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Los primeros tres o cuatro meses trabajando para Tony habían sido un infierno, por el trabajo en el casino debí aprender a manejar armas en caso de cualquier eventualidad poco conveniente, pero jamás tuve que matar a nadie. Esos primeros meses mi mente se había vuelto un revoltijo de mierda y nervios, pasé mis veintitrés años de vida sin matar un puto animal, y en tres meses tuve que encargarme -como le gustaba decir a los matones- de seis personas que simplemente no eran del agrado de mi jefe, o habían sido muy estúpidos como para hacerle enojar. Durante ese tiempo mis noches eran un asco, encerrado en aquél mugroso departamento que compartía con cuanto animalillo roedor llegaba, en el que solía vivir. El sueño huía de mí al igual que intentaron hacerlo los pobres diablos que tuvieron la mala suerte de hacer enfadar al gordo. Mi estómago se negaba a digerir nada que no fuera líquido o blando. Pese a todo eso, por mi bienestar y el de mi familia debía obligarme a permanecer firme, lo que solucioné con un par de dedos de tequila y ron cada noche, debía darle un pequeño incentivo a mi cerebro para que se dignara a apagar el puto interruptor.

  Pasado un tiempo noté un patrón, las personas que generalmente debía acechar eran iguales o peores que el mismo Tony, por lo que su importancia para mí disminuyó notoriamente. He de reconocerlo, joder, eran humanos, pero toda mi vida luchando por salir adelante en un país dominado por hijos de puta corruptos y malvivientes, los estándares de moralidad con respecto a ciertas cosas se volvieron mucho más flexibles, como puta costosa.

  Ya a estas alturas, luego de una matanza así podía llegar a casa y dormir como una roca, así que eso es lo que hice.


  Desperté a las siete de la mañana, luego de lavarme los dientes me coloqué un pantalón deportivo negro y una playera sin mangas blanca. Intente contactar a mi familia... nuevamente en vano.

  -¡Maldita sea!... -vociferé a la cuarta vez que el monitor de mi computador me informaba que no se había establecido la conexión.

  Salí corriendo de mi casa, anhelando escabullirme nuevamente de mis pensamientos, y con la extraña sensación de querer encontrar algún refugio en...

  Veinticinco minutos más tarde conquistaba la cima de la pared escalada del alienígena rapero. Por fortuna, estaba a solas, lo que significaba que podía desgastar mis músculos tanto como quisiera.

  En la pista de atletismo pude ver sólo un par de personas, lo que era espléndido para mí. Corrí las primeras cinco vueltas con velocidad moderada, luego disminuí un poco. Me sorprendí peinando mis alrededores con la vista en busca de algo... o alguien. No sé si sería consciente o inconscientemente, pero lo que me tenía distraído parecía funcionar bastante bien para alejar los turbios pensamientos respecto a mi familia.

  Una efímera decepción me invadió cuando no le vi por ningún lado. Deseché la idea con la mano y seguí corriendo.

  Joder, sólo la quieres follar, ni la conoces, no deberías molestarte en buscarla con la vista siquiera.

  Estuve a punto de marcharme cuando di un último vistazo a las tribunas. Algo captó mi atención y me acerqué a la del lado sur. Un generoso tumulto de cabellera cobriza daba la impresión de reposar sobre un par de piernas.

  Era ella, Venecia, y me pareció que estaba llorando.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora