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  Catorce llamadas... Si el pez gordo no había considerado matarme luego de la quinta, probablemente ya estaba decidido. Retumbaron en mi mente las palabras que nos había dicho la primera semana de trabajo, cuando nos entregó a cada uno de nosotros un teléfono inteligente.

  -Con esto -Nos dijo paseándose frente a nosotros en el almacén, dejando a su paso un móvil de pantalla táctil de unos quince centímetros de largo por ocho de ancho- me podré comunicar con ustedes. Deben llevarlo en todo momento, deben estar disponibles para mí siempre que les llame. Lo tendrán en silencio durante el trabajo, y será durante el trabajo que no lo podrán usar. Ustedes representan mi seguridad y los necesito alertas.

  Por mi mente pasaron docenas de razones por las que me llamaría: Alguien le perseguía, iría a algún sitio y posiblemente necesitaba escoltas, algún mafioso de otro grupo acechaba su estancia... Luego de catorce casi podía sentir el plomo penetrando mi sien.

  Inspiré hondo y me senté sobre la cama, aún desnudo. Lo más inquietante de todo ese asunto es que Tony la mayoría mandaba textos o dejaba mensajes de voz, sólo llamaba cuando requería algo inmediato. Era tan contundente por teléfono como lo era en persona.

  Un poco de peligro en mi vida puede hacerla más divertida, pero no me imagino haciendo enojar a mi jefe narcotraficante por diversión.

  Me sobresalté, sacado bruscamente de mis pensamientos, cuando el teléfono comenzó a sonar. Era Tony. Respiré del aire espeso que envolvía mi habitación y contesté la llamada.

  -Kyan. -Dije al móvil.

  -¿Bromeas?, sé que eres tú, bola de mierda.

  Debía admitirlo, el muy cabrón sabía cómo moderar su voz como para hacerte sentir un hielo entre las pelotas y el culo sin subir demasiado el tono. Pero hacía mucho que pocas cosas me asustaban realmente.

  -¿Sucede algo? -Pregunté como si no pasara nada.

  -¿Sucede algo? -repitió con un tono fluctuante entre sorpresa e indignación que parecía decir "¿Tú que mierda crees grandísimo imbécil?"- Catorce llamadas sin respuesta, eso sucede.

  Maldita sea. Sí, la había cagado, pero que puto fastidio tener que soportar sermones del panzón.

  -Lo siento, salí a correr y olvidé el móvil, me lo llevare cuando entrene.

  -Si sucede de nuevo, saldrás a correr, pero para que no te llene el culo de plomo.

  Guardé silencio un momento, para evitar cagarla aún más.

  -Te necesito en el almacén sur esta noche. Lleva armas.

  ¿El sur?, vacilé. Por poco olvidaba que teníamos otra base dónde reunirnos. Estaba la del centro de la ciudad, donde solíamos ir siempre, oculta entre un grupo de edificios opacos por el clima, abandonados hacía algunos meses; al sur, el segundo almacén, cerca de un muelle donde Tony a veces recibía su polvorosa mercancía. Casi nunca la usábamos para encontrarnos.

  -¿La sur?, hacía tiempo que no íbamos allí. -Solté indiferentemente, como haciendo un comentario casual.

  -Lo sé, pero ese queda más cerca de sus objetivos.-Mencionó sin entraren muchos detalles.

  ¿Objetivos?, parece que el viejo Tony trae algo entre manos, lo que significa diversión balística desenfrenada.

  -Vaya -dejé escapar un silbido que se fue apagando-. Objetivos, ¿eh?

  -Así es -parecía divertido-. Hoy exterminaremos al equipo de Alvey.

Muerte en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora