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Salí de la ducha y me dirigí a mi habitación, el entrenamiento con el saco de boxeo al volver del complejo había marcado el final de mi rutina por ese día. No había notado cuán tarde era, pensé que serían las dos de la tarde, pero recién pasaban las seis. Eso explicaba el hambre de proporciones titánicas que sentí. No había almorzado.

  Tras ponerme el primer bóxer que encontré, bajé a la sala comedor, puse a sonar a Wolfmother en mi móvil y lo dejé sobre la barra de cerámica negra que dividía el área de la cocina y la del comedor. Volví sobre mis pasos hacia la despensa y le eché un vistazo. Estaba bastante surtida, sin embargo no me apetecía comer nuevamente pan relleno con jamón y queso, ni preparar nada tan complejo para mis ánimos en ese momento como unas tortillas. Solté un suspiro de fastidio y me volví hacia la nevera con la esperanza de que aún me quedara del alimento favorito de todo adolescente.

  -Mierda, ¡sí! -Me regocijé al abrir el congelador de mi amplia nevera de dos puertas y ver el empaque de Joe ́s Pizza Congelada.

  Encendí el horno tras haber metido la comida y me senté a la barra mientras esperaba. Algo me estaba manteniendo distraído, cosa realmente atípica en mí. No podía asegurarlo, o mejor dicho, sí, pero me jodía admitirlo. Jamás me había sucedido esto, al menos no desde que era un adolescente con las hormonas y el salchichón a tope, y ni siquiera entonces era muy común en mí. El caso es que un color permanecía como dibujado por lenguas de fuego en mi cabeza. Un rojo cobrizo que se alarga ondulándose unos ochenta centímetros.

  De pronto, retrocedí en el tiempo y me hallé estupefacto nuevamente, corriendo tras una loca desconocida que pretendía ganarme ingenuamente en una carrera de cien metros planos.


  -¡Oye, chica torpe! -Bramé ya alcanzándola, a diez metros de donde se había caído.

  Se detuvo en seco, dio media vuelta y, al verme, blanqueó los ojos. ¿Qué mierdas se creía?, le ayudo a levantarse de su muy vergonzosa y nada elegante caída, ni siquiera me agradece, sale corriendo obviamente retándome en velocidad, ¿y ahora me blanquea los ojos?

  Grave error, muñeca.

  -¿Qué quieres, estúpido?

  ¿Estúpido?

  -Uff, bonitos modales, eres toda una dama. -Nuevamente mi sarcasmo al ataque. Siempre funciona.

  -¿Qué, ahora eres mi padre?  

  ¿Cómo putas se puede ser tan obstinada? Es linda y pelirroja, debería, según mi amplia experiencia, ser un poco ingenua. O al menos no tan hostil.

  -¿En tu casa no te enseñaron a decir una palabrilla llamada gracias? - Pregunté, haciendo uso de mi técnica de intimidación patentada.

  Me acerqué caminando lentamente hacia ella, sin dejar de mirarle al punto exacto entre sus ojos, no le veía directamente, pero por alguna razón eso funcionaba mejor con las chicas.

  -Mierda, qué encanto eres, insisto. -Comenzó a caminar.

  ¿No le hizo nada mi técnica? Increíble. Debería haberle ignorado y seguir, pero qué culazo tenía, he de admitirlo. De no haber estado tan buena, no fuese tenido el privilegio de que yo buscase continuar aquella extraña conversación. Joder, no follo desde hace algunas semanas, era hora de un premio gordo.

  Además, esa chica necesitaba que le enseñaran modales.

  -Gracias -asentí con ludibrio-. No te había visto antes por aquí. 

  Se volvió hacia mí y arqueó una ceja. Blanqueó los ojos... de nuevo. Dos veces ya. Y regresó la mirada al frente.

  -Excelente observación, Holmes. ¿Ahora me investigas?

  Pero qué mierda pasa con esta chica, ¿es que no piensa ceder por ningún jodido lado? Me pica la paciencia.

  -A ver, relájate un poco, chispita. No hace falta ser tan imbéciles entre nosotros. Si entrenarás aquí a menudo, tal vez nos veamos un par de días a la semana. ¿Bien?

  Le tendí la mano en un cordial gesto de tregua desinteresada... desinteresada.

  Sus ojos de cobre bajaron a mi mano, luego regresaron a mí. Su gesto era molestamente desafiante y burlón.

  -¿Imbéciles?, el único que hace de imbécil aquí eres tú. -Se mofó.

  Torcí mi expresión, haciéndola de roca sólida; mi segunda técnica de intimidación. Ignoré su comentario, aunque comenzaban a inquietarme sus labios tan vipéreos.

  -¿Bien? -Repetí endureciendo la voz. Tal vez más de lo que pretendía, pero funcionó, porque me estrechó la mano.

  -Okey, estúpido. -Sonrió socarronamente.

  Dios. Qué pedazo de loca. Más vale que valga la pena el esfuerzo.

  -Kyan, chica torpe, mi nombre es Kyan Kulina. -Aclaré, soltando su mano con piel de bebé y mirándole a los ojos.

  Ella se hizo el cabello hacia atrás, escupió de una manera poco femenina un chicle que hasta entonces llevaba oculto en la boca, y sus ojos volvieron a los míos.

  -Bien, Kyan. -Volvió a blanquear los ojos, hablando con tono jodidamente retador- Yo me llamo...


  Timbró la alarma del horno microondas, sacándome de mi ensimismamiento. Saqué la pizza con cuidado de no quemarme, la dejé sobre la barra y tomé mi teléfono. Michael Jackson cantaba algo sobre igualdad racial. Miré la hora.

  -Siete y cuarenta. -Musité recordando algo. Mi cuerpo agradeció la inyección de energía al primer bocado.

  Me apresuré un poco. Tenía una video llamada por hacer.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora