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Las gotas de agua caían torrencialmente sobre nosotros, frías, gruesas y claramente ensordecedoras. No podía explicar cómo es que logré escuchar su grito, pero lo hice. Curiosamente los otros dos habían muerto en silencio, como si fuese ocurrido en el acto, cosa que me permitió escucharle y reconocer su voz pese al repiqueteo de la lluvia sobre el pavimento y los techos de los autos.

  Apenas al reconocer su voz salí corriendo en su dirección, sin más. Sin importarme que me dispararan, que Tony se encabronara y me mandara a asesinar. Nada de eso me importaba una maldita mierda, quería asegurarme, convencerme, de que lo que había escuchado no había sido más que mi imaginación.

  Algo murió dentro de mí al notar que no era así. Esperaba que ese algo muerto fuera la boa que apretaba mis emociones, pero muy por el contrario, lo que yacía delirante en mi interior era lo que fuera que ese hijo de puta animal fantasma estuviera oprimiendo.

  Un mechón de cabello sobresalía de la máscara de Guy Fawkes medio torcida. Parecía aún respirar, pero cada vez con mayor dificultad. Me dejé caer en el suelo a su lado.

  Yo sabía que lo más seguro es que moriría también, pero me importaba tanto como le importa a un perro callejero cagar frente a la puerta de alguna casa. Mis rodillas ardían, lo vi más que sentirlo, pues con un movimiento rápido pude divisar que había caído sobre los vidrios rotos del auto que momentos había pasado por ese sitio.

  Arranqué la máscara de un movimiento y la serpiente terminó con la vida de su presa. El cabello rojizo se mezclaba con la sangre que emergía de su boca, y aún bajo esa cortina de agonía seguía luciendo jodida e infinitamente hermosa. ¡Maldicion!, mi Venecia. Sus ojos me veían, pero ya no me miraban, ya no más. Me quite mi máscara, pero nada cambió. Las pupilas apuntaban hacia arriba en búsqueda de nada en especifico. Me pregunté si estaría recordando nuestras noches contando estrellas. Pero en esta maldita ocasión no había ninguna que contar. Reprimí las ganas de llorar, no estaba seguro de qué sentir, una mezcla entre sorpresa, confusión e ira invadió cada milímetro de mi cuerpo. Ella no debía estar allí, maldita sea, ¿¡Qué mierda hacía en ese sitio!?

  Todo lo que quería hacer era matar a los hijos de puta que estaban a mis espaldas y bañarme con sus intestinos mientras gritaba insultos a todos lados. Pero, pese a mi esfuerzo, sentí la calidez de las lágrimas al asomarse en mis ojos.

  Aún no podía creerlo. Apoyé su cabeza sobre mis piernas y le abracé fuertemente mientras acariciaba su cabellera apegostrada, y sentía cómo la vida escapaba despacio de sus manos mientras sus inspiraciones obstruidas por la sangre que se agolpaba en las vías respiratorias se ralentizaban y el movimiento de su pecho lentamente se desdibujaba bajo mi tacto.

  Luego, nada. Se había ido, todo lo que quedaba de ella era aquél cuerpo tendido en el suelo mojado. Recordé todas las veces en las que aquellos brazos, ahora inmóviles, me rodearon mientras dormía a mi lado, mientras me besaba... Recordé sus labios deliciosos besarme con esa intensidad rebelde característica de su dueña. Sentí una explosión de sensaciones en mi mente. Como un corcho que sale disparado en una mierdera botella de champaña. Cerré mis puños y golpeé tan fuerte el pavimento como pude. Me llené de sangre, sin saber muy bien si era de ella o mía. Mi sistema digestivo se retorcía con frenesí y la sangre bombeaba con fuerzas a mi corazón y venas.

  Recordé que no estaba solo, y miré a mi alrededor.

  La noche parecía saber lo que acababa de acontecer; la luna se hallaba inquietantemente tímida, negándose a bañarnos con su espectral halo de luz. El agua que caía del cielo  embravecía perennemente y la oscuridad de la calle 51; el cementerio financiero de la ciudad, únicamente entristecía más la atmósfera.

  Los demás se preguntaban qué me sucedía, no decían nada, sólo permanecieron observándome a lo lejos como imbéciles, y tampoco me molesté en dar explicaciones. Cuando les vi, parados junto al auto, igual que maniquíes erguidos con una base de metal metida en el culo, tomé la decisión.

  No había nada que valiera la pena ya en ese maldito mundo lleno de malditas personas.

  -¡Oye!, marica -escuché la familiar voz de Tony, provenía desde atrás de las calaveras que quedaban- ¿Se murió tu novio?

  Apareció entre ellos y señaló el cuerpo con su bastón. Exploté. Bajé la vista, allí estaba a un par de pasos la pistola de Venecia.

  Cogí velozmente el arma del empapado suelo y sin titubear descargue el cartucho contra aquél hijo de puta gordo ambicioso. El único culpable de que todo aquello ocurriera.

  Una ola de placer y satisfacción invadió cada milímetro de mi cuerpo al ver como se abrían pequeños orificios en su grasoso pecho y su mugrosa sangre contaminaba el pavimento a su alrededor.

  Lo sabía, sabía que mi fin también llegaría, pero no tenía nada que perder, además jamás he sido cobarde, así que me puse de pie mientras seguía apretando el gatillo de la nueve milímetros ya vacía y esperé lo inevitable.

  Al menos, después de tanta mierda vivida últimamente, moriría feliz sabiendo que le quitaría al mundo la preocupación de una bolsa de mierda fermentada más con la que lidiar.

  Además, finalmente vería a mi familia, y Venecia estaría allí, con nosotros.

  Estiré mis brazos como si me preparara para abrazar un viejo amigo, y observé cómo cuatro AK47 se erguían para apuntarme.

  Como si pudieran proteger un cadáver, o asesinar alguien que ya estaba  muerto.

  -Púdranse en su mierda, hijos de puta. -Solté de manera contundente.

  Moriría fusilado, pero al menos no llorando. Sonreí al ver por última vez el cuerpo destrozado de Tony.

  Recordé esa hermosa sonrisa, la última que Venecia me dedicó, sin estar opacada por el septum.

  Ahora estaría con mi familia.

  Escuché las detonaciones y me dejé llevar por las sensaciones de mi cuerpo retorciéndose al mezclarse con las balas. No me dolía. Caí al suelo, todo se tornó de un rojo oscuro color sangre y un último pensamiento me pasó por la mente.

  El mayor error de nosotros los humanos, es creer que siempre tenemos el control de la situación.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora