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Tony pudo haber pasado por apuesto alguna vez; tenía ojos esmeralda claros y el mentón lo suficientemente ancho como para asemejarse a algún actor del cine de acción. Pero ahora, luego de años ganando dinero a base de destruir vidas desdichadas a base de cristal de metanfetamina y cocaína, lucía más como un grotesco gordo ricachón que apuesta a loscaballos y traga como cerdo de media tonelada.

Lo que no se le podía negar era el buen gusto que tenía -al menos por la ropa-. Sabía vestir elegantemente y lucir lo bastante decente para verse como un empresario magnate que usa trajes de marca en colores oscuros y discretos como el azul marino o rojo sangre, en lugar del segundo proveedor de psicotrópicos más grande en todo el país.

-Bien, ¿Qué mierda me ven, chicos? ¿Tengo comida en la cara o qué? - Preguntó repulsivamente señalándose el rostro con la mano derecha; la izquierda se aferraba al bastón con cabezal de cráneo humano sobre el que apoyaba el peso de su grasoso cuerpo- Móntense en las putas motos y larguémonos.

Algo quedaba claro, podía ser un completo imbécil, tanto como se lo propusiera, más. Pero al menos a mí, en lo personal, me importaba un soberano comino. Recibir órdenes no era precisamente lo mío, para nada, pero aquél trabajo no era en absoluto algo común. Si faltaba o cometía algún error no podría llevar un reposo y salvarme; ni mi mayor preocupación sería que me descontaran el día. Allí se pagaba con sangre.

Si bien algunos aspectos podían representar algo particularmente negativo, algunos miles de dólares semanales podían compensarlo perfectamente. Además los eventos a los que tenía que acudir eran generalmente ocasionales por lo que no tendría que soportar las idioteces de Tony todo el santo tiempo; ese era un sinsabor que le correspondía sufrir a Jack, su chofer y guardaespaldas personal de tiempo completo que, hasta donde sé, le llevaba y traía de los sitios que al gordo se le vinieran en gana.

Jack tampoco usaba máscara, supongo que porque sería algo ridículo trabajar las veinticuatro horas del día e ir a todos lados metido bajo la careta de un cráneo humano de grotesca sonrisa.


Nos dirigíamos hacia la estación de trenes cuando mi móvil comenzó a repicar. Afortunadamente ir a noventa kilómetros por hora y tener un metro de distancia aproximadamente entre cada uno de nosotros, era barrera suficiente para que ignoraran aquella, eh... distracción.

Yo conducía del lado derecho junto a la parte trasera de la limusina; se había vuelto costumbre que avanzáramos dispuestos en forma de cuadrado rodeando el vehículo, como lo hacían los escoltas de alguna persona importante. Miré hacia la izquierda con disimulo, irónicamente Tony iba cómodamente sentado centrando su atención en el teléfono móvil que sostenía entre sus manos apoyadas encima de su monumental panza a modo de apoyo -quizá lo único para lo que le servía-, cuando ninguno de nosotros tenía permitido el uso de teléfonos. Pero claro, él era el gran jefe, supongo que era prácticamente ley alardear de lo que podía hacer y nosotros no en nuestras narices.
Con agilidad y cuidado saqué apenas el móvil de mi bolsillo. No me sorprendió saber que era aquella putilla de Noemi Liz. No lo niego, ambos disfrutamos follando bastante hacía un par de semanas; pero yo sabía -cualquier idiota con dos dedos de cerebro habría sabido- que su insistencia no era por enamoramiento ni mucho menos, ni siquiera por el sexo; según había oído de sus propias amigas ella era la presa fácil en todas las fiestas o eventos sociales a los que acudía. No, era por el dinero. Era una lástima, la muy infeliz era hermosa como actriz de telenovela italiana de cabello crespo, y tenía un cuerpo para chuparse los dedos. Pero era una fácil y una interesada de ofertas baratas.

Ignoré la llamada deslizando el dedo sobre la pantalla táctil y apagué el móvil para concentrarme en la calle.

Quince minutos después llegamos a la estación de trenes, tan solitaria como repleta de vagones de carga que llevaban años abandonados; desde que el país abandonó la producción y exportación de mercancía, cuando los imbéciles hijos de la patria que gobernaban arruinaron la economía con tal de llenar sus bolsillos de verdes. Todo lo que se importaba; comida, medicinas, materia prima, entre otras cosas, llegaba vía aérea, con el fin de aumentar costos y permitir más ingresos ilícitos a los políticos que controlaban la nación.

Ahora aquella estación no era más que esqueletos de antigua maquinaria y viejos trastos inservibles, que funcionaba solamente como base de operaciones ocasional para grupos delictivos o guarida para vagabundos y drogadictos que a menudo practicaban el coito con animales vivos o muertos.

Cuando aparcamos, en un espacio formado entre dos vagones maltrechos y polvorientos, corroídos por el calor y la humedad, una Hummer H3 amarilla con reflectores en el techo se hallaba estacionada frente a nosotros, con cinco motocicletas y sus respectivos jinetes aguardando detrás de la camioneta.

Supe que se trataba de Mitch, no le conocía mucho, pero sabía que era él porque sus guardaespaldas usaban la máscara de Guy Fawkes. Me extrañó un poco que fuesen ellos, ya que la semana anterior Tony también había tenido un encuentro con Mitch y Alvey, otro pez gordo. Y Tony no solía reunirse dos veces seguidas con un mismo homólogo, así que supuse que algo se traían entre manos aquellos dos.

El gordo mafioso se apeó de la limusina y se aproximó a la camioneta para dar inicio a la reunión. El ambiente estaba tranquilo y relajado, así que también me relajé.

Me apee de mi motocicleta y subí a la armazón de uno de los vagones y me instalé allí a unos tres metros de la Hummer donde los dos mercaderes de muerte charlaban seguramente sobre el redondo negocio más grande del planeta tierra.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora