, pero nunca estaba de más irse bien preparado a ese tipo de transacciones.


  Llegar allí había sido un tramo bastante rápido. Tony había llegado apenas un par de minutos más tarde que yo al almacén, y yo había sido el último en llegar, así que no tardamos mucho en salir de nuevo hacia nuestro destino. Ahora estábamos en la calle 51 del lado este de la ciudad, un sitio que había recibido el nombre del "cementerio financiero", lugar donde yacían abandonados un par de sectores enteros de edificaciones que antes eran empresas, pero sus dueños habían salido del país, ahora no eran más que construcciones abandonadas por sus dueños que ahora vivían a miles de kilómetros. El sitio es tan oscuro y frío que ni siquiera vagabundos buscaban hospedarse allí.

  Un sitio perfecto para mercadear drogas.

  Al cabo de diez minutos teníamos frente a nosotros una enorme camioneta de doble cabina azul. Ni idea de qué modelo era pero pude notar el logo de Chevrolet en el frente, encima de una placa poco amigable: UR-J3RK.

  De la parte trasera del vehículo, se bajaron al menos seis sujetos sin camisa, con armas y máscaras anti gas de rostro completo oscuras. Un objeto bastante inusual pero a la vez genial para ocultar el rostro de otras mafias.

  Pese a que eran más que nosotros, y su grotesca forma de vestir, me dio la impresión de que ninguno de nosotros se hallaba intimidado. En especial Tony, ese gordo era un hijo de puta con agallas. Caminó desde su limusina hasta la camioneta para inspeccionar el dinero del comprador, que tenía un aspecto bastante decente en comparación con sus sabuesos. Se trataba de un sujeto de piel oscura, con un corte de cabello al estilo militar y de contextura musculosa. Para estar en ese tipo de negocio, tenía un gesto bastante cálido.

  Pasado un par de minutos, Tony hizo una señal con la mano derecha, inmediatamente uno de nosotros, el que yo seguía sospechando que es mujer, se dirigió hacia él con una bolsa que acababa de sacar del maletero de la limusina.


  Como lo había esperado, todo había sucedido con normalidad, como debía suceder. La transacción se había llevado a cabo y ahora estábamos de vuelta en el almacén. Estuve a punto de arrancar mi motocicleta cuando Tony me detuvo con un gesto de la mano. Las vendas aumentaban el calor sobre mis pies y había comenzado a transpirar, el sudor salado se cernía sobre las heridas causándome una molestia terrible. Quería largarme.

  -Hoy hicimos un buen negocio, muchachos -comenzó a hablar el gordo jefe, recostándose sobre el capó de su enorme auto, con el bastón entre sus manos-. Pero imagínense poder triplicar las ganancias.

  Mierda, ¿hasta dónde podría llegar la ambición de ese hombre?, pensé, aunque inmediatamente se me vino a la mente mi familia, a pesar de los absurdos intentos de Nate por hacerme creer que estaban bien.

  -Hay muchas cosas que debo considerar ahora, pero si todo lo que he pensado hasta ahora se da como debería -comenzó a caminar frente a nosotros, de lado a lado-, seguirán habiendo grandes jodidos cambios por aquí pronto.

  Vaya, qué sorpresa. Me importaba un jodido bledo todo eso, el dinero era lo que tenía en la mente, además de...

  -Bien, se pueden marchar, holgazanes. Les llamaré en cuanto surja algo.

  Se metió a la limusina y ésta arrancó.

  Al fin podía regresar a mi hogar y chequear mis heridas. Además, por alguna extraña y jodida razón, estaba deseando que la mañana llegara pronto. Me sentí de repente como un estúpido púbero que se prepara para alguna cita...

  O, en este caso, un escape.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora