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¿Quiénes son estos hijos de puta y por qué me conocen?

  Sí, efectivamente estábamos en mi casa. No entendí cómo ni por qué lo sabían, pero me habían llevado de vuelta a mi estancia. Entonces, una desagradable sensación me cruzó por el cuerpo. Tal vez alguien había descubierto mi identidad, y que trabajaba para Tony, quizá querría sacarme información.

  No estaba dispuesto a morir por ese gordo asqueroso, pero siempre me había parecido de maricas ser un cobarde soplón. En términos más sencillos, no estaba dispuesto a morir ni a revelar nada. Lo que significaba que sólo quedaba una alternativa: ellos tendrían que morir.

  Aunque, claro, su destino había quedado sellado desde el mismo momento que me dieron el primer empujón.

  -¿Me vendan los ojos y ahora te ocultas detrás de mí como un marica?, joder, qué buenos secuestradores me tocaron.

  Sentí que la mejilla derecha se me incendiaba cuando recibí el puñetazo. Aunque la sensación fue intensa, no se comparaba con la ira que provocaba que me trepidaran las manos atadas al asiento. Pese a todo, debía cerrar mi boca un momento, mantenerme tranquilo. Me jodía mucho admitirlo, pero en ese momento me hallaba vulnerable. Ellos eran tres, estaban armados; yo, atado a una silla como puta fetichista.

  Sin embargo, eso no me impediría arrancarles la cabeza.

  -Sigue abriendo la boca así, y te arrancaremos los testículos para dárselos de comer a los indigentes del centro.

  Me tuve que obligar a contener el impulso de señalar lo jodidamente varonil que sonaba que un hombre quisiera arrancarle las pelotas a otro.

  Miré hacia adelante y me encontré con un sujeto menudo, con el rostro grasoso y con una diminuta barba tan escasa que parecía más bien un chiste, la cual no agraciaba su rostro mucho más que la decadente cabellera que demostraba a gritos que sí pueden existir ocasiones en las que estar calvo podría ser una mejor opción. Llevaba una braga que lo hacía lucir como mecánico.

  Repasé la sala con los ojos y sentí que me hervía la sangre. Uno de los tipos estaba sentado a la barra de la cocina y tenía frente a sí una rebanada de pan a la que le untaba generosamente mantequilla con un cuchillo.

  Ese mismo usaría para rebanarle los putos intestinos.

  El otro de mis captores estaba sobre el sofá más grande, viendo televisión a mi lado derecho. Por la posición en la que me encontraba supe que la escalera quedaba a mis espaldas, ya que frente a mí estaba la puerta de entrada, y a la izquierda el área de la cocina.

  No detallé mucho a los otros dos sujetos, parecían no tener tanto interés en mí como el que tenía enfrente. Además, buscaba armas cerca de ellos.

  De momento, sólo dos de ellos parecían estar armados: el que se preparaba el sándwich de mantequilla había dejado un revolver sobre la barra; el calvo con intento de barba, llevaba una nueve milímetros en un cinturón que rodeaba su cadera.

  Supuse que el tercer hombre, que miraba la televisión, también tendría un arma, aunque, considerando lo desinteresado que se mostraba, pensé que tal vez no, y que era el conductor del auto que nos había traído.

  Debía considerar las alternativas.

  -Mierda, parece que vives bastante bien aquí, ¿eh? -Dijo el calvo.

  No contesté. Me quedé observándole fijamente, sopesando todas las maneras en las que podría asesinarle.

  -Pareces seguir confundido, imbécil. Me pregunto si eras tan callado con Lisa.

  ¿Lisa?

  -¿De qué mierdas hablas? -No pude evitar decir.

  Un segundo puñetazo que me llegó esta vez por el lado izquierdo. Mis manos se inquietaron, dispuestas a saltar como víboras hacia el cuello de mi agresor. Noté con alivio que la cinta adhesiva que mantenía mis muñecas inmóviles era fina, y con el forcejeo podría comenzar a ceder. No les quedaba mucho tiempo a esos idiotas.

  -Tal vez te suene más... Elizabeth Garret.

  Elizabeth... su nombre me llegó a la mente como amortiguado por el tiempo.

  -No sé de quién me hablas.

  Otro puñetazo... maldita sea.

  -¡Hijo de puta! -elevó su voz, que resonó en la sala. Estaba molesto-, es mi hermana, le jodiste el corazón y desde entonces ha intentado suicidarse cuatro veces. Grandísimo cabrón.

  ¿Qué?... comencé a recordar. Sí, Lisa Garret, una putilla no muy distinta a Noemi Liz. Solía salir con ella hacía poco más de cuatro meses. Bueno, salir es una palabra muy grande para lo que en realidad sucedía. Nos vimos un par de veces y ya la tenía desnuda frente a mí, sobre la cama.Todavía me parece ridículo lo que dijo cuando yo sacaba el preservativo de su envoltorio.

  -Lo siento -había dicho llorando, de la nada-. No puedo hacer esto.

  Luego de explicar lo que sucedía, me pareció más patética aún.

  -Qué ingenuo eres, viejo. -Solté a sabiendas de que probablemente me mataría de inmediato. 

  Mientras tanto, discretamente iba aflojando la cinta adhesiva meneando mis manos.

  -¿Qué mierda dices, imbécil? -Vociferó, colocándose la mano sobre el arma.

  Los otros dos permanecían donde se hallaban, como regocijándose en silencio del espectáculo.

  -Tu querida hermanita no es ningún ángel.

  Me miró fijamente y desenfundó la pistola.

  -Explícate.

  Suspiré. La razón por la que Lisa me había parecido patética era la siguiente: ¿Por qué preocuparse por tener sexo con un desconocido si ya estaba embarazada y no sabía ni quién era el padre?

  -Sí, salí con tu hermana, pero eso fue hace mucho. Y la realidad fue menos interesante de lo que crees. Cuando íbamos a tener sexo formó un melodrama diciendo que no podía porque había cometido muchos errores en su vida.

  Su mirada se endureció más aún y pude notar como su mano se tensaba en torno a la nueve milímetros, a la vez que terminé de liberarme de una de mis ataduras. Debía soltar la otra mano antes de que lo notase, o tendría problemas. 

  -Estaba embarazada de un sujeto, y no sabía quién era. -Culminé.

  Sus ojos se abrieron horrorizados, sin dar crédito a lo que acababa de oír. Me vino a la mente la forma en la que, luego de que yo le agradeciera sutilmente que no me hiciera perder mi jodido tiempo de esa manera, salió de mi casa hecha un revoltijo de lágrimas y mocos.

  Sí, tal vez fui algo duro con ella, pero qué mierda, ya tenía suficiente carga sobre mí como para tener tiempo para toda esa basura emocional. Aún así, debía haber algo más para que intentara suicidarse.

  Claro... A juzgar por su expresión, él no se había enterado de nada hasta ahora. Lo que significaba... mierda.

  Lisa había abortado.

  -¡Hijo de puta mentiroso! -esbozó violentamente con la voz quebrantada.- ¡No te creo!

  Cuando alzó el arma y apuntó a mi pecho, comenzó a timbrar mi teléfono celular, que se escuchaba hacia la izquierda. Supuse que estaría sobre la mesa del comedor.

  El hermano de Lisa se volvió en esa dirección, justamente cuando pude terminar de zafar mi otra mano del reposabrazos.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora