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No sabría decir si desperté, porque no recordaba haber dormido. Aquél inesperado avistamiento me había dejado con un mierdero de incógnitas en la mente. Tal vez no era nada, quizá sólo andaba por allí entregando mercancía a algún malnacido distribuidor pequeño y tomaba el Mother Nature como atajo... Tal vez era algo más. Las posibilidades no paraban de revolotear en mi cerebro como chillones murciélagos a media noche. En circunstancias normales, no me habría preocupado, pero ahora, a poco tiempo para que jodiéramos a Mitch, no me agradaba mucho verle en un sitio así.

  Charcos de luz solar se colaban entre las ramas y salpicaban la base de la casita. Un viento acogedoramente frío nos invadía, obligándonos a pegarnos aún más sobre la bolsa. Todo el cansancio acumulado de pasar la noche entera en vigilia comenzaba a causar efecto, por su parte Venecia se desperezaba sobre mi pecho y soltaba un bostezo.

  -Hola. -Saludó con los ojos entrecerrados y la piel erizada contra mi cuerpo.

  -Hola. -Respondí a la vez.

  Ella se apoyó sobre los codos y se irguió sobre mí, haciendo lucir sus encantadores pechos. Me miró algo extrañada y cautelosa.

  -¿Pareces cansado, no has dormido?

  No tenía ganas de hablar nada al respecto, así que sólo negué con la cabeza e inventé alguna estupidez creíble.

  -Mientras dormías estuve entrenando un poco en el parque de ejercicios por el que pasamos ayer. Me acosté tarde.

  Su mirada varió un poco entre la incredulidad, la preocupación y la indiferencia. Siendo una calavera, tal vez algo sabía sobre Mitch, pero todo aquello era algo que quería dejar de lado cuando estuviese con ella.

  -Por supuesto, el tipo rudo tiene que mantener su musculatura al día, ¿eh? -Dijo socarronamente, blanqueando los ojos y arqueando una ceja.

  No me creía. Daba igual, aquella conversación no tenía por qué ir más allá. Estábamos allí, juntos, desnudos, metidos en una misma bolsa de dormir y con un delicioso frío rodeándonos. Sabía la manera perfecta de ponerle fin a la charla. Aparté un mechón de su rojizo cabello del rostro.

  -Te atreves a burlarte de mí, ¿pequeña? -Solté en un susurró a un centímetro de sus labios.

  La tomé con fuerza de los hombros y la tumbé para colocarme sobre ella. Un débil gemido escapó de su boca y la silencié con un beso. Luego, le hice el amor de la misma forma que un pincel a su lienzo. Ni el jodido Éxtasis de Santa Teresa, de Bernini, hubiese desparramado tanta pasión... y placer.


  Volvimos a casa luego del mediodía, al salir del parque nos habíamos dirigido a un lago no muy lejano del sitio donde escalamos por primera vez, para nadar un poco.

  La dejé frente a su hogar y ella se despidió con un pintoresco beso igual de alborotado que su cabello. Caminó pavoneándose provocativamente hasta la puerta.

  

  Al llegar a mi casa, mi primer impulso fue lanzarme en la cama y dormir hasta que amaneciera de nuevo, pero antes tenía que hacer algo más. Encendí el computador y chequeé mi correo electrónico.

  Nada. Tenía una pizca de ilusión de tener noticias sobre mi familia, pero hasta ahora no se habían comunicado conmigo. Le dejé un correo a mi padre avisándole que transferiría de nuevo dinero a su cuenta el día siguiente. 


  Desperté a media noche. Sentía el cuerpo caliente y entumecido, había dormido todo ese tiempo en una misma posición y olvidé encender el aire acondicionado. Me levanté y entré al cuarto de baño. Luego de lavarme el rostro, observé a través del espejo que la pantalla de mi móvil, que estaba sobre la cama, se había encendido. Caminé hacia la cama y cogí el teléfono. Había un mensaje, y era de Tony.

  Mensaje nuevo (Miércoles, 28 Mar. 2018)

  Número: Privado

  Asunto: Trabajo Pendiente.

  Contenido: 

  Calaveras, disfruten de su tiempo libre, beban, follen, coman y hagan lo que les de la puta gana. Pero estén preparados, en cuatro días daremos el gran golpe del que les hablé. Se acabarán las alianzas. Los espero el domingo en el almacén a las 7 pm, allí les daré los detalles. 70NY.

                                                                                                                                                                08:19 PM

  Miré la pantalla con algo de indiferencia, pero a la vez esa familiar aceleración cardiaca que sentía cuando sabía que una inyección de adrenalina estaba por venir. Pensé en mi familia y en que, con mi ayuda, podrían ir mejorando poco a poco su calidad de vida. Pensé en Venecia, que también ella mataba personas al igual que yo bajo las órdenes del ambicioso gordo y, de pronto, la idea de matar se sintió como algo insípida.

  Estaba seguro de que para ella también. Mejor sería volvernos asesinos del tiempo mientras nuestros cuerpos se reclamaban nuevamente.

  Dejé el celular sobre la cama, me desnudé y me dirigí al gimnasio para entrenar hasta que amaneciera.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora